Saberse pecador. Sentirse pecador. Sin excusas ni disimulos. Sin coartadas ni circunstancias atenuantes. Pecador. Voluntariamente. Sin paliativos. Justamente acusado y más justamente condenado por el tribunal de mi propia conciencia, precisamente porque ésta, mi conciencia, me decía que soy de Dios, imagen y semejanza suya, y no proyecto ni obra mía. Porque me sé criatura y no creador, me siento, me sé, también responsable de mi terquedad y de mi obcecación al pretender conducirme como director absoluto y exclusivo de mi vida.
Pecador por soberbio y orgulloso: ¡cuánto me cuesta reconocer, si es que lo hago, que no puedo caminar solo! Cuánta pretensión de autosuficiencia y de independencia, para encubrir mi voluntad de ignorar o dominar al otro, de imposición de mis decisiones, de rechazo de la ayuda imprescindible para llegar a hacerme humano…
Pecador porque envidio y codicio (disfrazándolo con otros nombres domesticados) mucho de lo ajeno: propiedades, logros, dignidades, escalafones y poderes. Porque añado a mis desmedidas ambiciones el calificativo de “justas y legítimas”, aunque sé que su búsqueda y consecución me alejan irremediablemente de la humildad y de la sencillez, de la honradez y de la vida fraterna. ¡Cuántas veces, aunque no haya maldad manifiesta, me niego a la renuncia!…
Pecador porque me dejo llevar sin apenas esfuerzo de lo oculto y lo sombrío, de la suciedad y la podredumbre a las que condenamos fácilmente gran parte de lo más noble e identificativo de lo humano; haciendo del compromiso y la confianza una burla, y del prójimo un objeto…
Pecador por falta de audacia y de sensatez, por negarme al esfuerzo, por desagradecido y caprichoso, por adulador del poderoso y menospreciador de lo sencillo. Pecador porque no me sustraigo al influjo del ambiente dominante o de la opinión mayoritaria, por cobarde y pusilánime…
Queriendo seguir a Cristo, me siento realmente pecador. Me sé infiel y necesitado de perdón. No puedo rehuirme a mí mismo cuando constato lo que es mi vida; ni puedo disculparme por mi impaciencia, mi desánimo, ni siquiera por mi cansancio; porque la fatiga que siento a veces por serte fiel, Señor, no es consecuencia de mi esfuerzo por seguirte, sino al contrario, me la causa mi empeño en resistirme a dejarme llevar de tu mano.
No soy pecador por la magnitud de mis culpas, sino más bien por lo contrario: porque mi vida es buena en apariencia, y para algunos incluso digna de elogio; pero, sin embargo, yo sé de mi orgullo, de mi vanidad y de mi cobardía… Conozco mi cómodo seguirte en un medio que me exige poco. Sé que me he rodeado de comodidades y busco todavía lo fácil y poco exigente. ¡Cuántas veces la apariencia de una vida austera esconde un gran bienestar! ¡Cuántas veces la supuesta soledad se convierte en garantía de no ser “molestado” por nadie, de no tener que acompañar a nadie! ¡Y cuántas veces el supuesto compartir es una mera búsqueda de satisfacción y un huir de decisiones personales comprometidas! Así: pecador por defecto y por exceso, por tacaño y por derrochador, por acaparar y por despilfarrar…
Y Tú, Señor, me repites: tus pecados te son perdonados. Anda y no peques más…
Deja tu comentario