CUESTIONES NO TAN INSIGNIFICANTES

CUESTIONES NO TAN INSIGNIFICANTES

Durante los últimos años, y por circunstancias diversas, he mantenido repetidas veces un debate “familiar” en varias comunidades y parroquias en torno a un tema que podríamos considerar intrascendente y banal; más aún, superfluo y poco digno de merecer reflexiones o consideraciones profundas, y mucho menos polémicas o debate. Aparentemente es de tal insignificancia y vulgaridad, que probablemente se me acuse (tal y como se me ha dicho) de exagerado, y se me considere (como con toda seguridad lo hacen algunos) poco menos que de extravagante y caprichoso, “maniático” y obcecado…

El asunto es tan nimio que hasta me da cierto reparo y vergüenza escribir sobre él: la venta de lotería navideña para financiar las parroquias. La costumbre está ya tan arraigada, que me he convertido en díscolo y casi monstruo por oponerme radicalmente a ella; y corro el riesgo de pasar por “dictador” al pretender extirpar tal procedimiento de las actividades parroquiales donde me encuentre, ya que “todo el mundo está de acuerdo…”, “se hace en todas partes…”, “la gente pregunta por ella y la busca…”; además, naturalmente, de que “es una fuente de ingresos…” “viene muy bien para comprar tal y tal cosa que hacen falta…”, etc.

Aunque pienso que sería una cuestión digna de debate, yo en principio no tengo nada en contra de los juegos de azar tipo lotería oficial o sorteos o apuestas (quinielas…), promovidos en nuestra sociedad con la complacencia de todos y “garantizados” por la Administración: “limpios”, transparentes y regulados oficialmente. De alguna manera es algo acordado y aceptado por todos el hecho de que, de una forma más o menos solidaria, creemos mecanismos que propicien el poder tener “un golpe de suerte” y recibir un premio desproporcionado y “sorpresa”; y ello forma parte de nuestra dimensión lúdica y festiva, nuestro ocio e ilusiones, siempre que se limite al terreno de lo razonable, pues entonces despierta la ilusión y no se convierte en dependencia, desproporción o inconsciencia. Yo al menos no tengo ningún problema u objeción en “tentar” y provocar ocasionalmente a la probabilidad y la estadística participando en algún sorteo o lotería, aunque desde luego lo hago tan ocasionalmente que mi ejemplo no permitiría mantener el “servicio”… Por ello renuncio aquí a cualquier controversia o debate sobre el juego como fenómeno social y como industria o comercio legítimo, con sus secuelas de dependencia, mala pedagogía, fomento de malos hábitos, mafias controladoras…

Pero en el caso de la utilización de la lotería (todo lo “aséptica” que se considere y pretenda), como financiadora de parroquias, o de cualquier actividad de la comunidad cristiana, me pronuncio contundentemente en contra y promuevo su rechazo, proscripción, e incluso su “condena”. No concibo que para convencer a alguien a contribuir con un donativo de cuatro euros a su parroquia (o actividad pertinente) deba engatusarlo diciéndole que “le puede tocar un premio” y multiplicaría por diez mil los otros dieciséis euros invertidos; me parece zafio y deprimente como argumento, e injustificable como cristiano y feligrés de mi parroquia. No deja de ser un chantaje… Es decir, lo considero inapropiado, escandaloso, negocio encubierto, y muchos otros calificativos antievangélicos.

La consideración de base, siendo tan palmaria y evidente en cuestión de principios, se puede resumir con brevedad:

  1. La única motivación para “hacer lotería” es la búsqueda de un beneficio económico en favor de la parroquia. Justifíquese como se quiera la legitimidad y conveniencia del fin y del medio, pero es indiscutible que si algo sitúa a un cristiano en las antípodas del evangelio de Jesús es “la preocupación del dinero”, y, en consecuencia, el que ése sea el motivo de una actividad “de la comunidad”…
  2. El móvil y el mecanismo de funcionamiento de este recurso financiero es la codicia y el afán de “más dinero”. Pongámosle todos los atenuantes que se nos ocurran, pero la única razón de que alguien compre lotería es “porque quiere que le toque”… evidentemente; decir lo contrario es ridículo, falso y necedad manifiesta (pues hacer el donativo siempre es posible…).
  3. Precisamente por ello, la “lotería parroquial” propicia y favorece una confusión entre lo sagrado, lo supersticioso, y una “religiosidad interesada”, opuesta radicalmente al evangelio y condenada por éste. Se quiera reconocer o no, propicia mezclar la santidad, razón de ser de la comunidad fraterna, con “los poderes de este mundo”, confundiendo oración de petición con lluvia de millones, (¿alguien reza “para que no le toque”?…). No entremos en los gestos supersticiosos chabacanos de pasar el décimo por el manto de la virgen o la imagen de un santo y aberraciones similares, porque tales prácticas no son exclusivas de la “lotería parroquial”; pero es un hecho que ésta las anima y favorece. En buena lógica cristiana habría que rezar “para que le toque al prójimo”, a los demás y no a nosotros…
  4. Por último, y ya no tanto en el terreno de “los principios” como en el de la “práctica”, hay que considerar que la tal actividad requiere una buena dosis de organización, de preocupación y de responsabilidad: es decir, gestión y logística; y que toda esa dedicación y esfuerzo (me ahorro considerar los problemas, malentendidos, y situaciones embarazosas que provocan muchas veces), sería mucho más cabal dedicarlo a otras tareas “apostólicas” y no buscar tanto la rentabilidad como la caridad…

 No quiero parecer exagerado, y mucho menos “maniático” o aguafiestas. Repito: admito e incluso podría suscribir la opinión de que la lotería y otros juegos o sorteos, respaldados por la sociedad y bajo la tutela y administración del estado, juegan un papel beneficioso y contribuyen a sembrar algo de alegría, optimismo, ilusión y ánimo en una sociedad gris, propicia a la rutina y la ansiedad, al derrotismo y a una consideración de la realidad demasiado triste y desesperanzada para muchos; eso sí, dentro de unos límites de modestia y realismo. Pero dejarse invadir por ello en el ámbito de aquello que se constituye como comunidad de seguimiento evangélico no me parece insignificante y sin importancia; más bien al contrario lo considero preocupante y conducente a la insensibilidad, el olvido del evangelio y la concesión inconsciente y fácil a lo que Jesús denuncia sin paliativos. Y es que, cuando la preocupación de la comunidad cristiana se desplaza del “seguimiento radical” a la consideración y salvaguarda del patrimonio eclesiástico, se pierde fácilmente la sensibilidad incluso a lo más llamativo del evangelio de Jesús: “no podéis servir a Dios y al dinero”…

Sería completamente irreverente decir que Jesús, para subvenir a las necesidades de su grupo y atender a tantos excluidos y menesterosos que acudían a él, y para ejercer esa caridad incondicional, epicentro y razón de su vida, hubiera propuesto a sus discípulos montar una timba o comprar un número del sorteo… más bien les dijo, escueta y provocadoramente: “..dadles vosotros (es decir: ‘de lo vuestro’) de comer…

Sólo me queda por decir, para que no se me considere extremista, terrorista infiltrado, radical incendiario que pretende dinamitar todo lo institucionalizado y normalizado en la práctica eclesiástica (aunque en realidad sigo pensando que hay mucho en ella cuya única solución es “Goma-2”…), que en mi parroquia, y en contra de mi voluntad, tal vez también se venda lotería…

Por |2021-09-07T20:33:59+01:00septiembre 7th, 2021|Artículos, General, Reflexión actualidad|Sin comentarios

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