DIOS: PRESENCIA Y CERCANÍA (Mc 1, 7-11)
Bautismo de Jesús como momento decisivo en la manifestación del Hijo de Dios, en la revelación divina que culmina en Él. En los evangelios se trata de hacerse manifiesto Dios en la persona de “ese Jesús” que acude a la llamada del Bautista, y ser reconocido como tal por la humanidad entera, sin ser un Mesías restringido a Israel, confiado en exclusiva a un pueblo supuestamente privilegiado por voluntad divina. ¿Por qué? Porque los límites implican rivalidad, las fronteras provocan enemistad y violencia, y los exclusivismos sagrados generan intolerancia, alejan de Dios e incluso se oponen a Él. Dios no puede ser nunca causa o motivo de enfrentamiento entre los hombres, de desautorizaciones humillantes, de condenaciones o de intolerancia. Sería una completa contradicción hacer de Dios un cómplice de lo deshumanizador, de la ruina o el rechazo de alguien. La epifanía que de modo oculto, legendario y misterioso retrotraen Mateo y Lucas hasta la infancia de Jesús, es solemne en su Bautismo.
Ese horizonte universal y esa Buena Noticia es precisamente lo que ha venido a anunciarnos el Mesías, Jesús de Nazaret. Y nos lo ha dicho obsesivamente y de modo incansable, hasta morir por ello: Dios, que lo refrenda solemnemente, no es quien resuelve nuestras dificultades y problemas ni tampoco quien nos dicta e impone las normas de convivencia y los principios para regir la sociedad, sino quien las sufre en nosotros y con nosotros… Porque Él no puede nada contra nosotros, ha querido estar inerme ante toda persona humana; y ése es precisamente el misterio incomprensible de su divinidad: la impotencia material, la autonomía del universo y nuestro mundo hasta el extremo de que si Él se encarna comparte nuestra debilidad y nuestra finitud, la fragilidad y las carencias del barro terrenal. “Ése es mi Hijo amado, en quien me complazco, el que conmigo rebosa de Espíritu Santo…”; ése, el individuo Jesús, un compañero nuestro de viaje…
Si lo queremos expresar de otra manera: el misterio de la libérrima voluntad divina, y nuestra forzosa incomprensión de su infinitud, es su decisión creadora de haber querido no poder intervenir materialmente en nuestra naturaleza y en su historia, obligándose a sí mismo de ese modo para hacernos partícipes de la profundidad de su misterio, y revelándonos implícitamente la huella divina inscrita en nosotros y en esta realidad autónoma de una sola manera, aparentemente absurda y contradictoria: compartiéndola, asumiéndola como tal, desde dentro…
Así, implícitamente, implicando personalmente la naturaleza divina en su humanidad personal, Jesús nos revela al mismo Dios desde su inauguradora aparición en público: se bautiza con nosotros aunque haya algo “extra” en él, peculiar e incomprensible, que lo haga distinto al resto de humanos… y no “por carencia” sino “por exceso”: bondad, inocencia, santidad… Él no ha de “confesar sus pecados” porque no puede pecar, no sabe pecar, desconoce eso que llamamos pecado y que no es de Dios, sino el añadido humano a su obra creadora, un añadido torpe y voluntario nuestro, desconcertante y desequilibrante de la persona…
Y el momento de la identificación total, plena, consciente y definitiva de Jesús con la humanidad entera, con su propia personal humanidad, incorporándose al bautismo, se convierte en momento de plena manifestación de su identidad divina también compartida con “Otros”: el Padre y el Espíritu Santo… en Jesús algo ha quedado rasgado para siempre: la humanidad ya está divinizada…
“Jesús alcanza la plenitud de la condición humana, que incluye la condición divina. El Hombre, es, por tanto, el Hombre-Dios, el portador del Espíritu.” (Fernando CAMACHO y Juan MATEOS)
“El decisivo cambio en la historia fue efectuado por la bajada del Espíritu sobre Jesús. Es esta unción única de este personaje único la que abre la puerta en la época final” (James D. G. DUNN)
La autoconciencia del hombre Jesús como hombre-Dios, la revelación de Dios como Dios-hombre en Jesús; la relación interna de un Dios tripersonal, y la relación externa de un Dios creador, constituyen el trasunto y el desafío provocador de la fe cristiana. Este desafío y este interrogante, ese “de dónde” fundante y originario, y ese “hacia dónde” abierto e infinito, eterno, se hizo momento inexplicable e intraducible en un Bautismo: el de Jesús… No se trata de un relato de elección, sino de investidura. Es una declaración de “identificación” con él, no de “nombramiento” de su categoría… Marcos nos lo presenta como advertencia y pórtico de su evangelio, y es como si nos interrogara: ¿estaremos dispuestos a aceptarlo?… ¿seremos capaces de captar toda la profundidad y la riqueza de lo que ha venido a anunciarnos?… ¿o acabaremos (final de su evangelio) condenándolo?…
Deja tu comentario