UNA AUTORIDAD EXTRAÑA Y SORPRENDENTE (Mc 1, 21-28)
La “autoridad” de Jesús es algo peculiar y sorprendente, y constituye uno de los rasgos determinantes de la originalidad y el misterio de su persona. Viene a ser un signo inequívoco de identidad divina y provoca inexcusablemente el interrogante: ¿Quién es éste? O, visto desde el ángulo de la oposición: “¿Quién se cree éste que es?”
La autoridad que es fruto del poder material, de la superioridad constatable en términos “físicos”, de fuerza y de dominio experimentable, no es nunca una sorpresa y no causa extrañeza alguna; “la ley del más fuerte” es la dinámica comprobada de la evolución y de la historia, y, en definitiva, nuestra sociedad está basada en ella, aunque no lo haga siempre de forma explícita y violenta.
Pero el ejercicio de autoridad personal por parte de Jesús no es el del dominio del más fuerte, sino todo lo contrario: el de una persona, que no destaca por ningún tipo de supremacía sobre el resto de sus congéneres, sino más bien al revés: su “anonimato” y su vida sencilla lo hacen en principio tan igual a todos, que nadie puede esperar de él una manifestación de fuerza de ningún tipo. Como conocido que es de todos; por todos es considerado, simplemente, como “uno de tantos”…
Ésa es la sorpresa. Y sólo desde ella y su desafiante manifestación puede uno acceder a la identidad real de Jesús, a su persona verdadera. Con ello nuestras expectativas ante él quedan transformadas y proyectadas a otra dimensión de modo sorprendente e inesperado, y nos sitúa asombrados y estupefactos frente a ese interrogante que nunca habíamos sospechado: ¿Quién puede ser éste, cuya autoridad se sitúa en el dominio de “lo invisible”…?
Y ante esa evidencia parece que la conclusión no puede ser otra: ese dominio misterioso y oculto, ese ámbito cuya realidad nos es manifiesta aunque siempre nos es incomprensible, inabarcable e indomable, parece estarle sometido, conocerle y respetarle. Conclusión inapelable: nos trae algo decisivo, porque él es alguien decisivo. Decisivo, determinante, incomparable a cualquier otro, y provocador como nadie para hacer surgir los interrogantes radicales de nuestra vida, las inquietudes constituyentes de nuestra persona y abarcantes de la realidad y del futuro en que nos sabemos inmersos y orientados.
Revelarse a nosotros con toda nitidez la identidad de Jesús es precisamente sumirlo en el misterio del todo y de todo: de lo divino y lo humano, de lo creado y la vida, de la persona y del futuro, del infinito y de lo concreto… es la esfera de Dios. Desde ese fondo inagotable de preguntas e inquietudes, de impulsos vitales y proyectos de eternidad, se nos manifiesta y hace presente de un modo contundente Jesús, individuo inapelablemente humano, persona accesible e incontrolable, dotado de una delicadeza y mansedumbre atrayente e irresistible, lo cual le confiera, paradójicamente, una autoridad incontestable, que nos desequilibra y provoca.
Se nos hace imperioso asumir su desafío: aceptar el interrogante y seguir sus pasos es el único modo de poder responder a él descubriendo quién es realmente Jesús y quiénes somos nosotros…
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