¿ASTUCIA O TRANSPARENCIA? (Lc 16, 1-13)
Reconocer (e incluso “admirarse” de su desfachatez y su verdadera mezquindad), la astucia que parece regir los destinos de nuestra sociedad y nuestro mundo, porque es la principal “cualidad” (que no “virtud”) ejercida por los esclavos del poder y del éxito para dominar a cualquier precio, instalarse perpetuamente en las cumbres y resortes que manipulan la vida de la humanidad, sin más contemplaciones que las de su propia egolatría; no es ni elogiarla ni recomendarla como actitud digna de las personas, mucho menos cuando su ejercicio implica un absoluto desprecio a la dignidad del otro, a la verdad y a la justicia, y una insensibilidad inhumana respecto a la fidelidad y confianza en los demás y a la asunción de responsabilidades en el ejercicio de nuestras tareas. (En realidad, la parábola de san Lucas nos presenta a un auténtico caradura, al que le trae sin cuidado todo lo que no sea el beneficio propio; y al que, en consecuencia, no le importa cambiar por completo de táctica o de estrategia comprando y vendiendo personas según convenga en cada momento con el único objetivo de explotar de uno u otro modo al prójimo de turno, sea quien sea…)
En ese sentido, la astucia se define precisamente como la capacidad de manipulación y de extorsión, la grotesca autojustificación de lo inaceptable por el simple hecho de haberlo hecho yo, pretendiendo así ser “el absoluto”, inmune a toda crítica y a todo límite, ya que monopolizo la corrección y la verdad. Se trata del cinismo y la hipocresía de quien no tiene escrúpulos, y toma al otro siempre como medio para conseguir sus objetivos de apalancarse en el poder o en la riqueza y dominar a los demás. La astucia así definida es, simplemente, lo opuesto a la honradez y a la decencia, junto a la enfermiza autoafirmación del yo, con su trasfondo de engreimiento y de soberbia.
Por eso su supuesto elogio en la parábola de Jesús no es una recomendación de imitación, ni mucho menos… (al mismo propietario no se le ocurre volver a emplear al sinvergüenza…); sino más bien la amarga constatación de la miseria de este mundo, manifestada vergonzosa y públicamente en el comportamiento de tantos personajes cuya actitud, si fuera otra, contribuiría eficazmente a la convivencia y solidaridad humana, y a construir realmente un mundo más fraterno.
Y no pensemos solamente en “los poderosos” o “influyentes”. Astutos en ese degradante sentido somos todos nosotros cuando intentamos y ensayamos toda clase de argucias e influencias para obtener ventajas o privilegios de cualquier tipo a la hora de concurrir a oposiciones, concursos o incluso beneficios sociales; o cuando blanqueamos dinero, evadimos impuestos u ocultamos datos que puedan “perjudicarnos”… Astutos somos cuando calculamos ventajas, abusamos de nuestra influencia o posición, exigimos precios abusivos porque (decimos para justificarnos) “son los del mercado”, y sólo valoramos nuestro beneficio olvidando a las víctimas de ese mercado; astutos cuando callamos el lugar donde hemos encontrado las setas o los frutos silvestres, para que nadie más pueda gozarlos…; cuando averiguamos dónde está el control, para así eludir la ley…; cuando mentimos descaradamente para devolver algo que habíamos comprado y no nos satisface… ; en definitiva, cuando lo único que cuenta es el triunfo de nosotros mismos ignorando o minusvalorando a los demás…
Pero, diremos, si así lo consideramos, ¿hay alternativa a la astucia en nuestro mundo?… El propio evangelio nos propone la única real: la transparencia y la consideración del otro. Dicho en otras palabras: la verdad y el amor al prójimo; precisamente lo que para el astuto constituye una insensatez, una “falta de realismo” y un despropósito… Pero, claro, la divergencia de puntos de vista proviene de algo mucho más profundo, y tiene que ver con otra alternativa previa, más radical y que compromete nuestro presente y nuestro futuro: ¿estamos por él?, ¿o contra él?…
Optar por la astucia como criterio director de la vida significa, pues, conformarse con este mundo de opacidad y de intereses ocultos, para medrar en él a cualquier precio y caiga quien caiga. La transparencia que reclama el amor nunca será aconsejable para el astuto; por eso, el supuesto elogio no es, en realidad, sino rechazo y condena… es mostrar la vergüenza del mundo que construimos y dónde está el origen de nuestra insensatez…
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