¿Cómo no dudar en principio de la resurrección de Jesús? ¿Hay algún indicio en la historia de tal posibilidad? ¿Acaso puede aportar alguien pruebas concluyentes de la trascendencia? Para poder creer en la resurrección de Jesús hay que dudar previamente; más aún, hay que estar completamente convencido del fracaso de su vida, de la estrepitosa derrota de la cruz… La única evidencia es la de la muerte, y sólo desde esa evidencia contundente es posible convocar a la fe en la resurrección. En otras palabras: sólo desde la duda y el desconcierto originado por la certeza incuestionable de que Dios no triunfa en este mundo, sino que está condenado a ser excluido y eliminado, es posible mirar la vida de otra manera, acceder a otro horizonte y despertar a una eternidad más allá de la realidad visible…
Es cierto que el punto de partida, la cruz de Jesús, debería abrirnos los ojos a ese otro horizonte de la trascendencia. La forma en que Jesús muere revela un modo humano de morir insólito en cuanto a su profundidad abismal: jamás un hombre ha muerto de esa manera, solamente alguien que no sea humano puede morir así… sólo si Jesús es Dios se puede aportar algo de luz a esa vida que culmina en tan estrepitoso desenlace. El rumor de extrañeza y de peculiaridad que envolvió toda la vida de Jesús, llega al colmo en cómo muere: cómo afronta su muerte y cómo la vive… Si su vida planteaba interrogantes que la sumían en la perplejidad y el desconcierto, que permitían palpar y sentir la presencia del misterio divino, su muerte eleva al infinito el vértigo y el abismo en el que hunde sus raíces ese hombre… ni vive como un hombre normal… ni muere como un hombre normal… De alguna manera podríamos decir que la vida de Jesús y su culminación en la muerte en cruz como un criminal condenado y maldito, no tiene otro sentido que el de dejarnos en la duda, en el interrogante absoluto, en el cuestionamiento de su persona y, simultáneamente, de las auténticas dimensiones de nuestra humanidad…
Pero el caso es que tras su muerte, de lo que nadie duda es de que ya no queda sino su cadáver; y con ello el interrogante de su vida parece resuelto por vía negativa… la decepción de sus discípulos no puede disimularse. Y aunque hayamos hecho de Tomás el prototipo del que duda, ninguno de aquellos discípulos creyó sin ver… la única diferencia es que Tomás no se encontraba presente en el momento de la primera aparición. Y, obviamente, duda; tal y como habían dudado los demás hasta esa aparición. Y como la duda les afecta a todos, y Tomás no reclama sino aquello que los otros ya han tenido: la visión del resucitado, de su Maestro Jesús crucificado y sepultado; yo quisiera cargar el peso de la responsabilidad de ese rechazo suyo a creer en los otros diez: ¿es que acaso eran de fiar en su testimonio? ¿cómo podían reclamar confianza de Tomás, si seguían siendo los mismos, encerrados y amedrentados en su escondrijo?
¡Qué poco había transformado todavía sus vidas la experiencia de Jesús resucitado! Un discípulo encogido y acobardado carece de poder de convicción. ¡Menudo testigo! En realidad Jesús no ha resucitado para él, aunque se le haya aparecido. ¿Y qué valor puede tener entonces su supuesto testimonio? Tomás podía fácilmente argumentar: si fuera verdad que Jesús ha resucitado y se ha dejado ver, ¿cómo no ha dado un vuelco vuestra vida y anunciáis entusiasmados el triunfo de Dios, la reivindicación de su vida y la llegada definitiva de su Reino prometido? ¿cómo no os habéis transformado en mensajeros intrépidos de su evangelio? Dicho a la inversa: si tu vida no ha cambiado en nada, si no te has dejado arrastrar por la dinámica de ese Reinado suyo, que no es de este mundo, ¿qué más da que haya resucitado?…
Porque el encuentro con Cristo resucitado no es una noticia que hay que transmitir, sino una convocatoria de Dios, la insistencia apremiante de Jesús durante toda su vida. No hablamos de “volver a la vida”, sino de “llegar a La Vida”; no queda restablecido algo provisional, sino que se alcanza la plenitud definitiva. No es el premio alcanzado que merece el justo, cuyo sufrimiento le ha hecho acreedor a recompensa, sino la invitación a sumergirse en la humanidad divinizada, ya liberada de sus límites y de sus limitaciones terrenales. Y de ahí también el mandato: ¡Alegraos!
Sin embargo, como había hecho siempre, Jesús suple lo que falta todavía a sus testigos: ¡también se aparecerá a Tomás! Y con ello estará dejando caer un cariñoso reproche a todos: ¿ver para creer? ¿creer y seguir viviendo a lo humano y no desde Dios?. Ciertamente, no ha llegado aún Pentecostés…
Tomás, como cualquiera de nosotros, ha de caer a los pies de Jesús para confesar su resistencia a creer. Porque de alguna manera, no creer en su resurrección sin pruebas evidentes como quiere, significa que nunca ha confiado plenamente en Él; que su seguimiento siempre había sido interesado; que jamás quiso entender de qué Reino hablaba ni cuáles eran sus expectativas; y que esa falta de comprensión, esa resistencia a aceptar sin reticencias que en Jesús hablaba y actuaba el mismo Dios, es la que origina la duda…
La sucesión de los acontecimientos está clara: cuando aquella comunidad primera de discípulos se dejó llenar del Espíritu Santo su poder de convicción removió el mundo y no hubo Tomás que lo dudara. Sólo entonces creyeron realmente en la resurrección… Válganos la lección: la resurrección de Jesús, el Cristo, no es la noticia que hemos de transmitir sin descanso año tras año los cristianos en Pascua, sino el sumergirse cada día con más profundidad en el horizonte de Dios inaugurado por Él para impregnar nuestras vidas de un futuro eterno y, más allá de pruebas y milagros, vivir ya desde ahora de un modo resucitado, al modo como Jesús vivió, murió y fue exaltado.
Hace ya un tiempo que te escuché este comentario sobre la incredulidad de Tomás. Ya entonces quedé impactada por el argumento de la culpabilidad e incredulidad de los diez. Algo que jamás se me había pasado por la cabeza, pero que me abrió una visión tan diferente que me hinchó el alma pensando: “jamas dejaré de descubrir nuevas maravillas en los mensajes de Jesús”
Hoy acojo este escrito con la serenidad de conocer ese argumento, pero desmenuzando todas las palabras con gran avidez.
Gracias por darme, de nuevo, algo extraordinario en lo que meditar.
Creo que un simple día más de nuestra vida nos otorga una nueva perspectiva para leer con ojos nuevos, o enriquecidos, “el mismo” evangelio, los ¿“mismos”? signos de la presencia de Dios y su misterio entre nosotros. La semilla no deja de germinar y crecer …