¿MONARQUÍA O REPÚBLICA? (Lc 23, 35-43)

No sabemos si Jesús era más partidario de la monarquía judía que de la república romana, pero lo que hace constar de forma irrebatible es su absoluto rechazo al ejercicio del poder en cualquier modo y su exigencia a los discípulos de entender las relaciones humanas como ocasión de servicio a los demás, de renuncia a la promoción de uno mismo, y de entrega prioritaria al otro, haciéndolo nuestro prójimo, a quien hemos de considerar siempre como hermana y como hermano. Sin embargo, paradójicamente, las únicas palabras escritas sobre Él durante su vida, y que nos han llegado a nosotros, parece que sin ninguna duda dada la multiplicidad de testimonios según los exegetas, son las que escribieron sus contemporáneos en ese letrero de la cruz: “Rey de los judíos”

Ciertamente están escritas como la última desautorización y burla, la más cruel de las que fue objeto. Pretenden hacer pública de modo grotesco la humillación definitiva, el contraste palmario e irrebatible entre la autoridad con la que obraba (y de la que nadie dudaba en los momentos entusiastas y prometedores de su liderazgo popular), y la absoluta impotencia de un condenado a la cruz, desprovisto de toda huella o atisbo de dignidad por esos poderes a los que renunció, y que se han puesto de acuerdo para eliminarlo cruel y definitivamente…

Y justamente ahora, cuando no puede haber ninguna duda de la absoluta impotencia de la cruz, cuando no hay lugar para equívocos dada su derrota, es cuando Jesús por primera y única (¡y última!…) vez en su vida se deja llamar “Rey”… Cuando ya no puede ni salvarse a sí mismo, consiente y afirma que posee un Reinado, que existe un ámbito de la realidad que depende de su voluntad, siempre libre e insobornable, de esa auténtica y reconocida autoridad señera suya, origen de su condena… Si no hubiera habido burla, irrisión y escarnio, hubiera evitado una vez más el título… porque lo rehuyó obsesivamente en cada ocasión en que el entusiasmo que despertaba movía a la multitud a pretender coronarlo, pero ahora ya no puede haber malentendidos… lo suyo no es el poder: “no sabe” mandar, y se niega a disponer de la vida ajena…

¿Por qué nosotros al nombrarlo Rey del Universo lo hacemos dándole el honor y esplendor que Él rechazaba? ¡Si Él no quiere el título! Sólo lo acepta cuando es motivo de burla, como insulto, causa de mofa y de salivazos; no de honores, saludos, genuflexiones y postraciones… ¿No rechazaría el título en boca nuestra, aclamándolo, tal como lo rechazó en vida de sus paisanos?  ¿No huirá de nosotros precisamente porque no quiere ser de ningún modo Rey, y somos nosotros quienes lo sentamos a la fuerza en el trono como Pantocrator?… ¡Nunca dijo que quisiera esa sede! Cada vez que le mencionaban la ilusión, el deseo de todos de sentarlo en el trono, de instalarlo en el palacio, de aclamarlo triunfante y purpurado, los hacía callar, desmontaba las maniobras e intentos de “promocionarlo”, corregía las expectativas entusiastas, y reclamaba su verdadero liderazgo: el del servicio y la misericordia, el de la dignidad misteriosa del último lugar y la imperiosa necesidad que tenía de ocuparlo… ¿o es que queremos hacer como los discípulos aventajados: darle el trono para ocupar después sus ministerios?…

Sin embargo, aún mostrando mi total desacuerdo en dedicar una celebración de clausura del Año litúrgico a la consideración de Jesucristo como Rey del Universo, dados los presupuestos históricos y el significado contemporáneo de lo que es una Monarquía como forma caduca de gobierno en el concierto de naciones del mundo actual; y aunque tampoco creo que sustituirla por una especie de actualización política más acorde a nuestros tiempos (algo así como titularlo Presidente Vitalicio de la República Cristiana, o Secretario General de una ONU ecuménica), fuera más adecuado; admito complaciente que llamarlo Rey es reconvertible y comprensible, al ser susceptible de aplicarlo en su dimensión evangélica, la propuesta por el mismo Jesús en la cruz… solamente me inquieta y me hace preguntarme incómodamente si es lo más conveniente y adecuado… Porque lo único constatable al respecto es esa oposición firme suya a que lo designen como Rey, precisamente porque con ello va implicado honor, poder y majestad; y el admitir esa única palabra escrita sobre Él en el transcurso de su vida sólo cuando significó burla y ofensa… y eso supondría que para aplicarle el título desde su propia perspectiva deberíamos vivirlo como cruz. Y eso no lo hacemos…

Ha de quedarnos bien claro que aplicar a Jesús el título de Rey no puede significar incluir su persona en el contexto de nuestro orden político y social ni siquiera como modelo de “buen gobierno”, porque es Él quien lo ha eludido tajantemente, y con ello nos desautoriza a invocar su nombre, mucho menos su persona, en el ejercicio del poder. Su única palabra en el contexto de las relaciones humanas y de la vida colectiva es servicio y trato de hermanos, hacer prójimo al otro, lavarnos mutuamente los pies… y deja a nuestra responsabilidad y libertad el ejercer ese servicio en la forma que creamos oportuna o más adecuada a nuestra realidad y situación personal, la cual incluye también nuestra función en el entramado de la organización social y la vida colectiva. Sí, estamos siempre urgidos a tomar su opción de vida y su convocatoria al discipulado como impulso y horizonte de la nuestra, con audacia e incluso con osadía, pero sin pretender convertirlo a Él en lo que no quiso ser e incluso rechazó para sí mismo y nos prohibió a nosotros…

De acuerdo, concedamos que Jesús “sería el mejor dirigente”, el mejor Rey en ese horizonte en el que desde la mentalidad medieval, que situaba la Monarquía en el aura de lo sacramental, del “encargo divino” para gobernar el pueblo fiel, podríamos hacer comprensible considerarlo Rey del Universo; pero el hecho es que no quiso serlo… Aclamemos, pues, si queremos, a Jesús como Rey con la ingenuidad o espontaneidad de la entrada del Domingo de Ramos con sus Hosannas, como Aquél a quien desearíamos servir, y cuyas leyes y órdenes cumpliríamos sin titubeos porque serían muestra inequívoca de verdad, de bondad y de virtud; pero reconozcamos también la imposibilidad de ello, a causa de su propia voluntad de hacer de ese Domingo el pórtico de la cruz y no del palacio, de la entrega absoluta y no del mando, de su verdadero Reino y no de los nuestros…

¿Jesús, Rey del Universo?… ¿O Presidente de la República cristiana?… ¡Qué más da!… Ciertamente los argumentos de las monarquías son ya rancios (aunque la mayor razonabilidad de las repúblicas no las haga más fiables…); pero no va a ser nunca ni lo uno ni lo otro… No quiere serlo en absoluto… porque se trata de nuestro reino y nuestra república, nuestro orden social y nuestro poder, nuestra justicia y nuestra realidad… y el suyo “no es de este mundo”… por eso Él no es de sangre azul; la que brotó de su cuerpo ajusticiado y martirizado era la sangre roja de los condenados… de ahí las burlas…

Rijamos, pues, nuestra sociedad y nuestra vida con actitud de entrega y responsabilidad desde los valores y la profundidad que Él nos descubre y a la que nos convoca; pero no queramos hacerlo a Él referente ni encarnación del buen monarca, de un modélico rey, de un héroe carismático, o de un emperador (o presidente) unánimemente aceptado y votado… Respetemos su voluntad divina de ocupar no una Sede Santa sino el puesto último; y, si a nosotros sí que nos gusta escalar puestos y mirar al mundo y a los demás “desde arriba”, al situarnos “por encima” de ellos; sepamos y aceptemos que Dios solamente lo es porque estando “en lo más Alto”, únicamente quiere vivir “desde abajo”, y cambió así el trono por la cruz, sede de su único “Reinado”, el único lugar “más elevado” en el que se deja instalar…

Y ya que nos atrevemos a hacer lo que Él no quiso, proclamarlo Rey, sepamos a qué nos compromete ese Reinado asumido y buscado de la cruz: a aceptarlo sólo cuando se ha convertido en desprecio y burla, en ensañamiento con la bondad y en ridiculización de la misericordia, en exclusión del Señor, desautorización del Maestro y condena del Justo… En conclusión: solamente hablemos de Jesucristo como Rey del Universo cuando con nuestra vida demos testimonio arriesgado e inconfundible del Amor incondicional y sin límites; cuando de nuestra boca no salgan más que palabras de ánimo y de perdón; cuando nuestra propuesta sea siempre una sonrisa, y nuestra respuesta un abrazo, una absoluta disponibilidad y una caricia… Y sólo entonces confirmaremos con toda la audacia y el coraje de Jesús, el Cristo, que únicamente desde la altura de una cruz, cruz querida y deseada, se puede “regir el universo”, monarquía y república, ser comunión con Dios y los hermanos… porque desde allí, coronado en ese trono, no promulga ningún real decreto, sino que en el estertor de la agonía sigue clamando: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”…  Y pienso que tal vez, si fuera hoy, al vernos celebrarlo así, aún añadiría: “ni tampoco saben lo que dicen”

Qué exquisito detalle de Lucas al culminar su evangelio con ese otro criminal crucificado, culpable confeso, escoria y deshecho de la sociedad, pero única persona cuyo reconocimiento de Jesús como Rey no es ni escarnio ni burla, sino confesión atrevida e inesperada de verdad y de esperanza, de pecado propio y de majestad divina en un crucificado… tal vez por eso ese “buen ladrón” es la única persona del mundo al que Jesús consiente que le llame Rey…

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