COMPLETA DISPONIBILIDAD  (Mt 24, 37-44)

COMPLETA DISPONIBILIDAD  (Mt 24, 37-44)

La bien sabida por todos nosotros, pero casi siempre voluntariamente olvidada o silenciada, ignorancia sobre el momento definitivo de nuestra vida: el del fin de la provisionalidad terrena y la consumación de la incorporación “al Reino de Dios” por medio de la muerte, con frecuencia nos inquieta; pero tal momento “final” no podemos ni tenemos que eludirlo, ocultarlo, o considerarlo como lo absolutamente “negativo”, triste y frustrante de ese “trayecto”, sino afrontarlo en su verdad con toda sensatez y responsabilidad, para hacer de ello uno de los referentes necesarios e ineludibles de nuestra persona y de los más profundos motivos y objetivos de nuestra vida.

Nuestras metas y pretensiones, irrenunciables como personas que se saben animadas y convocadas a incorporarse al misterio de Dios y de su Espíritu Santo a través de Jesucristo, que anima nuestros deseos más profundos y nuestras más genuinas y culminantes aspiraciones de eternidad y plenitud, no pueden basarse ni estar cimentadas en lo visible a nuestros ojos, corruptible y efímero, sino en la auténtica firmeza de esa enigmática y apasionante llamada a la verdadera vida: la de Dios y su futuro, que es el nuestro, el único digno del hombre precisamente porque es la propia voluntad divina infusa en su creación.

Estar obsesionado por la muerte, y llenar de inquietudes y zozobra nuestra existencia, con angustias, ansiedades y temores, conduce a la patología y requiere consulta psicológica o psiquiátrica… Pero contar con la evidencia de nuestra muerte, con la fragilidad y fugacidad de la vida terrena, es asumir la realidad con sabiduría y responsabilidad, sin angustias ni complejos, pero con la lucidez de lo que significa ser persona, tener aspiraciones eternas y constatar que la plenitud y la definitividad a la que nos enfrenta ese misterio que somos para nosotros mismos, no es alcanzable por nuestras fuerzas, ni en este mundo creado.

Estar alerta” al modo evangélico es, simplemente, aprender a vivir del modo que vivió el propio Jesús: desde la radicalidad

Radicalidad en la entrega y disponibilidad absolutas, que nos hacen trascender la mera materialidad en nuestras relaciones con las personas, abriéndonos a un horizonte de gratuidad, de ilusión por la vida, y de perspectiva de comunión y de futuro. Esa entrega y entusiasmo por enriquecer y “dar vida” a los demás es tal, que conduce irremediablemente a desvivirse, a vaciarse, a contar con la muerte como momento supremo, y morir mirando al futuro eterno, derramando amor y bondad a raudales, perdonando…

Radicalidad en la confianza insobornable en Dios y en su misterio, desafiante y todavía “oculto”, pero inconfundible y apasionante; hasta el punto de negarse a fundamentar y a proyectar nuestra vida y nuestra persona en otros cimientos o en otra meta que no sea la de esa promesa, ya palpable, de futuro aparentemente imposible y de utopía supuestamente inalcanzable, renunciando no sólo a fugacidades y espejismos materiales terrenales; sino también a los cálculos y proyectos nuestros de futuro, que nos parecen deseables y encontrarían aceptación y aplauso, aparentando que podemos construir el mundo con nuestro esfuerzo generoso. El ritmo de la historia humana, personal y colectiva, nos muestra sobradamente que ésa precisamente es la quimera absurda y el sueño irrealizable.

Radicalidad en la irrenunciable esperanza de cumplimiento y plenitud, de futuro absoluto y divino, en el que se resolverá definitivamente nuestro triple misterio: el de Dios, el de la realidad, y el de nuestra propia persona; y que lo hará desde el gozo y la alegría incontenible, desde la comunión con Él y los hermanos ya pregustada, y sin la que no tiene sentido vivir y amar. Una existencia ilimitada, pero que estuviera presa de la inextirpable “negatividad”, insuficiencia, deficiencia de lo humano experimentable en este mundo, no daría nunca lugar a la auténtica y radical esperanza.

Desde ese modelo de vida que nos revela y muestra Jesús, se vive siempre alerta, porque no se teme nada, ni siquiera la muerte inesperada: la disponibilidad completa se torna en la experiencia más profunda de sentido, la mayor riqueza deseable, y la única aventura digna de lo humano; es decir, de lo divino…

“Estar alerta”, como Jesús nos pide, es vivir entusiasmado, experimentar en nuestra carne el misterio, reconocer el Espíritu Santo, derramarse y vaciarse por completo sonriendo y amando…

¿Dónde está el miedo?…

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