Si hay algo que siempre me ha sorprendido, y sigue dejándome asombrado después de tantos años, porque se mantiene con una para mí incomprensible terquedad, en el culto y la liturgia “oficiales” y en sus normas, rúbricas, reformas y “adaptaciones”, e incluso en las lecciones, libros y reflexiones de sus especialistas, es la completa falta de sintonía que muestra con respecto a la realidad de las comunidades y a una espontánea expresividad celebrativa; es decir, su rancio olor a liturgia de despacho, y el tufillo mohoso a biblioteca abandonada y a libros apolillados… No le falta razón a algún lúcido teólogo que se refiere a su carácter “rígido y acartonado”…
¿Acaso la liturgia es la pulcritud extrema y la obsesiva, veterotestamentaria, minuciosa y escrupulosa pretensión de una perfección ritual y protocolaria intachable surgida de normas rigurosas y de mentalidades enfermizas preocupadas únicamente por un orden estricto e inamovible, tal como ellos lo entienden desde sus mentes alienadas? El indiscutible carácter celebrativo de la fe cristiana es algo que surge espontáneamente del simple hecho de acoger la propuesta evangélica de integrarse en la comunidad seguidora de Jesús y compartir un modo de vida que es fuente de gozo incesante, compromiso de comunión, y llamada a la plenitud y a la esperanza; todo eso le proporciona un “impulso vital”, una exigencia de estrecho acompañamiento, y una necesaria e imprescindible expresión celebrativa, que surge de la propia dinámica de vida compartida, y se canaliza a través los mismos elementos configuradores de la comunidad y de su actividad. La necesidad celebrativa no nace de normas, de autoridades y centralismos, de una voluntad de control y de orden; sino de la vitalidad de la iglesia local, de la parroquia, de la comunidad cristiana de base.
Los liturgistas, por el contrario, parecen considerarse siempre los sabios especialistas del espacio y tiempo sagrados, los privilegiados y exclusivos conocedores y detentadores de las normas secretas de un mundo de iniciados; que, sin embargo, cayó demolido estrepitosamente, y desautorizado irremediablemente, con el anuncio del evangelio y la propuesta de Jesús al seguimiento…
En realidad, las liturgias oficiales, reglamentadas hasta en sus más mínimos detalles por la Ley, no condicionaron la vida de las primeras comunidades cristianas; y en los primeros siglos la libertad en la forma de celebración de los misterios de la fe y en los rituales a seguir con motivo del Bautismo o de la fracción del pan, así como cualquier circunstancia expresiva y consolidadora de la fe compartida era casi absoluta, competencia y responsabilidad de las iglesias locales. Cierto que con la progresiva universalización de la Iglesia y su expansión en todas la extensión del Imperio romano se fueron unificando y consolidando en las iglesias cercanas y de la misma área (véanse los patriarcados) formas celebrativas similares; y que por mutua relación y por la influencia de la Sedes más importantes, dentro de esa red eclesial que se iba tejiendo fueron prevaleciendo determinados rituales y costumbres con las que todas aquella iglesias locales se identificaban de una u otra manera. Pero la diversidad era grande y los rituales bastante libres, como es todavía detectable en las muchas iglesias orientales y ortodoxas con sus ritos propios, en las distintas fechas de celebración de la Navidad, incluso en los cánones del Código de Derecho y en un largo etcétera que no es preciso detallar.
Con la antievangélica (e históricamente comprensible) instalación de la Iglesia jerárquica en el poder, y su asimilación a las estructuras de autoridad y centralismo imperial, se impuso una inflexible voluntad de uniformidad, de férrea disciplina y de control absoluto, lo cual implicaba un mimetismo extremado, llevado a sus últimas consecuencias en la aberración teológica de imponer incluso por la violencia, el tormento y la tortura, acompañadas de excomuniones y entredichos, doctrinas dogmáticas estrictas y ritos “perfectos” e inalterables (ya que eran reflejo, se decía, de los del cielo), cuya mínima transgresión, aunque fuera por inadvertencia o por error, acarreaba consecuencias preocupantes. Pero incluso en los tiempos de la más manifiesta rigidez y del mayor acartonamiento, la evidencia de lo incongruente de tal actitud y comportamiento, y su falta de coherencia lógica e incluso de “razonabilidad” era tan grande y tan contraria a la propia historia y al legado de la primitiva Iglesia, que se tuvo que recurrir al socorrido argumento del supplet Ecclesia para salir del atolladero de su palmaria incoherencia… Así, entre el “extra Ecclesiam non est salus” (no hay salvación posible fuera de la Iglesia), y el “supplet Ecclesia” (la comunidad eclesial suple y corrige la posible “falta” o error del ministro, o de cualquiera, si no respeta las rúbricas sagradas), se mantuvo una Dogmática, un Catecismo y una Liturgia para fieles dóciles teledirigidos como autómatas, y se propició un cristianismo de encefalograma plano…
Yo no me atreveré nunca a decir, como un buen amigo mío dijo un día, que “entre los teólogos y curiales, los liturgos (sic) y los ‘maestros de ceremonias’ me han parecido siempre los más engreídos, vanidosos, pedantes y déspotas”… aunque desde luego algunos lo son… pero sí que es cierto, que su papel de directores de protocolo, de organizadores de las solemnes celebraciones pontificales, y de consejeros o incluso “dictadores” de su lugar y de sus gestos y actuacionesa prelados y obispos, los hace proclives a caer en esas actitudes…
Por otra parte, prelados y obispos se muestran encantados de tener esos celosísimos jefes de protocolo, que les señalan discretamente cualquier minúsculo detalle para que la solemnidad se desarrolle de modo impecable; es decir, como si estuviéramos en una Corte del Renacimiento, o mejor, del Sacro Imperio Romano, y hubieran de temer que cualquier “fallo”, error o inadvertencia acarreara la cólera de Dios, o que incluso un espontáneo reflejo de buena voluntad como el de Uzzá en la era de Nakon durante el traslado del Arca (2 Sam 6, 6-7), pudiera provocar como entonces el celo sagrado de Dios y costarle la cabeza al imprudente bienintencionado…
La pompa y artificiosidad del ceremonial oficial litúrgico solemne puede ser estética y artísticamente impecable, digna de aprecio, y ser estimada y valorada como reliquia de una sociedad, de un mundo y una cultura, y en definitiva de un pasado; pero desde una actitud de comunidad evangélica, de comunión y servicio, es insufrible… uno pensaría que el tiempo ha corrido al revés y hemos vuelto a instalar a Jesús en el Templo que rasgó con su cruz, en el núcleo mismo del Antiguo Testamento por Él desautorizado…
A los liturgistas les gusta justificar el esplendor y barroquismo de todas y cada una de sus rúbricas, parafernalias y protocolos, presentándolo como el paralelo terreno de “la Gloria del cielo”, la cual parecen concebir así únicamente de modo aristocrático, como “la Corte celestial”… sin embargo esa gratuita extrapolación de corte escatológico-apocalíptico y tics imperiales no resiste la más mínima interrogación: dejando aparte al entusiasta del Apocalipsis (cuyo libro nada tiene que ver con la descripción de liturgias celestiales, aunque nos presente escenas holliwoodienses), ¿qué otro visionario pretende dictarnos la exhibición triunfante de un Dios en trono real y de modos nobles y aristocráticos?…
Es evidente que cualquier gesto, objeto, decorado, o acto es susceptible de ser interpretado como signo o símbolo, y evocar realidades sagradas, inasibles para nosotros, dado que se sustraen al mundo sensible en el que vivimos y con cuyos medios las evocamos; pero eso mismo prueba su carácter arbitrario y artificial, “de consenso” por parte de quienes así lo estiman, valoran, y perpetúan; siendo, por tanto, modificables, actualizables y revocables por la misma u otra comunidad humana que los originó o los adoptó como válidos y expresivos en su momento.
Por tanto, si la liturgia es por definición celebración de la comunidad viva; y si su sujeto y protagonista es la comunidad de fe y de vida, es decir la iglesia local, y no quien integrado en esa comunidad la preside, tal como recuerda el Concilio Vaticano II; entonces, no puede ser simple imitación, repetición, ni imposición, sino expresión de vida y de alegría. En consecuencia, es imprescindible la participación activa, festiva e ilusionada de la asamblea, y ella debe canalizar su vitalidad con transparencia y espontaneidad, con implicación activa y dinamismo propio, y no limitarse a un ceremonial ajeno, impuesto por un centralismo y un afán de control bastante sospechoso y ya fuera de lugar, que es un bloque monolítico dejado caer como una losa (hay que ver lo grandes y pesados que son los Misales; el nuevo es todavía más grande, tan grande y tan pesado que resulta inmanejable…) y que parece un corsé ortopédico, pensado expresamente para impedir el menor movimiento…
Por favor, dignifiquemos la liturgia con celebraciones que lo sean de verdad por el protagonismo, la implicación sincera y gozosa, y el carácter comunitario y festivo de las comunidades locales que la celebran, con el dinamismo y carácter creativo de quienes necesitan compartir la alegría, animarse en el compromiso y fortalecerse, enriquecerse y acompañarse… vivimos todavía en la tierra, y nada sabemos de posibles liturgias celestiales…
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En esta, como en tantas otras cuestiones sobre las que me atrevo a escribir, sobrarían argumentos para ser mucho más demoledor, corrosivo y caústico; pero me conformo con lo dicho porque prefiero escribir con algo de humor, ése que tanto falta en nuestra iglesia… porque os aseguro que intento ser preciso y cabal sin dejarme llevar por la crítica fácil o por argumentos caprichosos, ni por pretender tener la razón en todo; sino, simplemente por presentar los interrogantes que me parecen ineludibles para poder ser hoy un seguidor de Jesucristo con una fe madura y comprometida, y viviendo sin miedo ni vergüenza en el mundo actual. Y desde luego os confieso sinceramente que escribo siempre con una inevitable sonrisa en la boca… leedlo, pues, con toda seriedad, pero con una sonrisa…
Con una sonrisa lo he leído, pero deseando compartir dudas, comentarios, reflexiones… con todo aquel que se plantea tantos interrogantes como yo.
Danos un respiro, que aquí en Europa no llevamos el ritmo tan pausado como los africanos, aunque lo desearía.
No quiero perderme ningún artículo y no doy abasto a leerlos todos.
Desde España, un beso muy fuerte (con sonrisa doble).