INCORREGIBLES (Lc 16, 19-31)

INCORREGIBLES (Lc 16, 19-31)

La insensibilidad ante el sufrimiento del prójimo es algo que nos sorprende en los demás, pero que no nos paramos a considerar pueda afectarnos a nosotros mismos, que nos indignamos ante las muestra de falta de piedad y compasión que descubrimos en otros.

Sin embargo, no podemos olvidar nunca preguntarnos por cómo ejercemos nosotros la compasión y la misericordia en nuestra vida cotidiana y frente a todas las personas. Porque uno de los mayores peligros de esa actitud de autosuficiencia y de “éxito mundano” que nos domina y cuya influencia parece inevitable (riqueza, poder, control y seguridad, previsión de todo, “derecho” ilimitado al ocio y al goce, etc.), es el endurecimiento progresivo e inconsciente que llega a convertirse en insensibilidad completa al prójimo, por cercano que lo tengamos, y en una pretensión de dominio absoluto incorregible. Y es ahí donde radica lo verdaderamente trágico de ese comportamiento: en que se convierte en incorregible.

Se olvida por completo la actitud de agradecimiento y la llamada a la alegría del servicio y la misericordia como el componente fundamental de nuestra vida, sin el cual es imposible llegar a ser en verdad persona y gozar de la convivencia y del amor compartiendo y enriqueciéndonos con nuestros hermanos (es decir, ya no se considera al otro como hermano…). La obcecación, la contumacia, son definitivas.

La única actitud que podría alcanzar la salvación del rico de la parábola lucana, el humilde reconocimiento de su vida errada y la petición sincera de perdón, es algo que ni se plantea, ni siquiera cuenta con ello como posibilidad; es incapaz de percibir la inconsistencia de su vida, él sigue siendo quien manda…

Y es que la necesaria (y tan cacareada) tolerancia no basta; hay que practicarla desde la sensibilidad profunda hacia el otro, desde la compasión y la piedad. De lo contrario, no nos libra de nuestro egoísmo, de nuestra autosatisfacción, de nuestra continua “tentación” de afianzarnos en nuestras pretensiones, de reivindicar “lo nuestro” (diciendo que “nos conformamos” con eso que es nuestro derecho…), de pretender la seguridad en todo y a toda costa; y tiende a encerrarnos en nuestro circulo de vida, siempre limitado, desentendiéndonos de los demás, e ignorando así, o no prestando atención, por pereza, desidia o afán de no complicarnos la vida, a los “Lázaros” que puede haber a nuestra puerta.

Permanezcamos siempre alerta, para que nunca llegue a determinar nuestra identidad ni a contaminar nuestra persona la más leve sombra de insensibilidad al sufrimiento ajeno, ni la severidad o dureza incorregible.

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