MARTA Y MARÍA (Lc 10, 38-42)

La tan repetida aplicación de la escena evangélica de Marta y María a las dos supuestas “vías”, la contemplativa y la activa; tal y como insisten teólogos, investigadores y exegetas del Nuevo Testamento, no tiene ningún fundamento ni está justificada por el texto evangélico. Ni existían en tiempos de Jesús “órdenes contemplativas”, surgidas, como es obvio, tras varios siglos de historia de la Iglesia; ni jamás consideró Jesús la vida de sus discípulos, como la suya propia, desde una perspectiva de separación de funciones o dimensiones “estanco”, sino siempre desde la unidad radical de la persona y de la vida. No habla, pues, en absoluto Lucas de contemplación y acción, de quedar embelesados o “enamorados” por un lado, y de activismo y eficacia por otro; ni pretende Jesús dictar sentencia sobre la superioridad de una dimensión sobre la otra. Pensemos que las líneas anteriores del evangelio nos hablaban del “buen samaritano”…

Nada, pues, da pie a hablar, como tantas veces se ha hecho, del privilegio y preferencia de una vida contemplativa, ni siquiera de su conveniencia. Otra cosa es nuestra voluntad de aprovechar escenas o palabras de Jesús para hacer, como dirían los clásicos, una interpretación alegórica, y ver en ellas motivo de aliento a nuestras devociones o planteamientos de vida cristiana; cosa no sólo legítima, sino conveniente y en coherencia con nuestra actitud de discípulos. Pero, insisten los especialistas, ello no está justificado ni mucho menos pretendido en el conocido texto de Lucas.

Más justificación tiene, nos dicen tales especialistas, el leer la escena como una deliberada abolición por Jesús de los tradicionales roles de delimitación de funciones entre hombres y mujeres por un lado, y entre anfitriones y huéspedes por otro.

Sí que parece evidente que sentarse a los pies del maestro era puesto reservado a los discípulos del Rabbí o del Maestro, los cuales eran indiscutiblemente varones, y era impensable que una mujer ocupara tal lugar, y menos por propia iniciativa. La reconvención de Marta a María va, pues, en esa línea: su lugar no es ése; la suya es una actitud, una pretensión, que trastoca la sociedad con sus normas, está usurpando un puesto reservado a discípulos. Jesús se muestra así, de nuevo, como un trasgresor de los límites y divisiones establecidos por nosotros, apelando a la igualdad radical y a la dignidad de toda persona y derribando los muros de enfrentamiento y separación levantados por nosotros, esta vez los de quién puede ser Maestro y lo que no está permitido a una mujer que es tan discípulo como cualquier otro…

Y también es evidente que el papel del anfitrión venía perfectamente definido por las normas de la hospitalidad y el “orden social”, que requerían el agasajo del huésped ilustre, el disponer lo preciso para su acomodo, y afanarse por disponerlo todo y servirle con toda solemnidad; y esa era tarea “en la sombra”, propia de las mujeres y criados… Jesús tampoco acepta esa actitud y esas normas de etiqueta social y protocolo, de ahí el reproche a Marta: Él no es el ilustre invitado, sino el amigo cercano… no es una visita de protocolo, sino la necesidad y el cariño del compartir…

Pero pienso que lo realmente importante que Lucas quiere transmitirnos es mucho más simple, aunque mucho más determinante y profundo, algo decisivo: la urgencia del momento. Entrar Jesús en una casa, en una vida, es un acontecimiento de salvación, definitivo. Es la oportunidad anhelada, el instante privilegiado que no puede relegarse, desperdiciarse con otros quehaceres… Porque su presencia es irrepetible… sobre todo si nos fijamos en que Lucas lo sitúa en el camino ya emprendido hacia Jerusalén, a la culminación de su vida en la cruz.

Igual que ocurre en las apariciones de Yahvé en el Antiguo Testamento, en el momento del encuentro con Jesús nada debe distraernos de su contacto, nada puede ocupar nuestra atención o ser obstáculo por nuestra parte, pues nos arriesgamos a perderlo, a no escuchar su llamada, a no dejarnos inundar de su paz, a no gozar de su palabra, de su sonrisa y del fuego de su amor…

Evidentemente no es una llamada a la pasividad, a la dejadez, a la inacción y el arrobamiento… no hay “misticismo” tal como lo entendemos tantas veces nosotros. No es eso, sino el entusiasmo de tenerlo al lado, el no poder concentrar nuestra atención en otra cosa cuando Él está junto a nosotros. No es el empobrecimiento del aislamiento, la desidia y la indolencia, sino el enriquecimiento necesario y el contagio de la divinidad, que nos visita y arrebata para colmar e impulsar nuestra vida tras Él… Porque Él está de paso… nos va a dejar un encargo…

¿Cómo seguir “a lo nuestro”, aunque sea para hacerle un supuesto homenaje, cuando Jesús viene para hablarnos, para sentarse a nuestro lado y hacernos confidencias? ¡Si ya lo conocemos!: no es una autoridad desconocida y majestuosa a la que sentimos y sabemos distante en una vida endiosada, sino el que comparte la suya con nosotros, el que se despojó de su rango y cuyo contacto hace penetrar en nosotros, desde el misterio, la luz que tanto ansiamos… No viene a ser servido, sino a servir, y sólo mansamente a sus pies por un momento, camino de la cruz, puede contagiarnos su dulzura y hacernos experimentar esa fuerza y ese fuego suyo, y saber que servir y hacerse prójimo, amar y estar cercano derramando bondad y misericordia, no significa adular ni agasajar; no se trata de agobios y homenajes, sino, sencillamente, de sonreír y hablar como Él lo hace… ¿Cómo no te has dado cuenta, Marta, de tal regalo?…

Deja tu comentario