EN DEFENSA DEL HOMBRE
Cuando hago memoria de tus gracias
en mi vida, Señor,
no puedo menos que caer rendido
en bendición y agradecimiento.
No hay nada bueno en mí
que no tenga en ti su origen;
ni nada malo en mi vida
que en ti no encuentre su límite y destrucción.
El Señor agudiza nuestra mirada
para que sepamos ver su obra
de gracia y profundidades infinitas;
él nos libera de las garras de la superficialidad
haciéndonos entrar por caminos
de simplicidad en su presencia.
Bajo la mirada fría y analítica
sólo somos el aliento de uba hierba que se marchita
o una gota de rocío mañanero
que el sol de mediodía evapora;
bajo el recuento de cifras y estadísticas
no pasamos de ser un número de necesidades a saciar
y de metas temporales a cubrir, para después
desaparecer en las sombras de la nada definitiva.
Pero, a la luz de tu sabiduría
comunicada al corazón silencioso y contemplativo,
somos un latido de tu amor inmortal,
una chispa viva
de tu hoguera de felicidad infinita.
Bendecid al Señor, hombres rebeldes,
los que no habéis cedido ante la certidumbre
de los datos acumulados por las ciencias altivas;
bendecid al Señor cuantos aceptáis ser criaturas
de un Dios que se hace criatura con nosotros;
bendecid al Señor todos vosotros,
que en vuestra pequeñez reconocida
os descubrís llamados a la comunión con el todo.
Sí, bendeciré al Señor día y noche;
lo bendeciré en la suerte y en la desgracia,
porque él transfora en bien absoluto
los males que pretendían ocultarnos
nuestro destino trascendente.
CANTO DE PEREGRINACIÓN
Como los montes lanzan la tierra hacia alturas de armonía,
así levanto mis ojos hacia ti, Señor.
Mi espíritu es una cordillera de cumbres disparadas
que anhela atrapar en su regazo el infinito azul.
¡Qué abrazo del cielo con la tierra
se abre ante mis pasos que te buscan, Señor!
¡Qué protección la de tu mano extendida
que me conduce por senderos de profundidad e interiorización!
Cuando el cansancio me vence tras la dura jornada
y el sueño pone nubes pesadas en mis párpados,
¡Tú velas mi descanso, Señor!
Aunque camine por el filo de un acantilado
y el mar ruja devorante bajo mis plantas;
aunque me encuentre sin sombre protectora
en el mediodía canicular y alucinante;
aunque la noche me rodee de aullidos de lo desconocido
y el miedo se abalance como fiera hambrienta contra mi corazón…,
¡seguiré confiando en ti,
protector de los mendigos de la paz,
guía seguro de los que tienen hambre de tu presencia!
Deja tu comentario