EPIFANÍA  (Mt 2, 1-12)

EPIFANÍA  (Mt 2, 1-12)

El primer resultado del intento por seguir la estrella que nos debe encaminar hasta Dios con voluntad firme y sincera, y que nos lleva a emprender la ruta, esforzándonos por llegar a la meta presentida, es un inevitable error: dirigirnos al palacio de Herodes… Tras haber mirado al cielo para reconocer esa luz distinta, volvemos a fijar los ojos en la tierra para planear el lógico itinerario y la meta previsible… y nos equivocamos…

Sólo encontramos realmente a Dios después de equivocarnos. Sólo llegamos a los pies de Jesús admitiendo nuestro error, confesando las consecuencias desastrosas de nuestra actitud, al sentirnos de  nuevo “autónomos” e independientes tras haber descubierto el destello de Dios, por considerarlo como un encargo personal y exclusivo que nos capacita y habilita para hablar en su nombre; y no como lo que en realidad es: un signo anunciador del interés de Dios en guiar nuestros pasos y en que nos decidamos a asumir dócilmente su misterio, imposible de regirse y ser acogido desde la lógica de lo humano.

Tras ver la estrella y aceptar la “llamada de lo Alto” a través de ella, los Magos emprenden decididos su camino; pero casi podríamos decir que lo hacen “olvidando” al Dios que la hizo surgir, y que quiso así despertar e iluminar sus vidas augurándoles y prometiéndoles un futuro y un horizonte distinto al de la superficialidad de lo cotidiano, e incluso superior a sus aspiraciones de sabiduría, legítimas y legitimadas por su ciencia, por su piedad y por su actitud religiosa y devota.

Tras mostrarles la luz de Dios el horizonte y el camino, pretenden ser ellos quienes ahora decidan la meta del viaje; ya que el propio Señor de la luz ha tenido tal signo de predilección con ellos…  ¿Y dónde van a dirigirse, sino al palacio del rey? ¿acaso hay otro lugar digno de Él?. Para ellos no hay duda. Y, sin embargo, no está allí… ni siquiera tienen conocimiento de tal cosa. Más aún, esa noticia sólo puede inquietarles e inspirarles temor; para la corte real es una amenaza: en la esfera del poder todos son rivales… Es inconcebible un “Príncipe de la paz” en los reinos de este mundo…

Y aunque los Magos, tal vez avergonzados de su error, arrepentidos y entristecidos se den cuenta de haberse equivocado (como siempre nos ocurre a todos: demasiado tarde…; aunque nunca es tarde para volver a la luz divina…), se han convertido en mensajeros y profetas en el propio palacio: también eso es predicar el evangelio, anunciar la luz de una estrella que ignoramos y proclamamos ingenuamente ante los poderosos siempre envueltos en la ambición y el recelo, y que, con ese anuncio inesperado perciben que el mundo y el futuro no están realmente en sus manos…

Ya desde el principio, la Buena nueva de Dios a la humanidad se convierte en anuncio fatal para quienes sólo viven en la vanidad y la superficialidad de este mundo, sin atender a la profundidad misteriosa y trascendente de la que está grávido, y que es pregón solemne de otro Reino… Herodes, ignorando a Dios y la luz de su presencia, teme un competidor y reaccionará con crueldad; pero la inquietud y el temor, su angustia y la injustificada alarma en su vida no la provoca Dios con su anuncio del Mesías Salvador (también a él viene a salvar…); sino la ceguera total en la que resuelve su vida, su obcecada actitud de cerrar los ojos para no ver la luz…

Pero la más importante y definitivo, cuando por fin nos damos cuenta de nuestro error irremediable, es, y lo hacen los Magos, volver a mirar al cielo… y veremos de nuevo la estrella… Siempre había permanecido ahí para guiarnos, pero nosotros nos habíamos olvidado de ella para mirar sólo hacia abajo, como si ya no la necesitáramos una vez nos habíamos sentido depositarios de su promesa… Y sólo al volver a verla, al recuperar la visión y la providencia de lo alto, podemos recuperar la alegría, una inmensa alegría“, y seguir felices caminando…

Los Magos, de nuevo, acuden presurosos y felices a la Epifanía de Dios tras constatar la necesidad de seguir atentos los destellos de su luz y no dejarse llevar por esa presunción que tantas veces nos conduce a pensar que “el encargo de Dios” lo podemos cumplir sin Él, fiándonos sólo de nosotros mismos. Por eso “cayendo de rodilla lo adoraron”…

Hay que estar con los ojos constantemente abiertos y atentos a la sorpresa de la Providencia iluminadora, que nunca hemos de dar por concluida; y mucho menos pretender encauzarla hacia nuestras previsiones, que siempre concluyen en un palacio engañoso… Ella nos dirige siempre, sorprendente e incomprensiblemente, a la casa de Dios, a su Epifanía

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