Más allá de toda consideración de crítica musical, la música de Mahler es asomarse a lo profundo, al misterio de la realidad y los interrogantes del hombre, a las inquietudes y angustias, a lo inexpresable, al ansia de eternidad y el absurdo de la muerte, al sufrimiento y al dolor, al anhelo de resurrección y la insaciable sed de plenitud, a la pregunta por Dios, al enigma de la vida. Es lanzar angustiosas y constantes preguntas, y buscar imposibles respuestas; es dejarte expuesto ante el espacio infinito sin defensas, a la eternidad del tiempo sin apoyos. No deja indiferente, porque su encanto no es el del recurso a lo bello y a lo estético, sino que apunta al cuestionamiento inextinguible y obsesivo por el sentido de la vida y el ansia de plenitud en medio de una realidad aparentemente condenada. La música y la poesía de sus grandes obras nos conducen al borde del abismo, para que desde allí nos embargue la angustia o la esperanza. Como expresamente dicen sus letras, nos deja en la clarividencia del deseo: en el ansia de la profunda eternidad, la confianza en la resurrección, el enigma aparentemente insoluble de la vida…
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