LA DUDA COMO EVASIÓN (Jn 20, 19-31)
La duda es necesaria. Y también es sana: nos ayuda a precisar y a distinguir con nitidez la realidad, a corregir perspectivas falsas o engañosas; y, en definitiva, es imprescindible para poder conocer la verdad y afirmarse en ella.
Pero la duda no es desconfianza. Muy al contrario, sólo puede generarse verdaderamente la duda cuando se parte de la confianza en que es superable, porque obra como instrumento necesario para acceder a la transparencia de la verdad que por el momento nos aparece velada, aunque la buscamos con ahínco y con la conciencia de la posibilidad de alcanzarla: como nos preocupa la verdad, dudar nos impulsa a descubrirla.
Cuando confundimos duda con desconfianza es que algo está fallando en nosotros. Porque entonces ya no buscamos desvelar el misterio dejándonos llevar sinceramente por los interrogantes ineludibles que descubrimos en nuestra vida y en nuestra persona, y esforzándonos por abrir los ojos y dejarnos iluminar; sino que nos convertimos en causa y coartada de huida, de evasión de un compromiso exigente, de un esfuerzo que intuimos a causa del interrogante y la duda y que no queremos emprender…
La duda es con frecuencia un buen pretexto para no ir más allá, y excusarnos de nuestra falta de exigencia y de rigor, de nuestro conformismo y pasividad.
La duda de Tomás es en realidad un rechazo disfrazado, porque sabe bien que aceptar esa verdad que desea, pero que a él no le ha sido aún mostrada, implica consecuencias y compromete su vida… mientras la cosa no sea palpable para él, y con evidencia clara y directa, es mejor evadirse para no asumir sus consecuencias… Y nadie puede objetarle nada a su argumento, que es idéntico al de los demás: “si lo compruebo, entonces creeré…” Viene a ser el deseo de que Dios no nos complique demasiado la vida; porque ya hemos comprobado en el propio Jesús lo que eso puede significar, y optar decididamente por él es arriesgado…
Sin embargo, desmontando como siempre nuestras coartadas y escapatorias, Jesús se vuelve a aparecer; o sería mejor decir que no deja de hacerse presente nunca a nadie, para que nadie nunca deje de enfrentarse al desafío: o asunción del sentido pleno de la vida, o “evasión” libre y responsable (pero no justificada en una supuesta falta de atención de él)…
Por eso, es siempre el propio “Señor y Dios nuestro”, quien resuelve nuestras dudas, cuando no se basan en un desprecio o desconfianza radical por nuestra parte, de corte “negativista” y victimista; sino que son índice de nuestra miopía y de esa inquietud que nos tienta a la evasión y la pasividad, cuando presentimos los riesgos del evangelio. Forma parte de nuestra debilidad, y él la asume y la resuelve, siempre que la reconozcamos y nos dejemos “reprender” cariñosamente por él…
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