EPÍLOGO SOBRE EL PERDÓN Y LA CONFESIÓN
Como veo que los tres escritos “Sobre el perdón y la confesión” pueden resultar algo inquietantes para algunas personas, quiero muy brevemente exponer en modo telegráfico lo que está a la base de esas reflexiones, que nunca (lo repito muchas veces en muchos de los escritos que creo más “polémicos”) pretenden ser destructivas; sino todo lo contrario, plantear los auténticos desafíos de la fe cristiana tal como nos ha llegado después de veinte siglos, no tanto para quien se considera integrado en “la Iglesia”, sino para cualquier persona honrada que se cuestiona profundamente su vida, reconoce a Jesús en su misterio, y sin embargo no logra ver su propuesta y mucho menos su seguimiento en la actual forma de presentarlo y reclamarlo como propio la Iglesia “oficial” en su doctrina, en sus exhortaciones y en su comportamiento. Como dice Nines en un comentario a esos escritos, valdría la pena la convocatoria a un debate abierto y amplio al respecto; pero en el estado actual de confinamiento domiciliario parece imposible (que no nos falte nunca la sonrisa), aparte de que en estos momentos no me encuentro precisamente disponible para un encuentro que creo interesantísimo y enriquecedor… pero no lo descarto; y en la medida que suscite interés podría proponerse con seriedad…
1-Hay que distinguir entre “sacramento” del perdón y confesión individual. El perdón sacramental estuvo ligado al Bautismo.
2-La fidelidad a la verdad y al evangelio reclaman considerar críticamente y sin miedo los interrogantes que plantea la confesión individual; y ello a partir del propio evangelio y el tratamiento sorprendente y delicado de Jesús.
3-Es preciso, urgente, y responsabilidad cristiana, liberar de los escrúpulos y angustia ligados a la presentación tradicional de la confesión. Hay que estimular, promover y ensayar nuevas perspectivas para valorar el sacramento en sus verdaderas dimensiones y en toda su profundidad. La propia Iglesia oficial ofrece medios (celebración comunitaria con absolución general) que luego temerosa y cobardemente limita y pretende secuestrar.
4-La sacramentalidad de la confesión individual en su forma actual ha quedado reducida estrictamente a “la absolución por el ministro” como mediador de la comunidad cristiana. Todo lo demás que conlleva está en la línea de la “dirección espiritual”.
5-Tal “reducción” fue, cuando surgió y se generalizó, una concentración pedagógica en un mínimum in indispensable, más fácil y cómodo en aquellos momentos, de una rica dinámica penitencial, y como tal comunitaria y celebrativa.
6-En un cristiano normal la confesión frecuente (digamos que mensual, trimestral…) supuestamente recomendada, no está en la línea sacramental, sino en esa pretendida dirección espiritual, cuestión que sí pertenece al ámbito individual y privado de la persona, y que cualquier cristiano puede resolver en otros términos y sin necesidad de clérigos ni ministros ordenados.
7-La coherencia testimonial y teológica cristiana no puede consentir en que nada relegue o lleve a olvidar que la sacramentalidad, y los sacramentos, exigen por definición una dimensión comunitaria y celebrativa, imperceptible hoy en la confesión individual.
8-La confesión individual en la forma heredada y todavía practicada hoy no propicia una adecuada valoración del sacramento del perdón, ni una coherente y evangélica inserción en la dinámica cristiana de compromiso e integración a la comunidad y en el anuncio insoslayable de la misericordia y del perdón.
9-La doctrina teológica de la sacramentalidad y los sacramentos, de la gracia divina y la oferta incondicional de su perdón, de la eclesiología de la comunión y del ministerio ordenado como servicio pastoral, del sacerdocio común de los fieles como única base desde la que se establece la comunión fraterna, se actualiza el misterio y se concreta (mysterium=sacramentum), etc… no puede presentarse, resolverse, ni mucho menos limitarse o encerrarse, en conceptos legalistas, juridicistas, ni simplemente autoritarios y mediatizados centralista y jerárquicamente. Hacerlo así es atentar a la verdad y a la propia historia cristiana.
10-Es responsabilidad cristiana reclamar con espíritu crítico y fraterno, con exigencias de madurez y compromiso, una revisión constante de la vida de nuestras comunidades (parroquias) y de las prácticas, celebraciones y “teologías” que nos identifican (“Ecclesia semper reformanda”). Esa exigencia apostólica de “dar razón de nuestra esperanza” es todo lo contrario de sentirse satisfechos y conformes con lo heredado, desde el inmovilismo y la antigua pretensión de “sociedad perfecta” y prácticas irreformables. Decir lo contrario es, y en esto soy rotundo, mentir abiertamente.
Este epílogo a mí me resulta muy clarificador y tranquilizador. Estoy totalmente de acuerdo; y lo que espero, Juan León, es que nos liberen del enclaustramiento domiciliario y tú estés en disposición de convocar y dirigir ese debate que, como dice Nines, resulta tan necesario …¡urgente!
Debe tenerse en cuenta que en la base de todo tu análisis radica el casi total apartamiento del Sacramento del perdón (y, lo que es más grave, la falta de conciencia de la necesidad de ser perdonados) de una gran parte de los cristianos jóvenes (al menos, en España).
Correlativamente, el cambio en las formas tradicionales, para quienes la practican todavía, evitaría una deformación importante, suprimiendo de su contenido algo que tú has incluido generosamente en la “dirección espiritual”, pero que tampoco sería disparatado incluir en el ámbito de la psicoterapia.