¿PEDRO PAPA? (Mt 16,13-20)

¿PEDRO PAPA? (Mt 16,13-20)

¿Está Jesús nombrando a Pedro Papa? ¿El primer Cónclave sin serlo (¡puertas abiertas de Dios sin recelo ninguno!)?, ¿el único presidido y dirigido por Dios; y puede que el único realmente inspirado exclusivamente por el Espíritu Santo?…

No parece haber duda entre los exegetas de que no es ésa la cuestión. Aunque sí parece haber acuerdo absoluto por parte de todos en que la voluntad de Mateo es acentuar y recalcar la misión de Pedro entre los apóstoles como “primum inter pares” y con ello, como modelo, ejemplo y referencia de unidad, ya que en otro pasaje encarga idéntica misión a todos los apóstoles. No hay “mando” supremo y exclusivo, cúspide de “autoridad”, o “infalibilidad” personal y única… Nunca habla Jesús en términos de poder y de dominio, mucho menos de imposición o pirámides jerárquicas…

Porque las múltiples y diversas iglesias apostólicas, toda esa red de comunidades locales autónomas, pero incomprensibles e incapaces de vida evangélica sin su mutua unidad y universalidad (encerradas y enquistadas o viciosamente atrapadas en sectarismos y autocomplacencia si sólo se miran a sí mismas con autosuficiencia e incluso con rigor misticista), por voluntad y mandato de Jesús se necesitan una a otras; no pueden subsistir en cuanto cristianas, como independientes e inconexas.

Por decirlo de una manera “actualizada” a nuestro tiempo, e iniciada en los primeros tiempos como nos lo transmite Mateo: la Iglesia necesita “un Papa”. No para gobernar y encabezar un Estado Vaticano ejerciendo una función de dirección, representatividad o protocolo respecto a ese diminuto y peculiar Estado, con toda su historia de poder, influencia política y conciencia moral (¿de verdad?…) de Occidente; si fuera por eso, ya sería hora de prescindir de él, de eliminarlo y rescatar la auténtica dimensión cristiana del apostolado petrino de Roma, del papado.

        Pero no es el Estado Vaticano, sino la Iglesia-comunión, la comunidad cristiana universal, la que necesita un Papa. Y lo necesita precisamente por eso, por su identidad cristiana universal; necesita que Pedro (y más tarde el Obispo de Roma, como sede primada), ejerza un servicio de unidad y comunión fraterna. Porque ésa es su razón de ser y su misión: ser el vínculo de las iglesias locales con la Iglesia Universal a través del espacio y del tiempo: asegurar la fidelidad al origen y la continuidad del evangelio de Cristo, por un lado; y hacer posible el intercambio fraterno y la mutua caridad, por otro. Todos sabemos que las demás funciones que se han ido añadiendo al papado son fruto de contingencias históricas y de circunstancias determinadas, y que no siempre guardan relación con el encargo de Jesús (incluso, en ocasiones, lo oscurecen y traicionan).

        Los cristianos no necesitamos un Papa ni nos sentimos huérfanos (más allá de sentimentalismos y frases hechas), porque todas las naciones o Estados precisan de una cabeza que los represente y dirija en el concierto de las relaciones internacionales; no porque haga falta alguien con quien identificarse. Ser cristiano no es cuestión de banderas agitadas o de patriotismo y rivalidades; no necesitamos vitorear a Pedro como nuestro ídolo (¡no podemos tener ídolos!), ni someternos a un monarca (¡sólo tenemos un Señor!).

        Pero un cristiano no puede vivir sin su comunidad ni sin vínculo con el origen de su fe. Necesita recibir y transmitir el Evangelio, herencia de Cristo, y vivirlo en el prójimo más allá del espacio y del tiempo: en el hermano de al lado y también en aquél lejano en el espacio y en el tiempo. Por eso Pedro, por indicación de Jesús, y sin especiales privilegios, ya que el mismo “poder” que le concede a él lo otorga al resto de sus apóstoles, es “roca y fundamento”, insustituible: nuestras comunidades no pueden vivir aisladas, y se saben simple iglesias locales de esa red universal, la Iglesia convocada por Jesucristo. Y Pedro, el Papa, como “hermano mayor” es la garantía de nuestra unidad y de nuestra fidelidad a Él.

        No es el colegio cardenalicio, sino Dios quien vela siempre por su pueblo y suscita pastores dignos de la misión a ellos encomendada. Oremos, pues, confiados y serenos agradeciéndole que, a pesar de tantas debilidades y flaquezas, de tantas miserias y mezquindades, siga atendiendo nuestras necesidades y nos permita sentirnos piedras vivas de su única Iglesia, comunidades dispersas pero vinculadas a todos aquellos discípulos que en el transcurso de los siglos y en la extensión de la Tierra siguen el único evangelio, animados por la misma fe y sintiéndose hermanados a través de su “hermano mayor”, de su “pastor común”, de Pedro “roca”,  del Papa.

        Por lo demás, no es signo de fidelidad y de fe cristiana auténtica la obediencia ciega, la dependencia y sumisión, la obsesiva mirada a “lo que dice el Papa”, la “identificación” y el mimetismo; sino la vinculación a la comunidad, a la iglesia local, el crecimiento compartiendo vida con la hermana y el hermano entre quienes vivo, con el colectivo local donde celebro mi gozo y mi esperanza con gratitud y con entusiasmo, el entorno vital donde atiendo con solicitud al prójimo al que necesito y al que acojo y acompaño, donde agradezco y pido perdón de mis errores, donde experimento mi fragilidad y mis carencias, donde me sé necesitado y enriquecido por los otros. Pedro está allí, en la distancia, como lugar de encuentro para todos; y seguirá siendo, simplemente,  nuestro “hermano mayor”, como signo perenne de unidad y de peregrinaje, de lo que todos somos y de no olvidar Quién es el que nos ha encargado algo a todos…

Un comentario

  1. Vicente Cloquell 21 agosto, 2020 en 13:23 - Responder

    Acabas de desvelar de qué material está hecha la piedra… y el que describes es el verdaderamente noble y precioso.

Deja tu comentario