LO DE DIOS (Mt 22, 15-21)

LO DE DIOS (Mt 22, 15-21)

Lo del César es cosa nuestra. Es la red tejida por nosotros, la que vamos urdiendo a lo largo de la historia entrelazando ambiciones y recelos, afán de progreso y bienestar junto a intereses bastardos de propiedad y dominio, rivalidades más o menos violentas y deseo de imponernos, de dominar y vivir en el vértice a toda costa, con autosuficiencia y olvido del otro… “Lo del César” es el monstruo social que construimos y del que luego nos sentimos rehenes…

Y “lo del César”, lo nuestro, Dios lo ha dejado siempre en nuestras manos y lo sabemos. De hecho, lo vamos construyendo al margen de él, sabiéndonos autónomos y libres, y agradecidos (se supone) por esa libertad e independencia… No cometamos, pues, ahora, la desvergüenza de pedirle a Jesús consejo en un detalle de esa intrincada urdimbre que nos molesta, o por una consecuencia que lamentamos… Quejarnos de que la propia telaraña construida por nosotros es pegajosa y nos atrapa, lo único que debe provocar es la conciencia de nuestra torpeza y, precisamente, de nuestra falta de humanidad; y, con ello, luz y sensatez para corregir y enmendar nuestra obra, evidenciando que no es obra suya, ni la que él quería que construyéramos; pero jamás convertirlo en motivo de “tentar a Dios”…

¿Y lo de Dios? ¿Qué es “lo de Dios”?… Porque ésa es precisamente la provocación de Jesús, yendo, como hace siempre, más allá de la pregunta que le hacen, sin contentarse con contestar sagazmente, dejando en evidencia y desconcertados a sus “rivales”. En efecto, nadie le ha presentado esa pregunta, y nadie podía esperar que él la planteara de esa manera, como haciéndola inseparable de la otra, la de “lo del César”… Y, por otro lado, la malintencionada cuestión que le ha sido propuesta sobre el impuesto romano ya ha quedado respondida, su “potencial de maldad” desactivado, y sus inquisidores descalificados con su “retruque”, que ha puesto en evidencia cómo los propios y maliciosos interrogadores ya tenían resuelta hipócritamente ellos mismos la duda, puesto que llevaban en su bolsillo la moneda requerida para pagar el impuesto…

Resulta que, en definitiva, Jesús, en lugar de dirimir la cuestión nos plantea a través de ella una mucho más profunda, indicándonos así con ello que ésa es la definitiva y auténtica, la que olvidamos y dejamos por resolver y la que siempre evitamos: ¿cómo estoy “santificando el nombre de Dios” con mi vida? Les está diciendo, nos está diciendo: “Ya veo que sabéis bien lo que es del César, puesto que lleváis su moneda para pagar. ¿Pero sabéis lo que es de Dios?… porque eso es lo único decisivo…”

Jesús transforma la más mundana, material y mezquina pregunta nuestra, en ocasión de abrirnos a la trascendencia, a lo auténticamente valioso y definitivo; es una invitación constante que nos ofrece a profundizar en nosotros mismos y en los deseos e ideales de nuestra vida, a dejar de mirar obsesivamente esa vida en dimensión horizontal y levantar la mirada a lo vertical; olvidarnos por una vez de buscarnos a nosotros mismos y contemplar a Dios, que nos cuida y acompaña.

“Lo de Dios” no estaba a nuestro acceso, pero él nos lo ha ido revelando, y sólo nuestra ceguera nos lleva a ignorarlo, evitarlo o postergarlo. Lo que es de Dios nos lo muestra infatigablemente Jesús con su vida y sus palabras, haciéndonos accesible su perdón y su bondad, su misericordia y su ternura, sin necesidad de comprarlo a ningún precio ni pedirnos el impuesto o la tasa correspondiente…

“Lo de Dios” es lo único que debería inquietarnos en la vida y cuestionarnos cómo podemos gozarlo y agradecerlo sin descanso, sintiéndonos felices y liberados de todas las esclavitudes que nos imponemos unos a otros los humanos; y “dándole”, o mejor: “ofreciéndole”, el testimonio de un mundo fraterno y de un amor y un perdón insobornable.

“Lo de Dios”, y no “lo del César”, debería ser la única auténtica aventura de nuestra persona y nuestra vida, porque es la única que tiene suficiente calado como para no defraudarnos nunca, no necesitar ser comprada o conseguida con nuestros méritos, ni requiere disponer de unos medios o unas cualidades determinadas.

Conocemos perfectamente y asumimos todo lo que “es del César”; ¿nos atreveremos definitivamente a decidirnos a vivir “lo que es de Dios”? Porque eso también lo conocemos; sólo hay que mirar a Jesús… y seguirlo…

Deja tu comentario