El autor polaco Jan Dobraczynski en su ya clásica obra Cartas de Nicodemo pone en labios de éste, ante la actividad provocadora de Jesús en sus disputas con los fariseos, esta frase: “…porque escandalizar así a la gente es una muestra de insensatez”. Y, naturalmente, no le falta razón: Jesús se convierte para cualquier sesudo representante del orden religioso imperante en su tiempo en el prototipo del insensato.
Porque, dando por supuesto y reconociendo que tiene poder para obrar milagros, signo de que Dios está con Él, ¿por qué ejercerlo precisamente en sábado contraviniendo las normas religiosas establecidas justamente para honrar a Dios? ¡Tan sencillo le sería hacerlo otro día, no tratándose como es evidente, de una urgencia! Lo sensato es que si Dios viene a este mundo nuestro se someta no solamente a nuestras condiciones materiales y físicas, sino también a los condicionamientos humanos, especialmente los de las autoridades y las leyes que actúan, según dicen, en su nombre. Y Jesús no lo hace
Lo sensato es que la demostración de su poder sea tan evidente que nadie pueda negarla, ni tan siquiera ponerla en duda; que apabulle con su poder a quien pretenda ponerle la más mínima objeción. Y Jesús no lo hace.
Lo sensato es que su sabiduría nos deje asombrados y descolocados precisamente por todos los acertijos y cuestiones de índole superior que es capaz de resolver, y las claras y brillantes explicaciones que nos dé acerca de cualquier problema o interrogante que nos inquiete, sin dar pie a equívocos o a malas interpretaciones. Y Jesús no lo hace.
Lo sensato es reclamar esferas de poder para ejercer una autoridad indiscutible en un Reino, cuya honradez y justicia estarían garantizadas por su suprema e insobornable voluntad. Y Jesús no lo hace.
Lo sensato es aprovechar la popularidad y el entusiasmo desbordante de la multitud, y sobre todo cuando surge espontáneamente y no ha sido artificial o engañosamente provocado por intereses bastardos, y así dejarse pasivamente llevar hasta un caudillaje popular e indiscutible. Y Jesús no lo hace.
Lo sensato es, si uno quiere ahuyentar recelos y enemistades arriesgadas, y evitar represalias o perjuicios, pactar con las autoridades oficiales y los partidos mayoritarios, prestarse a sutiles maniobras beneficiarias para las instancias influyentes; y, al propio tiempo, mantener el prestigio entre las masas populares con la honradez en el ejercicio de tu misión, para así contentar mínimamente a todos. Y Jesús no lo hace.
Lo sensato, si al final decides no someterte a componendas ni a tratos engañosos con los poderosos, ni tampoco te gustan los astutos equilibrios diplomáticos y sus inevitables secuelas de servilismo y de hipocresía, es firmar acuerdos de no agresión, para sin necesidad de desmentirte, mantenerte en los términos de una calma beneficiosa para todos. Y Jesús no lo hace.
Lo sensato, si decididamente quieres manifestar tu oposición a todo lo establecido, al imperio de la corrupción y del engaño, a la explotación despiadada y al dirigismo interesado, a la falsa religiosidad y al engañoso subterfugio del sacrificio y de la ofrenda; si quieres que conste en acta tu descontento y tu protesta ante la burla de lo sagrado, lo sensato es tal vez escribir un “descargo de conciencia” y renegar de tu patria y de tu pueblo sacudiendo tus sandalias y marchando al exilio, predicando desde allí sin necesidad de correr un riesgo que parece completamente desproporcionado. Y Jesús no lo hace.
Y es que Jesús es un completo insensato. Difícilmente podría uno imaginar un programa político más insensato e impopular que el de Jesús en su Sermón de la Montaña. Y, sin embargo, ése es justamente su programa; su único programa. No hay otro ni hace rebajas. Y no lo presenta como los políticos sus objetivos y promesas electorales: a sabiendas de que ni van a cumplirlos, ni podrán hacerlo; y a sabiendas de que también quienes los están escuchando y cuyo asentimiento y votos reclaman, son conocedores de que no van a cumplirlos, que no son discursos comprometedores, sino simples reclamos. No. Hablar en los términos de Jesús, el Cristo de Dios, cuando está dirigiéndose a esas masas que le aclaman, diciéndoles que no basen su vida en la venganza y el derecho, ni en los honores y el lujo, ni en el reconocimiento de los demás y en el éxito que provoca la envidia ajena, ni en la búsqueda del aplauso y la satisfacción del agradecimiento; hablar así, es lo más insensato que puede hacer alguien que afirme traer a este mundo una palabra divina. Más aún si comete la imprudencia y la audacia, la desfachatez, de proclamarse Hijo de Dios, de convocar a su Reinado, de ser el Mesías cumplidor de las promesas y decir que no tengamos miedo de vivir sumergidos en la inmensidad de Dios, precisamente porque Dios es el colmo de la delicadeza y la ternura, de la fragilidad y de lo débil, del perdón y su alegría.
Podríamos concluir diciendo que Dios tiene todo el derecho del mundo (de su misterioso mundo) a ser todo lo insensato que quiera… pero que no venga a nuestro mundo a predicarlo…
Sin embargo su insensatez llega a tal extremo, y su misterio y el enigma es tan profundo, que, además de ser insensato, pretende convocarnos a su insensatez, como único horizonte de nuestra vida…
Pero, si no consigo ser dichoso y feliz en mi sensatez, ¿puedo dejar de ser insensato?
¡Cómo le agradezco a Jesús, el Cristo, que me contagie e invite a su insensatez!
¡Y qué pena y qué tristeza querer ser tan sensatos!
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