DESDE EL FUTURO
Nuestra tendencia “natural” a una consideración lineal del tiempo y de la vida es falsa. La irrupción en la historia humana de Jesús y su evangelio la desautoriza y la corrige. Porque el evangelio de Jesús es el anuncio de la llegada ya del Reino de Dios futuro: ese Reino, cumplimiento definitivo, adquiere actualidad, se hace patente, en quien presta oídos al mensaje de su próxima venida y lo acepta. En otras palabras: el presente viene determinado por el futuro, y no por el pasado… de ahí que vivimos la vida como promesa y no como fatalismo, intentando aproximarnos a ese cumplimiento, y no “fabricando” nosotros ese futuro. Al menos ésa es la sugerencia de nuestra fe cristiana.
Casi siempre valoramos el presente como si fuera consecuencia y resultado del pasado, que ya ha acontecido; y como causa y determinación del futuro que nos acontecerá. Ésa es la concepción lineal del tiempo. Esta forma de pensar, que aplicada a la naturaleza nos permite controlarla, al descubrir la regularidad y determinación de sus procesos, pudiendo hacernos capaces de crear y dominar la estructura material que nos concierne; no es, sin embargo, tan evidente que debamos aplicarla a una consideración global de la vida y a nuestra percepción del misterio de nuestro ser personal. En ese ámbito íntimo y secreto, misterioso y trascendente, no es aplicable sin más el determinismo pasado-presente-futuro, al que sometemos con éxito aparente nuestras realidades materiales.
Nuestro futuro como personas y como comunidad humana no es sólo sucesión temporal, sino cumplimiento y plenitud. No depende exclusivamente de nuestro esfuerzo ni es conquista nuestra, pues la única evidencia de un transcurso del tiempo “lineal” es la de nuestra muerte material, segura e ineludible. Y, sin embargo, como nuestra destrucción corporal no nos permite constatar que con ella accedemos a esa plenitud ansiada e incoada con el regalo de nuestra propia vida, esa consideración del tiempo no logra satisfacernos: morir no es la meta de nuestra vida.
Es sobre todo la llegada de Jesús y su anuncio del Reino de Dios como ámbito de su presencia y convocatoria a la unidad y comunión con Él, como cumplimiento y definitividad de nuestra vida, el que nos abre la conciencia a otra consideración de la temporalidad y del futuro, determinando también de ese modo nuestro presente e incluso nuestro pasado, que también fue presente en su momento…
Dice W. Pannenberg: “Según el mensaje de Jesús, en la venida del Reino de Dios se encierra todo lo que Dios desea del hombre y todo lo que él le da”. Por eso dicen los teólogos que la irrupción del Reino de Dios con Jesús, el tiempo de la Iglesia, es el ya, pero todavía no;porque el futuro ya está actuando, es el motor de la historia humana, el horizonte de plenitud y cumplimiento garantizado, asumido por Dios, puesto a nuestro alcance como posibilidad real, no en función de lo que hagamos para crearlo nosotros, sino en la medida que lo asumamos y nos incorporemos a él con nuestras decisiones, desde nuestra libre voluntad. Y eso es también descubrir la Providencia divina en nuestra vida, en el acontecer de cada día con sorpresa, con ese asombro de descubrir el cuidado y la cercanía misteriosa y oculta de Dios, que te acompaña mientras te convoca a ese futuro de su Reino, desde el que dirige tus pasos.
Rehacer, pues, la consideración de nuestra vida y no pretender forjar nuestro destino con nuestras decisiones, como si éstas hubieran de ser la causa generadora de lo que seremos y gozaremos; sino vernos yaproyectados en un futuro decidido, definitivo y de plenitud, desde el cual se nos invita a ir eliminando los obstáculos y allanando el camino hacia él; viendo en cada momento la ocasión propicia de incorporarnos al dinamismo del espíritu envolvente en cuyo seno iremos navegando, aproximándonos, llegando a ser quienes hemos de ser…
Y con el cambio de perspectiva, del pasado paralizante y condicionante, irremediable, al futuro ya definitivo y liberado, salvado; una alegría desbordante y un entusiasmo irreprimible. No hay que temer al fracaso, es un futuro decidido de unidad, comunión y universalidad, es la victoria de Dios; o mejor: es su Reino, su divinidad participada. Vivir el presente desde la victoria futura (el mensaje pascual del Apocalipsis), y, por tanto, con ilusión y entrega total hasta la muerte. Porque si nuestro futuro dependiera de nuestras decisiones, siempre habríamos de actuar con temor y temblor, aterrorizados ante el riesgo de nuestra debilidad, finitud y falibilidad. La dinámica y el ritmo de la historia, en su profundidad, no la podemos marcar nosotros, porque nuestro barro es tan frágil y nuestra torpeza tan grande, que dejados a nuestro arbitrio únicamente seríamos capaces de perder el paraíso original que se nos concediera… El camino de la historia, la dinámica de la salvación, ha de proceder del futuro, que es Dios y su Reinado, y desde él proyectarse en nosotros como oportunidad, ocasión constante de incorporarnos a su realidad desde esa estructura dinámica de promesa y cumplimiento, de ya y todavía no; pero conscientes y seguros, gracias a Jesús y a su evangelio, de su plenitud y definitividad.
Por eso somos invencibles, porque Dios es el Alfa y la Omega, el principio y el Fin, el Alfa desde la Omega; y porque el hecho de serlo lo hace a Él tan excéntrico que otorga a su creación el dinamismo de su Reino para darnos la oportunidad de sumergirnos libremente en Él, seguros y felices, sin atisbo de duda.
Desde el futuro absoluto, ya decidido, no puede uno temer el presente, por negativo y aparentemente aniquilador de toda esperanza que parezca. Sabiendo del triunfo de la vida, viendo en el horizonte la Gloria de Dios, la resurrección y la eternidad, Jesús no teme la cruz,aunque tiemble ante ella y la sufra hasta sus últimas consecuencias de dolor y de muerte. Nada ni nadie puede arrebatarnos la victoria, porque está decidida por Dios y no depende de la voluntad humana, por eso no tenemos miedo ni siquiera de nuestro pecado… ni siquiera él puede alejarnos de la salvación si no le damos opción nosotros… y no es nuestro esfuerzo quien nos hará ganar el Reino, porque ya está presente en nosotros, aquí y ahora, desde el futuro absoluto de Dios; nuestra única tarea es la de asumirlo, integrarnos en él al incorporarnos a Jesús, al acoger la vida sacramentalmente con Cristo y los hermanos, a través de los cuales nos ofrece la ocasión de gozarlo y hacerlo nuestro, de hacernos suyos…
No hemos de esforzarnos para conseguir conquistar el Reino de Dios y que llegue a nuestro mundo, sino dejarnos absorber por él, ya presente entre nosotros… La resurrección de Jesús es la declaración irrefutable por parte de Dios de que ese Reino está definitivamente establecido en el futuro al que convoca nuestras personas, y que nuestra vida es para ser vivida como anticipación provisional del mismo, con la oportunidad de pertenecer a él, viviendo la ineludible finitud y limitación de nuestra materialidad, causa de la provisionalidad, con el gozo, la dicha y la luz de esa definitividad. Desde él recibimos vida, y la recibimos con seguridad y conciencia de plenitud y cumplimiento. Vivimos condicionados por los límites del presente, sí, pero vivimos desde el futuro…desde el futuro de Dios… el nuestro…
[…] DESDE EL FUTURO […]