LO IRRELEVANTE (Lc 13, 22-30)
Con asombrosa frecuencia situamos nuestra atención y nuestras preocupaciones precisamente en lo que nos resulta tal vez llamativo o provocador a primera vista, pero que en realidad no solamente es secundario o anecdótico, sino incluso completamente irrelevante para el “negocio” de que se trata; mucho más cuando tal “negocio” es el de nuestra salvación y el futuro de la creación entera.
Jesús se esfuerza en sacar a sus discípulos de tales inquietudes, completamente banales y superficiales, que desvían nuestra mirada y nos conducen a disputas estériles o a opiniones caprichosas y gratuitas. ¿Qué importa el número, la edad, la raza o la religión de “los que se salven”?… ¿en qué va a alterar nuestra consideración respecto al horizonte que pretendemos para nuestra persona y nuestra vida? ¿es que al saberlo va a cambiar en algo nuestra disponibilidad para acoger el evangelio?…
El único referente para el seguimiento y para hacer nuestro el plan creador de Dios es el propio Jesucristo, que nos acompaña dirigiendo nuestros pasos, y al que hemos de saber acompañar para abrir nuestros ojos, impulsar nuestra voluntad, y eliminar todas las inútiles cuestiones que dominan y absorben nuestra persona, y así concentrar nuestro esfuerzo en llevar verdaderamente a plenitud nuestra misión en la vida.
No podemos ni debemos dedicar nuestro esfuerzo ni concentrar nuestra atención en lo irrelevante, porque arriesgaríamos el sentido de nuestra vida; pues con ello nos distraemos y erramos en nuestras tareas y programas, relegando lo central y definitivo, y consintiendo en que se nos escape de las manos lo en verdad decisivo sin darnos cuenta.
Cuando se difumina el horizonte nítido que el seguimiento de Jesús reclama, y a la vez aporta, a la vida de sus discípulos, porque le anteponemos esa niebla difusa de tantas cuestiones intrascendentes que provocan nuestra curiosidad sin aportar nada serio ni contribuir a la lucidez y libre voluntad que se nos exige; entonces, dejamos de concentrar nuestra atención y nuestra vida en él, y con ello nos perdemos a nosotros mismos, porque dejamos de tomar nuestra propia vida y persona con la profundidad y el valor que realmente tiene, limitándonos a dejarnos llevar por los caprichosos vientos que nos desorientan y distraen, sin permitirnos concentrar nuestras fuerzas en asentar las verdaderas raíces que conforman no sólo nuestra genuina personalidad, sino también el gozo y la felicidad que la acompañan cuando alguien, al ir descubriendo agradecido, e incluso sorprendido, quién es realmente, percibe ese futuro que le otorgará su identidad definitiva, y deja así de atender y considerar lo que es superfluo y todo aquello que lo aleja de sí mismo.
Cierto que lo irrelevante ni es en sí ningún mal, e incluso lo podemos considerar positivamente, porque nos abre una perspectiva más “lúdica”, que no es la de la mera especulación, la de la eficacia y el pretendido control de todo; el peligro, y su consideración negativa, se produce cuando lo tenemos falsamente por importante y le concedemos estatuto de influencia o primacía; o cuando, como veletas, nos dejamos regir solamente por veleidades, o por consideraciones mezquinas, cicateras, y banales, o por los dictados de los vientos dominantes…
Cada minuto dedicado a curiosidades absurdas y a murmuraciones de alcahuetes, lo perdemos en afianzar real y responsablemente nuestra vida y en gozar de ella desde la plenitud futura de Dios. Lo irrelevante nos confunde y nos pierde; lo decisivo que nos anuncia Jesús, nos conduce a él de forma incontestable.
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