SIMPLEMENTE, VIVIR
Siempre debemos escuchar las palabras de Jesús y su anuncio del Reino de Dios que él inaugura y que irrumpe en este mundo con su propia persona, haciéndonos cercana y próxima la trascendencia divina, como una solemne, solemnísima, invitación a la vida, en su sencillez y su profundidad. Con la revelación definitiva de quién y cómo es Dios, al compartir Jesús su vida con nosotros y hacernos capaces de experimentar cuáles son la verdaderas dimensiones tanto de su misterio como del misterio de nuestra persona, nos convoca a apreciar el horizonte infinito de la auténtica confianza en él, cuyas consecuencias son descubrir nuestro “destino”, la meta de nuestra vida y el acceso a la felicidad eterna que tanto anhelamos.
Nos invita a teñir nuestra vida y nuestra persona de ilusión y de esperanza, y a ir tejiéndola y saboreándola desde la conciencia agradecida de quien se sabe llamado a ir más allá de sus posibilidades y recursos, perdiendo el miedo a lo desconocido, sabiéndose acompañado y cerca de Jesucristo, e impulsado por una fuerza íntima y envolvente, la de su Espíritu Santo, que nos anima y dirige hacia los brazos de un Padre que nos espera.
Nuestra vida es, realmente, un caminar unidos hacia la luz, la luz que un día nos deslumbrará sin cegarnos, y que ahora entrevemos como la única posibilidad de salvación definitiva, porque en medio de nuestros trabajos y limitaciones jamás dudamos de esa mano que se nos tiende, de esa sonrisa que nos invita, de ese perdón que nos regala paz, de esa convocatoria de amor fraterno, llamada a la solidaridad y a la compasión.
Por eso todos los discursos que hablan de forma apocalíptica y del “Juicio final” no pretenden infundir terror o angustia; sino que se sitúan justamente en el polo contrario: es decir, quieren animarnos, advertirnos de antemano que “a pesar de” cualquier posible catástrofe o signo destructivo, la promesa es definitiva e irrevocable, y nada hemos de temer. Aunque todo nos parezca un desastre o un naufragio, ninguno “de los suyos” se va a perder. Justamente se nos quiere advertir de ello para afianzar nuestra esperanza y nuestra absoluta confianza, y seguir caminando “a la manera de Jesús”, sin desanimarnos ni lamentarnos. Se nos invita, simplemente, sencillamente, a vivir, a vivir con alegría; quizás entre sombras y penumbra, pero siempre conscientes y felices porque ese peregrinaje fraterno es camino hacia la luz, una luz intensa cuyo resplandor anuncia el día y ya nos ilumina…
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