¿PROSELITISMO O ANUNCIO?

Cuando una institución cualquiera o una religión habla de dirigirse a sus conciudadanos y hacer partícipe a las demás personas de sus ideas, objetivos, actividades, intenciones o planes, está dando por supuestas dos cosas, en principio no tan evidentes ni aceptadas por todos: en primer lugar, que tiene algo que decir; y, además, que forma parte de su razón de ser y sus inquietudes el manifestarse públicamente y lograr seguidores o personas interesadas que se integren en ella. En definitiva, considera con seriedad que ofrece una alternativa o enfoque peculiar y enriquecedor de la vida, y que ello es ocasión de convivencia, de hacerlo fuerza integradora, y de constituirlo en eje y fundamento de una vida compartida y común. Decimos que buscan anunciar su sentido o forma de vivir, con el simple objetivo de compartir lo que a ellos les abre un horizonte, lo que les anima e impulsa a vivir con ilusión, alegría y confianza.

 Los cristianos consideramos ambas cosas: que realmente tenemos algo que decir, distinto al discurso prosaico habitual; y que no podemos dejar de decirlo, porque es ocasión de promover una vida alternativa, distinta y más humana que la que surge de los simples criterios de rivalidad, de competencia y de codicia, que de un modo u otro son el fundamento de la sociedad y de la historia. Pero ese anuncio podemos hacerlo solamente como propuesta, como invitación gozosa a descubrir las increíbles perspectivas que desde ese modo de vida propuesto por el evangelio se abren a una humanidad siempre insatisfecha.

Sin embargo, hay un sinfín  de instituciones, de colectivos, grupos y proyectos que buscan seguidores y se proponen expandirse y formar comunidades, foros, iglesias o sectas, cuyos deseos de extenderse son mera captación de “víctimas” a las que someter a disciplinas férreas, lavados de cerebro, chantajes emocionales o espirituales, dependencia afectiva… sólo buscan “prosélitos” para crecer en número, y con ello en influencia, en patrimonio y en poder; eso sí, con el señuelo de que son los “auténticos”, los “puros”, los que salvaguardan el verdadero sentido de la vida en medio de una sociedad y un mundo al que tachan de degenerado y corrupto.  Cuando uno entra en ellas su identidad queda disuelta en la dinámica absorbente que le envuelve, y con su conciencia de mero individuo pasa a integrar la “masa” dócil, disciplinada, y más o menos manipulable con la que se identifica, muchas veces sin plena conciencia, y casi siempre con dudosa libertad y discutible consciencia.

Los cristianos hemos de insistir y además obrar en consecuencia: hacer proselitismo, así entendido, no tiene nada que ver con el evangelio; ni es evangelizar, ni catequizar, ni estar en misión…  Jesús ni quiere convencer a nadie, ni propone un ideario o una fe, ni busca una mínima organización o estructura que le permita una acción programada, ni establece unas normas o marca un programa, mucho menos edita un Catecismo Universal, un Código de Derecho Canónico, una liturgia, o un simple distintivo de exclusividad o monopolio… ¿Por qué nosotros no nos conformamos con “anunciar” nuestra fe, tal como Él nos encargó, y pretendemos imponer normas y reglas, impartir consignas y exigir dogmas, acentuar mimetismos y estimular rituales y comportamientos despersonalizados, rutinarios y vacíos ya de contenido, reclamar consideraciones, honores y privilegios a los que Él renunció, y un largo etcétera…?

Nos llenamos de palabrería fácil diciendo que vamos a propiciar la renovación y actualización de nuestra fe cristiana con nuevas catequesis de despacho, con sínodos prefabricados y  con solemnes convocatorias masivas y autocomplacientes, pura propaganda y autoengaño; parece que sólo pretendemos mostrarnos eficaces y atareados, cuando vivimos con todas las lacras del feudalismo perpetuado en nuestros palacios… Parece que no pretendamos en nuestra Iglesia sino un simple proselitismo con un levísimo toque de “intelectual” e “ilustrado” en algunas instancias, pero completamente al margen del mundo en que vivimos y en el que tantas personas inquietas, sinceras, esforzadas y honradas reclaman que dejemos de querer secuestrar el evangelio y a Jesús ahogándolo y traicionándolo en la turbidez de una vergonzosa historia eclesiástica, cuyos tics y nefastas consecuencias todavía colean. Hay un mundo al que la Iglesia institucional sólo toma en consideración para ponerse a la defensiva ante él, recelosa y desconfiada; pero ese mundo reivindica una fe madura, la única que nos encarga el mandato de Jesús: la del anuncio gozoso suyo y su llamada confiada y feliz a la fraternidad y la comunión de vida. Porque es eso lo que tenemos que haber descubierto en Él para habernos convertido en discípulos: el pregonero incansable de un horizonte infinito, y una confianza (¡nuestra fe en Él!) absoluta en esa forma suya de vivir, que le hace convertirse en ocasión y causa de plenitud y de alegría incontenible, de salvación, para cualquiera que estuviera cerca o se encontrara con Él en su camino…

Hacer proselitismo es pretender unas comunidades cristianas doctrinarias y sumisas, piadosas e inertes, uniformes y dóciles, sectas ajenas a lo más profundo y lo definitivo del mensaje cristiano, una vitalidad que nos superará siempre. Es buscar la tranquilidad de reductos cerrados y de pesebres siempre bien abastecidos al precio de su pasividad y disciplina; es seguir sin renunciar al poder, a la influencia, a lo seguro y a la comodidad (¡sí, estamos acomodados indecentemente!); es renegar del mundo (¡en el que Dios se ha encarnado!) y además atrevernos a condenarlo porque no coincide con ése hecho a nuestra medida que nosotros querríamos (¡Él ha venido para salvarlo!)…

El anuncio, sin embargo, es lo único evangélico: dar gratis, lo que gratis se nos ha dado… Y no está pendiente de la respuesta, buscando el acuerdo o pretendiendo la complacencia y la integración en “nuestras filas”. Es contagiar vida e ilusión, sin presupuestos ni condiciones, y sin sentirse competidor o rival de nadie… Cualquier persona tiene acceso a la salvación, al horizonte de plenitud y de dicha que a nosotros nos ha descubierto “el contacto con Jesús”, que nunca habló de trato preferente, conductas hegemónicas o argumentos convincentes; ni se postuló como un santón de doctrinas esotéricas o un maestro necesitado de seguidores disciplinados e intachables… De hecho acogió a toda clase de personas y desautorizó toda forma de religión nuestra… pues hasta la propia suya, la de su pueblo, necesitó condenarlo…

Hacer proselitismo se sitúa en el lado contrario del anuncio, porque lleva a considerar la importancia del número y la repercusión pública, y  el reconocimiento social de la institución establecida. Nuestro actividad se convierte entonces en un esfuerzo por ser influyentes, por convencer de la bondad de nuestras ideas, proyectos y acciones; se resuelve en una voluntad y firme compromiso por hacernos presentes en foros, organismos, sedes y debates; queremos que no deje de oírse nuestra voz ni de tenerse en cuenta nuestros criterios y atender nuestras razones. ¡Dedicamos mayor tiempo, medios y esfuerzo a defender la institución que a predicar de verdad el Evangelio! Queremos asegurar y mantener privilegios, administrar con rentabilidad nuestros patrimonios, ser instancia consultiva forzosa, poseer autoridad moral y reconocimiento de institución recomendable… y para ello pretendemos convencer al mayor número de personas e intentar incrementar el número de nuestros “seguidores”. Pero siempre se trata de nuestros argumentos, del peso de la historia, o de la realidad de la repercusión social innegable de tantos colectivos, surgidos y animados por “el compromiso evangélico y la opción preferencial por los más pobres”… Y aunque no afirme que no deba hacerse esto (aunque habría mucho que decir), sí que muestro mi discrepancia por el hecho de que sea ese talante el que se constituye en preocupación y manifestación preferente de la actividad de la Iglesia. Cualquier tarea reivindicativa de la Iglesia sólo es legítima cuando procede de una actitud inequívoca de opción por la austeridad y la renuncia como forma de vida, de una disponibilidad y actitud de servicio que sea manifiesta e implique a la institución y su jerarquía, y de una ejemplaridad en sus “relaciones humanas” intra y extraeclesiales que hagan patente la fraternidad y la mutua comunión… es decir, cuando sus miembros, y como es obvio especialmente sus pastores y las personas comprometidas, con su forma de vivir (y no con sus discursos, “denuncias”, lamentos y proclamas) están realmente anunciando el evangelio… Pero por desgracia, en nuestras grandes instancias todavía se empeñan muchos en hacer proselitismo… Aunque también sea preciso decir, para no exagerar los tonos y pasar por negativos y agoreros, que la gran mayoría se excluye y permanece en la indiferencia cómoda de lanzar ligeras críticas y escudarse en esa dudosa esfera de confesarse “no practicante”, al abrigo de críticas feroces y al calor de “tradiciones venerables”… en cualquier caso, tampoco éstos están exentos o justificados de no contagiar vida y ser “luz del mundo y sal de la tierra”, es decir, de anunciar el evangelio…

Conclusión: ni el mundo y la sociedad en que vivimos; ni la gran institución oficial de la Iglesia, a la que muchos cristianos pertenecemos (y no pretendemos rechazar), ni sus numerosas sectas, influyentes y dirigistas (venceré la tentación de nombrarlas, aunque ocupan un espectro amplio: de la O a la K, y desde “sociedades casi secretas” hasta “entusiastas iluminados”…), nos dan facilidades ni ejemplo para ser simples anunciadores del evangelio de Jesús, sin pretensiones de convertirnos en poderosos, influyentes, moralistas o jueces, ni de buscar así prosélitos como el propio Jesús echaba en cara a aquellos devotos de su tiempo… Se me pueden dar todas las justificaciones históricas (nunca inevitables en su origen), explicaciones teológicas (siempre relativas), razones de conveniencia (al final, siempre motivadas por intereses de un tipo u otro); se puede invocar falsamente el argumento de “la prudencia y la paciencia” (que siempre requiere ser  contrastado con la exigencia radical del seguimiento para no resolverse en simple ocultamiento y cobardía), esgrimir el pretendidamente exculpatorio “no podemos hacer nada” y el fácil pretexto de la inutilidad e ineficacia de las personas individuales en este mundo global… pero no hay justificación posible para transformar el encargo gozoso e ilusionado de anunciar el evangelio, corroborado en la celebración entusiasta y de comunión en el servicio (la única herencia conocida del Jesús vivo), en una captación de prosélitos preocupada por crecer en número, por “que se nos note”, por “que se nos oiga”, y (algo no proclamado, pero pretendido y subyacente siempre en clérigos y creyentes “convencidos”) sobre todo por “que se nos haga caso…” Parece que el ejemplo de la única vida humana, que decimos fundamentar y dar sentido a la nuestra, la de Jesús, lo hayamos olvidado por completo…

Por |2020-02-07T09:44:09+01:00enero 27th, 2020|Artículos, General, Reflexión actualidad|1 comentario

Un comentario

  1. Isidora 29 enero, 2020 en 10:15 - Responder

    ¡Vaya palo! Que nos has dado. Sigue así. En tus palabras adivino el sendero que he de seguir. Gracias.

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