DESDE LO HONDO

Desde lo hondo grita el salmista al Señor, y desde lo profundo responde Él a la voz de su llamada.

¿Por qué, pues, nos empeñamos en querer descubrirlo y manifestarlo en la superficialidad y en la apariencia? ¿Por qué pretendemos reivindicar su presencia en lo espectacular y lo visible? El que se pierde entre las hojas frondosas no llega nunca a las raíces, desde donde les llega la vida.

Ciertamente, Jesús realiza en ocasiones obras deslumbrantes como manifestación de la vitalidad de sus raíces y del poder de su savia vivificante, pero es precisamente el brillo y los destellos de tales prodigios lo que lleva a sus espectadores a equivocarse con Él, a malinterpretarlo. Esos testigos de sus signos, como le gusta llamarlos a S. Juan, de los milagros que obra Dios por medio de él, no son siempre (más bien no lo son casi nunca) quienes se convierten en discípulos; ni siquiera son ellos los que aprecian la sublimidad de su doctrina o se quedan embelesados ante la belleza y moraleja de sus parábolas o la agudeza de sus críticas.

Sólo llega a ser discípulo quien trasciende lo visible de su vida y sabe mirar a lo profundo. Solamente ése no se escandaliza, aunque no comprenda; no rechaza a Jesús a pesar de no acabar nunca de saber su procedencia y su misterio.

No afirmamos ni compartimos el reconocimiento de una persona injustamente condenada, ni la ejemplaridad de su vida terrena, ni lo sublime de su doctrina; sino que nos remitimos a lo profundo, lo inabarcable, lo fundante y que nos trasciende: hablamos de un muerto, (mejor: ¡de un ajusticiado!), resucitado; no el misterio de la vida que surge de la naturaleza o de la nada, sino la vida personal levantándose de la muerte, reafirmándose tras su aniquilación física, tras experimentar su destrucción.

Solamente se puede llegar a ser quien se es cuando se ha experimentado la muerte. Jesús para vivir su vida la entrega, no puede vivir sin des-vivirse; necesita experimentar en sí mismo la destrucción: se entrega  a la muerte para poder vivir, y se entrega a la muerte voluntariamente, dándose a los demás para poder llegar a ser Él…

Porque para poder resucitar es preciso haber muerto, y eso es lo profundo, el abismo del fundamento trascendente, aquello cuyo reconocimiento y seguimiento nos convierte en sus discípulos para poder seguir clamando con el salmista: mi alma espera en el Señor, porque en Él está la salvación…

Por |2019-12-02T20:18:15+01:00diciembre 2nd, 2019|Artículos, General|Sin comentarios

Deja tu comentario