¿”VITA CRUCIS”? (Mt 16, 21-27)

¿”VITA CRUCIS”? (Mt 16, 21-27)

Mucho más allá de nuestras obsesivas consideraciones sobre  “papado” y primacía de Pedro, su figura, presentada por Mateo como prototipo del apostolado, o en otras palabras, como portavoz de todos ellos; y así, simplemente, como referente de unidad (¡y en ningún caso de uniformidad o mimetismo!…) de la comunión eclesial en su diversidad, no sólo es “ejemplar” (es decir, representativa del “apóstol”) en la confesión de fe en Jesús como Mesías, sino también (siguiendo la presentación del evangelista) en su manifestación negativa de portavoz de la miseria, la bajeza y “el pecado” inherente a nuestra inevitable “debilidad” y maldad, a nuestra interesada y mezquina manera de entender no solamente nuestra vida y sus expectativas, sino al mismo Dios cuando lo descubrimos tan cercano… El supuesto “Primado” de Pedro en el evangelio de Mateo parece encontrarse en las antípodas de la pretendida, discutible e inconsecuente “infalibilidad papal”; pues su primera actuación pontifical parece alinearlo con Satanás y no con Dios, según la opinión del propio Jesús… Sin poner en duda la buena voluntad de Pedroroca, parece que su Maestro hablaba de otra cosa…

¿Y si el sugerido “Primado” de Pedro fuera justamente no para apuntalar infalibilidades sino justamente para mostrar al resto de apóstoles, de los que es simple portavoz (hermano mayor, “primum inter pares”), precisamente lo que no se debe creer sobre Dios y Jesús, y el modo como no nos debemos proponer el apostolado?… Ironías aparte, es patente que Mateo al hacer de Pedro el modelo de apóstol (insistamos: modelo de apóstol, ¡no de Papa!) y colocarlo así como paradigma del discípulo a quien Jesús encarga la misión de perpetuar su fe, actualizar su forma de vida, y anunciar su evangelio, personaliza en él tanto la radicalidad entusiasta del seguimiento, como la debilidad y fragilidad de todo cristiano a pesar de su voluntad de compromiso y de la contundencia de su respuesta y su bautismo. Con ello nos está también indicando Mateo esa tendencia de nuestra “materia humana” a interpretar falsamente a Dios desde nuestras categorías e inquietudes terrenas (¡sin duda alguna comprensibles, justificables, e incluso legítimas, y no simplemente interesadas y egoístas!), y lo difícil que nos resulta siempre y a todos “pensar como Dios y no como los hombres”… y para muestras: Pedro…

Precisamente cuando en lugar de la espontánea respuesta generosa (ciertamente inconsciente y tal vez ingenua, pero surgida del deseo de identificarse con el Maestro: “te seguiré adonde quiera que vayas…”, “Tú eres el Mesías…”) ante el desafío evangélico, nos decidimos a distinguir y “poner orden” a nuestras ideas según la lógica de nuestro discurso humano (con lo más noble y digno que poseemos: nuestra inteligencia y nuestra razón); cuando en lugar de dejarnos llevar impetuosamente por la fuerza de ese espíritu de bondad y de optimismo, de entrega y de esperanza, de gozo en el acompañar, compartir, acoger y servir, en perdonar y vislumbrar un futuro de esperanza más allá de nuestras posibles ganancias o de comodidades honradamente alcanzadas y bienes costosamente adquiridos; cuando en lugar de ello, lo que intentamos es programar, dogmatizar y administrar el encargo de Jesús, para querer hacerlo comprensible y productivo; es justamente entonces cuando renegamos de Él, nos convertimos en piedra de escándalo y nos transformamos en secuaces de Satanás… ¡Cuidado!: no somos más traidores a Dios que cuando nos autoproclamamos sus defensores y pretendemos hacer exitosos sus caminos y merecedores de triunfos…

Por eso con el absoluto y contundente rechazo a nuestro dirigismo, a nuestro exhibicionismo, y a nuestro afán de imposición y moralismos, Jesús precisa nuestro itinerario y nos exige discernimiento y lucidez: nuestro único programa, y la sola y necesaria previsión es la de “tomar nuestra cruz”, y no la de organizar un “plan de ruta”… Porque “tomar la cruz” no es buscar y abrazar el sufrimiento posible, dando un toque “sádico-trágico”, cuanto menos victimista y “dramático”, a nuestra vida; sino, sencillamente, renunciar a nuestras pretensiones. Es decir, tener la suficiente lucidez para percibir nuestra ansiedad y deseo de planificar los caminos de Dios y su evangelio “a nuestra manera”, en lugar de tener disponibilidad absoluta para renovar cada día nuestro seguimiento, abiertos a rectificar continuamente nuestros planes renunciando a nosotros mismos para poder acoger y acompañar al otro sin reservas ni rencores. No hemos de buscar una cruz, la nuestra, que nos aplaste, para intentar llevarla con sacrificio, dolor y sufrimiento, sino darnos cuenta de que hemos de sobrellevarnos a nosotros mismos con paciencia, sin dejarnos apisonar ni paralizar por nuestras miserias. Reconocer nuestra inoportunidad y nuestra mezquindad cuando tratamos con Dios y con Jesús. Solamente se puede seguirle en esa renuncia; de cualquier otro modo se le malinterpreta…

“…Esta apuesta consciente por una orientación de la vida no basada en el yo, es fundamental para todos los evangelios. No se trata de observancia de las leyes cristianas ni de un auto(!)perfeccionamiento ascético, sino de una forma de vida alternativa, no orientada en el yo, que sólo resulta posible por la adhesión a Jesús, es decir, en el seguimiento y en la comunidad de seguidores nacida de él…”

  (Ulrich LUZ: “El evangelio según San Mateo”,II)

Sólo así “nos salvamos”. Sólo así nos dejaremos salvar… nos dejaremos sorprender por el Reino de Dios instaurado con la venida de su Hijo… Por eso nuestra fe es profética… y por eso podemos terminar con unas preciosas y precisas palabras de Christian DUQUOC en su libro Cristianismo, memoria para el futuro:

La fe es profética en el sentido de que, radicalizando la ascesis de la razón y purificando el deseo, trabaja por sostener toda forma de lucha contra una religiosidad demasiado afectiva o excesivamente pulsional… En este sentido el cristianismo es profético: se niega a ser cómplice de la ilusión, aunque, por infidelidad a su lógica, fue con frecuencia una de sus fuentes. Pero no se niega a ser el vector de una esperanza lúcida.”

Lucidez para, sabiendo quiénes somos y lo que somos, sin desanimarnos a causa de nuestras miserias y errores, aceptar el soplo del espíritu, de lo profundo que nos anima, nos interpela y nos impulsa. Y mayor lucidez todavía para, renunciando a triunfalismos y a la tentación de imposiciones, reconocimientos o influencias (“¡Aléjate de mí, Satanás…!”), saber que nos hemos de soportar a nosotros mismos sin miedo y con paciencia, felices y ligeros… Ocasión para todos de acogida, alegría y esperanza…

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