REIVINDICAR LA TRADICIÓN FIEL (Mc 9, 2-10)
Más que reivindicar a Jesús, uno tendería a pensar que su transfiguración es una reivindicación de Moisés y de Elías, de la Ley y los profetas… Porque, como tan insistentemente recalca san Juan en su evangelio (y el propio Marcos nos lo describe en términos de “autoridad”), Jesús no necesita ninguna acreditación “externa” divina, ya que su propia persona es una palpable y evidente manifestación y revelación de Dios: “el Padre y él son uno”, “el Espíritu Santo lo inhabita”, y, en consecuencia, sus actos, sus obras, dan testimonio sobrado y son signos claros de su divinidad de Hijo.
Precisamente esa transparencia divina de su persona parece poner en tela de juicio la propia “Tradición” de Israel como “pueblo elegido” y depositario de la revelación divina, portador y garante de su Alianza, concretada en La Ley, cuya interpretación y vigencia es tarea de los profetas.
Y si la presencia y vida de Jesús, y su personalidad incomparable parecen chocar frontalmente y de modo irremediable con la tradición y las costumbres de una alianza y de una Ley promulgada por Dios a través de sus enviados escogidos y acreditados (es lo que afirman “los escribas y fariseos”, “los sacerdotes y las autoridades”…); esto parece significar que se aboca a un dilema inevitable y decisivo, de posturas irreconciliables: o se está por Yahvé, el Dios de nuestros padres, que habló y acreditó a Moisés y a Elías (culmen de los profetas); o bien se está por Jesús, ese extravagante y pretencioso predicador ambulante, cuya persona y cuya vida marginal y peculiar resulta revolucionaria y subversiva para los religiosos y devotos, para autoridades clericales y beatos. No parece posible otra alternativa…
Sin embargo, a pesar de esa radicalidad y esa actitud provocadora suya, de su persona y de su vida (¡tan “liberal”!…), jamás él reniega, desautoriza o es crítico con la auténtica revelación de Dios, plasmada en su pueblo fiel y recogida en ese Testamento sagrado que él mismo lee e interpreta, defiende y quiere hacer comprensible en su verdad profunda y en las auténticas dimensiones de expresión de la voluntad divina.
Sin embargo, como debido a la tergiversación y el mal uso de esa herencia sagrada y de esa “elección por Dios” por parte de “su pueblo escogido”, el conflicto y la oposición a Jesús parece no permitir a primera vista conciliarlo a él con la herencia prometida (dada la ceguera de todos, incapaces de desprenderse de la venda de pecado que cubre sus ojos y confunde su mente), se hace preciso por parte de Dios manifestar esa real y verdadera continuidad; o, mejor, mostrar el cumplimiento y plenitud por medio del evangelio de Jesús y su propia vida, respecto a la revelación que había sido siempre anuncio de promesas…
Siendo, como acentúa Marcos, la autoridad indudable de Jesús, así como sus innegables signos o milagros, la confirmación rotunda, absoluta e incontestable de su persona, va a ser él mismo quien va a reivindicar la Ley y los Profetas como fiel expresión divina, confirmando su estatuto de teofanías, de manifestación provisional de la voluntad del Padre y de la presencia del Espíritu, cuyo horizonte final, promesa y anuncio, es él mismo: el Mesías, el Hijo.
Moisés y Elías, las únicas personas del Antiguo Testamento que “han visto a Dios”, lo han visto en Jesús; es Jesús quien atestigua que sólo pudieron tener tal visión porque el mediador fue él; de lo contrario habría sido una falsa visión y ellos hubieran sido “falsos profetas”. La perspectiva de futuro inscrita en la promesa constituía su “principio de verificación”; y, en consecuencia, sólo desde Jesús le podía llegar la constatación de su verdad.
No hay rivalidad ni oposición entre Jesús y “la Ley y los profetas” porque era ya el pulso de Jesús el que latía en ellos, de ahí que sea Jesús quien tiene que otorgarle legitimidad, y no al revés… Y eso mismo lleva a reconocerlo como su verdadero y único cumplimiento y plenitud, como confiesa el pagano: “Realmente éste era el Hijo de Dios”… desde él, y solamente desde él, todo concuerda: el origen tiene futuro, la vida plenitud…
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