El asombro al considerar nuestra vida desde lo que Dios ha hecho en ella y nos propone llevar adelante debería ser tal que estuviéramos completamente fascinados por Jesús y su Reino, por su evangelio y por su iglesia… Sí, tal como les ocurre a sus discípulos, la aventura de la vida cuando irrumpe Jesús en ella se torna en algo fascinante, y sólo puede afrontarse con un entusiasmo desbordante. Pero bien entendido que ese entusiasmo no nos lleva a grandes pretensiones, ni a buscar otros objetivos por encima de nuestras capacidades, ni a proyectar nuestros deseos hacia metas que antes creíamos imposibles. No, la cercanía y el contacto con Jesús, la fascinación que ejerce sobre las personas procede justamente de esa vida tan poco destacada, tan similar a la nuestra, pero vivida de un modo tan peculiar y con tal intensidad, que es imposible que pase desapercibida, porque es luz y fuego: alumbra y quema sin remedio.
El asombro y la conmoción del encuentro con ese Jesús, el Mesías de Dios, supone en quien se acerca y es llamado por Él un impacto tan fuerte y enriquecedor, tan demoledor y definitivo, que con demasiada frecuencia nos gusta hablar de él como de una inevitable seducción: Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir, dice el profeta Jeremías, me forzaste y me pudiste… Pero hablar de simple seducción me parece demasiado “fatalista” y pasivo; lo que hace Jesús es llamar: invitar, sugerir, proponer, convocar… es decir, pedir nuestra voluntad de acompañarlo, de ir con Él, el cual, previamente, se ha colocado a nuestro lado… Y eso no es seducir… en todo caso es maravillar: nos fascina su forma de vida y su cercanía, nos sorprende Dios en Él… nos sorprende Él al invitarnos a Dios… Es algo absolutamente asombroso, pero ese asombro no nos deja impotentes ni nos paraliza; sino que, por el contrario, se convierte en propuesta, en exigencia, en impulso hacia lo estimado antes imposible y ahora palpable como real y cercano, hacia lo nunca imaginado como posibilidad nuestra y ahora accesible… por eso fascina, porque llama al seguimiento y otorga a la vez la fuerza necesaria. Nadie sale indemne del impacto que supone encontrarse con Dios en Jesús, encontrar a Jesús y descubrir a Dios en Él… Ya no puedes ser el mismo que eras, ya no puedes vivir tu vida como la vivías, ni hablar como hablabas, ni reír como reías… mucho menos amar como amabas… rezar como rezabas… ahora hay algo definitivo…
Y, ¿cómo vivirás ahora desde el asombro y la fascinación provocada en ti por Jesús? Porque tal vez la única diferencia al principio la percibas tú: una paz y una alegría antes desconocidas; una ilusión y una actitud de confianza radical y de esperanza indefinible, completamente gratuita; un entusiasmo imprevisto en medio de las mismas inquietudes y problemas de antes… Es esa sensación indescriptible que te lleva a decir como Pedro cuando Jesús le pregunta si el “desengaño” que el evangelio aporta a su vida (que pretendía triunfo y poder), le va a hacer renegar de Él, o le parece tan duro e incomprensible que lo estima inaceptable: …Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna… Y bien entendido que ese “Tú tienes” significa sobre todo: …”sólo Tú tienes”… nadie más…
La conmoción del encuentro con Dios a través de Jesús permanece; y no sólo es imborrable en el terreno de los recuerdos memorables y decisivos de la vida de las personas, sino que queda activa y presente, te instala en un dinamismo vital nuevo, de horizonte impredecible y de dicha difícil de contener o de disimular. Porque aunque al principio parezca no haber cambiado nada, lo cierto es que al discípulo de Jesús se le nota… y se le nota porque no pretende hacerse notar, sino ser cercano y compañero de camino, prójimo, disponible y confiado, rebosante de paciencia y de sonrisas…
Asombrados del regalo de Dios al acercarse a nuestra vida e invitarnos a incorporarnos a Él, dado que Él se ha encarnado en nosotros; y fascinados por ese Jesús que nos conmueve y estremece, ya no pretendemos grandes metas, sino tan sólo vivir, pero vivir de esa manera, la suya, la de Dios… Y es innegable que eso, sin cambiar absolutamente nada, se nota en todo… Al que vive fascinado le delata hasta la ternura de su mirada y la caricia de su sonrisa… Supongo que tú también miras ahora así y sonríes de esa manera… porque si no es así es que lo has dejado pasar de largo…
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