PASTORES EN LUGAR DE “SACERDOTES” (A propósito del cap.10 de Jn)
La relación entre “el Buen Pastor” y el sacerdocio levítico oficial, representado culminantemente en “el Sumo Sacerdote”, es de oposición. Es justamente el sacerdocio oficial quien condena a muerte al pastor “que conoce a sus ovejas” y que “da la vida por ellas”…
No hay, pues, en apariencia, conciliación posible entre la mentalidad y la teología que parte de los esquemas sacrificiales-sacerdotales y la que se funda en Jesús como “revelador” de la voluntad de Dios, poseedor del Espíritu Santo en plenitud y transmisor y único mediador de salvación y del derramamiento del Espíritu Santo sobre la humanidad.
Un pastor bueno, Hermano mayor de sus hermanos, Cabeza de su cuerpo total, Maestro de una comunidad de discípulos, en la que permanece y a la que alienta con su presencia resucitada y sigue iluminando y conduciendo; no un sacerdote que reclama la ofrenda legal y presenta en exclusividad “el sacrificio exigido y ordenado” por una autoridad divina ajena y distante, terrorífica y amenazadora, que reclama sumisión y servilismo, y que ha sido colocado para ejercer su oficio “por encima” del resto de los fieles y de los humanos piadosos, elegido arbitrariamente por un Dios al que hay que temer y complacer, y dotado de un ribete de “sagrado e intocable” para la asamblea del pueblo fiel y los devotos.
La teología cristiana, la cristología, la revelación definitiva de Dios y su misterio trinitario por Jesús, el reconocimiento de la plenitud y cumplimiento de ese inaccesible misterio divino en ese hombre concreto, Jesús muerto en cruz y resucitado, la experiencia indefinible del don del Espíritu Santo y Pentecostés, el fundamento de la Iglesia como comunión de conjurados por el evangelio de la misericordia y el perdón que ha irrumpido con él, el horizonte de eternidad y de esperanza,… la fe y la vida cristiana están siempre (deben estar imperativamente) en clave sacramental, en la que descubrimos la realidad como creación y con una perspectiva de salvación, o “escatológica”, y no en lenguaje y modo “sacrificial”.
Jesucristo nos habla de rebaño y de un único y “buen Pastor” que da la vida por sus ovejas, no de un “oficio sagrado” (clerecía y sacerdocio) y de súbditos sumisos.
Naturalmente que se puede “aplicar” una mentalidad y un lenguaje superados y ya caducos a la radical novedad de Jesucristo, su vida y su muerte; pero el “alter Christus” que pretende cierta “teología del ministerio” es aberrante en una consideración fiel y lúcida del misterio cristiano y de su eclesiología y doctrina sobre el ministerio y el servicio. El único sacerdocio real y cristiano, si se quieren aplicar esas categorías de una “teología sacrificial”, previa a la novedad de la irrupción de Jesucristo en la historia humana, es “el sacerdocio común de los fieles” tal como lo reconoce el Concilio Vaticano II. El servicio ministerial como sacramento es otra cosa. El carácter levítico de clerecía, de “selección” y de exclusivismo ya no es vigente. Pastores, no “señores”…
La cristología lo declara explícitamente al afirmar que la vida, cruz y resurrección de Jesús implican la abolición del culto antiguo: ya no más sacrificio ni templo ni sacerdocio… Pero si todavía pretendemos hablar en esos términos los hemos forzosamente de aplicar en exclusividad a Jesús: “sacerdote, víctima y altar”. Y ‘pretender hablar de “sacerdocio de la nueva alianza” es mantener un término inapropiado, y convertirlo en equívoco, porque ya no quiere decir en absoluto lo que se dice y comprende con él; y emplearlo provoca malentendido y falsedad, traicionando la radical y absoluta novedad de esa Alianza ahora inaugurada.
Resultando todo esto tan evidente a tenor del evangelio; sin embargo, dejándose atrapar por la espontaneidad (“instinto religioso”) y la larga y extendida sagrada tradición ancestral, así como por lo “escandaloso”, radical y desafiante de la propuesta de Dios en Jesús, la propia piedad y teología cristiana volvió a introducir las “antiguas categorías veterotestamentarias” de sacerdocio, sacrificio, ofrenda, “expiación”, etc. propias de esa llamada “religión natural” y cuya presencia los estudiosos de la fenomenología de la religión constatan en todas ellas y en sus cultos a lo largo de la historia; categorías que son, justamente, las de un comportamiento y mentalidad religiosa desautorizados, superados y abolidos por Jesús (son ellas las que lo condenan a la cruz…) como único mediador universal, revelación definitiva, Dios en persona…
No es preciso recordar que en el propio Nuevo Testamento la teología sacerdotal y sacrificial en torno a Jesús, Mesías, y a la cruz es tardía, y es una mera aplicación, exclusiva a Jesús, del título de Sumo Pontífice, y a la Iglesia como “participación” desde el sentido de unidad con su pastor. Pero el volver a considerar la misión de “apacentar las ovejas” del único Buen Pastor en clave sacerdotal y clerical es distorsión engañosa, y, en el mejor de los casos, simple recuerdo de una consideración ya inadecuada, pre-cristiana, y sólo válida provisionalmente para ponerla en referencia a la definitiva revelación de Dios en Cristo, que la ha anulado.
Por concluir: mantener la teología sacrificial-sacerdotal como vigente y cabal, como explicación teológica procedente, y como adecuada dinámica litúrgico-celebrativa, es un evidente falseamiento, un craso error; y, sin entrar en su valoración como “inspiradora de devoción”, ni en su aplicación “pedagógica” y “sentimental”, supone una vuelta atrás del acontecimiento Jesús, de su cruz y su resurrección.
Hay mucho implicado en ese hablar Jesús del “Buen Pastor” y no del “Sumo Sacerdote”…
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