“MAESTRO, ¿DÓNDE VIVES?” (Jn 1, 35-42)

MAESTRO, ¿DÓNDE VIVES?”  (Jn 1, 35-42)

En ese plus humano que constatamos cuando honrada y sinceramente consideramos la materialidad de nuestra persona en su mera corporeidad, descubrimos eso que podríamos definir como una sensibilidad profunda que nos da acceso a lo más hondo, lo genuino e inasible de nuestra persona impreso en lo sensible y en lo pensable, y que percibimos con claridad y rotundidad en un triple aspecto: 1)como un exceso a la simple biología y fisiología, 2)como algo que nos ha sido dado, regalado a nuestra persona, y 3)como conformador y definidor de esa misma persona y de nuestra peculiar personalidad. Esa conciencia siempre enigmáica surge como una llamada desde lo más íntimo y profundo, y nos preocupa, nos inquieta y nos pone en búsqueda de nosotros mismos, de nuestra identidad y de nuestro horizonte de vida: nos sabemos deficitarios y necesitados de otr@s…  Desorientados, miramos a todos lados buscando a Alguien…

Y así, inquietos y pensativos, a veces incluso ansiosos y desanimados, o eufóricos y decididos, buscando y aceptando el desafío de nuestra vida más plena, más real, con auténticas perspectivas de futuro y plenitud; alguien, un Juan Bautista que nos ayudó a escucharnos desde ese interrogante nuestro, nos señala a Jesús, que pasa a nuestro lado, que estaba muy cercano… Nos lo señala y, al hacerlo, reaviva nuestros interrogantes y hace más insoportable la tensión de nuestra vida, poniéndonos con ello en la pista de lo que sospechamos ser lo definitivo, lo decisivo de nuestra persona y de nuestra vida.

Ese Jesús que pasa nos resulta desafiante, provocador; y, sin embargo, Él no nos ha llamado, somos nosotros quienes le interrogamos porque parece apuntar hacia otro mundo, y eso es lo que nos resulta interpelante y desafiante, una aventura cautivadora. Y su respuesta al “¿dónde vives?” (que incluye sin decirlo el: ¿cómo vives?, ¿para qué vives?…), es, simplemente, que le acompañemos si queremos… es dejarnos entrar en su casa, en su vida, simplemente por haber llamado curiosos a su puerta… Todo parece indicarnos que, a pesar de todo, es Él quien nos buscaba, quien estaba hambriento de nosotros…

Y ya no la simple noticia o el dedo señalador de un Juan  Bautista, sino la experiencia de vida compartida con Él, el simple asomarnos a su persona transparente, nos da una certidumbre y nos provoca decisiones: ya no podremos vivir sin Él…

Y Él no nos exige nada, sólo nos muestra quién es, dónde y cómo vive, y hacia dónde nos propone caminar; simplemente nos revela quiénes somos realmente nosotros al tiempo que nos acerca al misterio de Dios, sugiriéndonos que nos sumerjamos en él… Ni nos reclama un juramento de fidelidad (con Él ¿para qué votos o promesas?: no hacen falta, sobra con el “Sí, si; no, no”… el único siempre fiel es Él…), ni pretende una exclusividad o una servidumbre impositiva: somos libres, nos deja libres, nos quiere libres…

Pero, eso sí, nos cambia de nombre; es decir, nos abre otro horizonte: el que acabamos de descubrir en Él, con Él y por Él… porque sabe que ya no podremos seguir siendo los mismos si hemos entrado en su casa y hemos escuchado sus palabras…

Imitando a San Agustín podríamos decir: es Jesús mismo quien te busca y se te hace accesible a ti, personalmente, cuando crees que eres tú el que le busca…; porque su amor y su bondad, su respeto a tu libertad, y la fuerza impresa misteriosamente por el Espíritu Santo en tu propio espíritu le lleva a osar sólo provocar un encuentro posible, si tú quieres… y proponerte un cambio de nombre, si tú lo aceptas… Siendo Él el provocador y el origen, la iniciativa es tuya… Él está siempre disponible…

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