LLEGA ALGUIEN (Mc 1, 1-8)
Juan Bautista reclama un bautismo de conversión de los pecados, de renovación de la vida, de punto y aparte en lo que somos como personas, para poder ser en realidad quienes Dios quiere y nos pide que seamos.
Pero sus palabras no son sólo de llamada a la conversión, de exigencia de cambio en nuestro comportamiento mirando hacia atrás: a lo que somos y hacemos en nuestra vida. Sino que son, por encima de todo, anuncio de algo nuevo, mirada hacia adelante, perspectiva de futuro: “Alguien llega”.
Lo fundamental del mensaje profético de Juan no es la necesidad que tenemos de rectificar el rumbo de nuestra persona en nuestro caminar por el mundo, sino la proclamación solemne de esa inminencia de Dios en la persona del Mesías. Sólo porque “Él llega”, descubrimos la necesidad de “prepararnos”.
“El bautismo de conversión para el perdón de los pecados” lo que señala es la urgencia e inminencia de esa presencia insospechada, e inimaginable desde los esquemas y programas de las religiones convencionales, aunque sea la del mismo “pueblo elegido”. Lo central y decisivo es que va a haber presencia de Dios en el mundo; “carne divina” como dirán los primeros cristianos. Por eso tal acontecimiento requiere que estemos atentos y seamos lúcidos, que dirijamos nuestra atención a él sin impaciencia y con actitud perfecta de receptividad, eliminando de nuestra persona cualquier obstáculo o impedimento que pudiera distraer nuestra mirada e hiciera que nos pasara desapercibido. Nos va la vida en ello.
Juan no llama a formar un grupo exclusivo de santones en previsión de que un día, cuando llegue por fin el Mesías, sean los únicos que se han mantenidos puros, incontaminados, fieles a los supuestos imperativos de rectitud marcada por rituales, sacrificios y ofrendas escrupulosamente observadas. Tampoco habla simplemente de que hay que corregir la conducta y pedir perdón a Dios por nuestra frialdad y negligencia. Su punto de mira es “el que llega”, porque ya está ahí ese Jesús que nos hablará en otro lenguaje y nos transportará a otra forma de concebir la vida, a otro Reino, que con él y por él se hará definitivo.
El anuncio “del que llega” es la mayor convocatoria a la confianza que quepa imaginar: confianza en Dios, confianza en el hombre, confianza en la vida, confianza en el mundo creado. Su venida cambia por completa las dimensiones de las personas que lo acogen, que se atreven ya a esperarlo con entusiasmo, a proyectar en él su futuro, a acompañar ciegamente sus pasos, a abrirle de par en par sus puertas para que penetre en sus vidas. El reclamo del Bautista es lo increíble deseado, lo lejano hecho presencia, lo invisible ahora evidente, el Dios infinito hecho tangible y su inasible divinidad vertida en lo palpable humano.
La incertidumbre y la desconfianza nos eran hasta ese anuncio ineludibles: ¿quién subsistirá?, decíamos desconsolados; ¿a dónde iremos?, nos quejábamos desanimados… Pero, si alguien viene, si el mensaje de Juan es algo más, mucho más, que una de tantas “denuncias proféticas”, si es el mensajero definitivo que anuncia a ese Alguien origen y meta, todo se tiñe de una luz nueva, de un resplandor prometedor: las incertidumbres se transforman en certezas, porque las promesas se cumplen; y el recelo y la sospecha dan paso a la mansedumbre y la ternura, a la definitiva confianza: vivir vale la pena, porque es acompañar a Dios en su infinito, dejarse acompañar por él que, inaprensible en su misterio, llega hasta la tierra…
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