DORMIR SIN MIEDO  (Mt 25, 1-13)

DORMIR SIN MIEDO  (Mt 25, 1-13)

Uno sólo puede dormirse tranquilo cuando tiene la conciencia en paz. Al menos eso afirma el dicho popular. Sólo entonces no teme la inconsciencia, la imprevisión y la impotencia de esas horas de pasividad invencible y de apagón de nuestra libre voluntad.

Algo de eso nos quiere decir Jesús con la parábola de las diez doncellas, cinco sabias y cinco necias… Ése es el mensaje fundamental, al margen de las dudas y dificultades respecto a los detalles de la parábola, que veremos con brevedad más adelante. Sólo cuando esa luz que enciende Dios en nuestra vida la acogemos y hacemos nuestra, de tal modo que ardemos en ella y que es nuestra propia persona el aceite que la alimenta, y con ello la hace incombustible, sólo entonces podemos dejarnos llevar serenamente y sin miedo por el sueño que inevitablemente nos atrapa a todos, y que nunca debe ser motivo de inquietud ni preocupación para quien se sabe acompañado por él; es decir, para quien se deja llevar dócil e ilusionadamente por la fuerza del Espíritu Santo regalado.

El que, por el contrario, sólo busca vivir de mínimos, como depósito en reserva, ajustándose a lo que cree  estrictamente imprescindible, y renunciando a ser él mismo el combustible que ilumine esa chispa; es decir, buscando “fuera de él” (o únicamente “mediantes sus obras”, como diría san Pablo, y no con la entrega de su persona), no puede nunca dormirse sin inquietud y zozobra, porque su riesgo es demasiado grande: al despertar necesitará lo que no ha podido acumular mientras dormía, porque esas horas de sueño son “improductivas”…

Uno tiene que hacer de sí mismo luz y calor, sin esperar depender de aquello que con su esfuerzo pueda almacenar. La llama de que habla Jesús es la propia vida y se extingue cuando no la identificamos como tal y pretendemos hacer de ella algo que se puede comprar: mientras acudimos a comprarla se nos hace demasiado tarde…

Aunque sepamos que las parábolas son relatos que sólo pretenden apuntar hacia un mensaje concreto, sin fijarse en los detalles, y no buscan la coherencia en todos ellos, ni hacer una alegoría de cada una de las escenas (de ahí, que en principio no sean a tener en cuenta sus incongruencias, imprecisiones e incluso en ocasiones actitudes discutibles vistas en sí mismas); hay, a pesar de eso, dos cuestiones, secundarias respecto al significado de la parábola pretendido por Jesús según Mateo, (el de “estar preparados” para que a nuestras velas no les falte aceite y, por tanto, podamos dormir tranquilos cuando nos llegue el sueño irreprimible), que siguen trayendo de cabeza a exegetas  y a simples lectores, porque contradicen por completo el propio evangelio predicado y vivido por Jesús, hasta el punto de que llevan a poner en duda el que Jesús la formulara de esa manera (a pesar de reconocer que pudo hacerlo así en un contexto determinado). Me refiero al evidente egoísmo de las “prudentes”, y a la respuesta desabrida, y al contundente rechazo despiadado del novio al llegar las “necias”.

Sabiéndome totalmente incompetente para entrar en el debate de los especialistas y exegetas, admitida la “enseñanza” de la parábola, y asumiendo la supuesta irrelevancia para esa conclusión de los detalles contradictorios e incoherentes; sin embargo, me atrevo a expresar la posible parábola que sí me hubiera parecido con toda seguridad originaria de Jesús y propia de él, aunque con ello desplace por completo la actual intencionalidad de la misma y la convierta en lo que no es: una alegoría de su mensaje. Por decirlo de otra manera: se me ocurre, con los elementos de la parábola mateana, componer otra parábola, que creo escucharle al propio Jesús:

…El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “¡Qué pena! Por si acaso no hay bastante para todas, es mejor que os quedéis vosotras con las nuestras, y nosotras iremos a buscar. Mientras iban llegó el esposo y entraron con él las necias, gracias a las lámparas de las prudentes y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las prudentes y, al ver la puerta cerrada, se miraron con un gesto de decepción; pero inmediatamente esbozaron las cinco una sonrisa cómplice felicitándose al comprobar que habían entrado las necias. Cuando dudaban de llamar e importunar a los novios y el banquete, se abrió la puerta y el novio en persona salió a buscarlas diciendo: “¡Por fin habéis llegado!” “¿Cómo habéis tardado tanto?” ¡Estábamos esperándoos! ¡No podíamos comenzar la fiesta sin vosotras!…

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