VIVIR PARA SERVIR (Mc 10, 35-45)
No deja de ser sorprendente el hecho de que la actitud de servicio y de entrega (llevada hasta el extremo de perder la vida injustamente por los demás, “en rescate por todos”), no sea para Jesús sólo la forzosa consecuencia de tener que enfrentarse a la maldad humana, a la falta de acogida; es decir, una especie de necesidad que se le impone al comprobar nuestra “naturaleza caída”, nuestra falta de adhesión a la voluntad divina, sino que constituye su “programa de vida”, el único horizonte, libre y voluntario, de su persona: no sabe, ni quiere, ni puede, vivir de otra manera.
Analizándolo teológicamente podemos concluir que, si la voluntad de Dios cuando decide encarnarse es la de vivir en la realidad de la persona humana, criatura suya, una actitud de servicio y de entrega; eso significa que la “esencia” o “naturaleza” divina es servicio y entrega. O, como concluye lapidariamente san Juan: “Dios es amor”, en ese sentido profundo de “ex-simismarse”; el polo opuesto a nuestra voluntad de “en-simismamiento”. Dicho de otra manera, la “experiencia vital” de Dios es la de no vivir para sí mismo, llegando a una plenitud exclusivamente “suya”; sino la de rebosar de vida “en el otro”, identificándose así con él, viviendo por él, y sin perder por ello su identidad personal. En resumen: Dios es Trinidad…
Pero lo asombroso para nosotros es que entonces nuestra propia individualidad personal goza de un horizonte también divino (insospechado cuando, simplemente, nos sentimos personas gozando de inteligencia y libre voluntad, pero sometidos inapelablemente a la frustración de la muerte), ya que es en nuestra misma naturaleza material humana en la que se ha “ex-simismado” Dios, otorgándonos su propia vitalidad divina.
La perspectiva de eternidad que nos ofrece el evangelio de Jesús no es la del simple mantenimiento de nuestra persona, tras el que llamamos “juicio final”, en una eternidad quiescente, para nosotros sólo concebible como un transcurrir un tiemplo inacabable; sino la de una “re-creación” de nuestra identidad en el seno de esa misma divinidad que es trina. Evidentemente tal cosa nos resulta inconcebible, pero las palabras y la vida de Jesús apuntan a ese misterio en el que, nos dice otorgando lucidez a nuestros anhelos más profundos e identificativos de lo humano, estamos ya instalados por el simple hecho de haber nacido, habiendo surgido del polvo de la tierra…
Pero al margen de profundidades teológicas y de imprescindibles reflexiones sobre nuestra identidad, la clarividencia y la transparencia de las palabras y vida de Jesús son la perenne invitación a toda persona, a descubrir el misterio verdadero de la vida no en el absoluto dominio de sí mismo y de la propia persona al modo como normalmente lo pensamos e intentamos ejercerlo, sino al modo suyo: como el único modo cabal de poder acceder a ese misterio que somos nosotros mismos, y que experimentamos como definitivo e insoslayable, a la vez que como dado (regalado y gratuito) y, al mismo tiempo, propuesto libremente.
En definitiva, llegar a las raíces y a lo más hondo del misterio de nuestra persona y de la vida, tiene mucho que ver con escuchar la propuesta de Jesús y no “vivir para mí mismo” pretendiendo dotar de consistencia a mi yo con mi exclusivo esfuerzo, sino aceptar su afirmación y plenitud en la entrega y el vivir “para los demás”…
Claro que uno no está nunca obligado a entenderlo y vivirlo así… Ésa solamente es la propuesta de Jesús, del propio Dios; pero uno siempre puede optar por el sí mismo…
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