PEDIR, BUSCAR, LLAMAR… (Lc 11, 1-13)

La oración es tema recurrente en el evangelio de Lucas, y el evangelista nos la presenta, en el contexto del camino definitivo de Jesús a Jerusalén, desde una perspectiva integral: orar como necesidad, como identidad de discípulo, como signo y elemento imprescindible de seguimiento y de comunión, como confesión de impotencia personal y de alegría por compartir lo más profundo, lo que nos une a Dios y nos compromete con los hermanos. Porque todo eso es la oración, y no esa mezquina interpretación nuestra reduciéndola a “pedirle algo a Dios”.

La evidente y casi obsesiva llamada a la insistencia por parte de Jesús en este episodio no podemos, pues, limitarla simplemente al hecho de “no cansarnos ni dejar de pedir”; sino al sentido más profundo de que no sepamos vivir sin hacerlo desde la intimidad a la que nos convoca Dios, es decir, experimentando y cuidando nuestra dependencia de Él y nuestra vinculación a su comunidad de discípulos, a nuestras hermanas y a nuestros hermanos.

Pienso que la insistencia en definitiva, no es tanto para que pidamos mucho, como para que no dudemos de que Dios nos da mucho… y de que nos da, justamente, lo que necesitamos… La incomprensión nuestra ante sus dones, cuando no coinciden con nuestras demandas, nos debe conducir, pues, de cualquier modo, a un agradecimiento sincero al saber que Él nos conoce y nos acompaña, a pesar de no saber verlo nosotros; y a la expectación ante sus dones, a la aventura de estar atentos para descubrir sus sorpresas e imprevistos…

Comprobar cómo Dios no hace caso en apariencia a nuestras peticiones y oraciones (¿acaso no son siempre egoístas e interesadas, ventajosas y poco “evangélicas”?…), no puede llevarnos a la desconfianza, al rechazo, al olvido de orar o a la dejadez; y, así, desistir y “dejar de pedir”… Porque pedir no es exigir, sino voluntad de mostrarle nuestra total y libre dependencia de Él. Nuestra actitud debe ser la de comenzar a agradecer… agradecerle incluso que defraude nuestras expectativas y pretensiones, disculpándonos por agobiarlo, por atosigarlo y reclamarle, por ser tan caprichosos e interesados, por no ofrecernos nunca a Él del modo que lo hizo Jesús con nosotros: incondicionalmente y para siempre…

Pedid… hasta que os deis cuente de qué es lo que os conviene  y aprendáis a pedir…

Buscad… sin desmayo, hasta que encontréis no lo que pretendíais, sino lo que Dios os regala, y os pasa desapercibido porque no le prestáis atención…

Llamad… sin cansaros, porque la espera, la paciencia, es signo de confianza y acrecienta la ilusión… y porque si Él no acude cuando le llamas tal vez sea porque no has aprendido todavía a pronunciar bien su nombre, o a hacerlo con el tono y el acento del cariño y del deseo de amor y de ternura…

Te pido, pues, Señor; pido sin cansarme… pero no para que me concedas todo lo que pido, sino porque necesito contarte mis deseos e ilusiones, precisamente porque esa fantasía mía sobre lo que podría pasar y yo querría que me aconteciese, me da fuerza y confianza… me descubre tantas cosas posibles, aunque difíciles, que me gusta saber que Tú me escuchas y sonríes complacido porque anhelo llegar cada vez más cerca de esa persona que aún no soy y Tú quieres que sea… Por eso no te pido tanto para que me des, como para compartir contigo mi puerilidad y mis sueños, sin temer decepciones o aparentes frustraciones… te pido para sonreír delante de ti como un niño que pretende que todo salga según su voluntad y su capricho, aún sabiéndolo imposible… y para que Tú me sonrías también, sin hacerme mucho caso, como a ese niño caprichoso que soy…

Te busco, Señor, con obcecación e insistencia…  temiendo perderme o enredarme en sutilezas y engaños; y cayendo mil veces en espejismos que consumen mis fuerzas y luego se revelan falsos… Pero te buscaré sin desmayo, porque siempre te encuentro… jamás me dices: “llegas tarde”; jamás encuentro distancia ni rechazo… Necesito buscarte para cantarte, simplemente, que Tú eres el rey, el rey de mi vida, el número uno en mi corazón; a ti yo te brindo todo lo que soy…  yo quiero darte siempre el primer lugar… ¿Cómo no voy a buscarte siempre, si ya no puedo vivir sin Ti?…  ya no sé vivir desde mi yo, tan mezquino y miserable… Me has mostrado cómo vivir desde Ti, y necesito el continuo contacto contigo, necesito tu calor y tu fuego, arder contigo y con los míos, los tuyos que compartimos…

Te llamo, Señor, te llamo porque Tú me has llamado. Llamo a tu puerta como el amigo importuno; inoportuno, pero amigo… que no pide para él, sino porque debe atender a otros, debe mostrar generosidad y acoger a quien también a él le ha sorprendido intempestivamente y a quien no puede rechazar, pues eres Tú quien me ha mostrado y me exiges el camino de la disponibilidad, de la confianza, de la misericordia y la bondad… y, para seguirlo y hacerlo verdad en mi vida, Tú me eres imprescindible…

Pedir, buscar, llamar… ¿hará falta decir que, como siempre, es Él quien nos ha salido al paso y se nos ha adelantado?…

Deja tu comentario