DIFÍCIL DE CREER (Mt 23, 1-12)
A pesar de lo que digamos, y de la claridad con la que Jesús nos propone y nos hace presente la verdadera “forma de vivir” divina, cambiar de mentalidad respecto a Dios, tal como él nos exige, no nos es fácil. Pasar de la consideración de su “omnipotencia” a la de su “infinito amor de Padre”, a la de su “paternidad”, nos es aceptable y encomiable como auténtica dimensión de una realidad infinita y eterna que se nos escapa siempre; pero, en la concreción de nuestra vida y dados nuestros límites personales, nos sigue resultando teórica y abstracta, difícil de asumir como experiencia propia y verdadera. Y es que el único referente para ella es él, Jesús, el Dios palpable…
Por eso Jesús, en ese evangelio que predica incansablemente, y que no es sino la “verbalización” de su persona y de su vida, de su experiencia de hombre, transida de divinidad y de plenitud futura; nos advierte de nuestros límites, que es preciso superar, nos propone cuál es el verdadero y único horizonte en el que podemos hablar de “fe en Dios”, y nos cuida y acompaña paciente y eficazmente, para que nos dejemos llevar por esa corriente incomprensible pero cierta, tan difícil de asimilar como la de la “omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia…”, que es la de la paternidad y el amor.
Porque hablar de la paternidad de Dios, en lugar de hacerlo de su autoridad y poder ilimitados, no nos lo hace en realidad más comprensible, sino más escandalosamente cercano a nuestra propia realidad humana, poniendo el énfasis, precisamente, no en los resultados de su capacidad creadora (la naturaleza, el mundo, la vida…), signo de la realidad de un fundamento de todo lo que existe; sino en lo menos material y perceptible, accesible sólo desde una consideración profunda de la persona humana, percibido como un auténtico plus misterioso y en perspectiva de promesa y de un futuro inabarcable.
Que Jesús nos sitúe la divinidad en el ámbito de la paternidad y del amor, de la indulgencia y del ofrecer y regalar vida al otro, y no exigirle dependencia sumisa y homenaje, servilismo y adoración enajenante y alienante; en apariencia es más difícil de creer que si nos hubiera hablado de Él en términos de despotismo y tiranía, porque nuestra propia “naturaleza” nos conduce a experimentar nuestro yo siempre en sentido posesivo y de dominio. Nos parece que afirmar nuestro yo es ineludiblemente “reclamar nuestros derechos”, reivindicar algo propio que se afirma en la medida que marca un territorio prohibitivo para los demás porque se trata de nuestra exclusiva propiedad. Y mucho más referido a Dios…
Jesús desmonta nuestras pretensiones “egocéntricas” no ya con sus palabras, sino primordial y palmariamente con su propia vida. Y nos dice: “para Dios, vivir es eso: el derroche de mi persona hecho proyecto eterno…”. Y el único refrendo auténtico de sus palabras pretenciosas, la única garantía, que constituye también la legitimidad de sus desconcertantes palabras, es su propia persona, la trayectoria y “solemnidad” de su propia vida…
¿Difícil de creer?: sólo hay que mirar la cruz…
¿La verdad decisiva? ¿O el error supremo?: sigue mirando la cruz…
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