POR UNA MARIOLOGÍA DIGNA

POR UNA MARIOLOGÍA DIGNA

El absoluto respeto, seriedad y silencio de los evangelios y de todo el Nuevo Testamento respecto a María es de tal rigor e impone tal negativa a leyendas, mitologías y populismos fáciles (dejemos al margen la escenografía del Apocalipsis), que resulta escandaloso e indigno el trato popular (con demasiada frecuencia atentatorio a la mínima sensatez e incluso al buen gusto) que le tributan irracionalmente individuos y colectivos marianos, con la connivencia oficial e incluso fomentado por recursos fáciles a la supuesta “fe ingenua y sencilla” (un evidente despropósito del que no parecen nunca avergonzarse las mentes clericales ni las “autoridades religiosas”) y a la aparentemente tranquilizadora justificación de tantos supuestos devotos, que no dudan en aplaudir y respaldar lo que condenarían y ridiculizarían en otros supuestos o en conductas ajenas.

¿Cómo hemos llegado a la disparatada feria actual de efemérides marianas, fomentando leyendas fantasiosas, exageraciones histriónicas, bendición de parafernalias, incluso establecimiento de rivalidades entre títulos y localidades, y justificación incomprensible de falsedades evidentes y de comportamientos histéricos a propósito de María? ¿Llamamos a eso reverencia, respeto, devoción y culto digno a la madre de Jesús, el Cristo? La tenebrosa vida feudal y medieval pasó, y también pasaron los siglos de hallazgos mágicos e infantilismo religioso, y con ello pierden sentido también sus efluvios “místicos”, así como sus ”visiones milagrosas” y sus sentimentalismos “piadosos”impulsivos, compensadores de la impotencia, el conformismo y el victimismo, que eran los sufridos modeladores de la vida y de la sociedad.

Sé que entro en un terreno delicado, pero no puedo reprimir mi absoluta disconformidad, oposición teológica y protesta en voz alta, ante la degeneración injustificable de esa pretendida piedad popular, que no es hoy sino un burdo folclore teñido de elementos apócrifos exagerados y falsos, completamente condenables. Y vaya en favor de mi discurso mi trayectoria bastante larga de respeto absoluto a las tradiciones populares valiosas y válidas, así como a las personas que con esa llamada “fe del carbonero” han sido movilizadas secularmente, y a las que he tratado siempre con absoluto respeto y delicadeza; pero a la vez con una llamada, me atrevo a decir que evangélica, a la sensatez y a la huida de lo esperpéntico, llamada que pocas veces han dejado de escuchar, probando así que la inteligencia y sentido común de los supuestos sencillos carboneros no están cegadas ni paralizadas por la superstición, la histeria o la neurosis obsesiva; sino, simplemente, ignoradas por la maquinaria oficial repetitiva de lo sagrado, secularmente más preocupada en fomentar docilidad, dirigismo e ignorancia interesada, que en arriesgarse a poner en evidencia la poca coherencia actual y nulo compromiso de gran parte del que podríamos llamar “patrimonio tradicional” heredado, hoy simple reliquia de algo pasado, y desde luego en absoluto expresiva de una fe cristiana o de un compromiso evangélico.

Aunque nuestra sensibilidad en este terreno está secularmente deformada, y dirigida obsesivamente hacia una injustificada y exagerada idolatría mariana, el acento de los relatos evangélicos referentes a María no nos permite legitimar eso. Como es bien sabido, sólo tardíamente, y en el marco de una cristología “descendente” de corte apologético, una mentalidad mágico-religiosa contagiada por la mitología, y una concepción del mundo y de la divinidad confusa, ingenua y crédula por un lado, pero por otro irracional e inverificable, surgió el culto a María, hasta alcanzar proporciones desmedidas y no por todos defendidas ni aceptadas; y centrándose de modo comprensible, dadas las coordenadas apuntadas y las controversias sobre la divinidad de Jesús, en la concepción virginal. Pero, superadas hoy las circunstancias locales y temporales en que surgió, no sé si es que forma parte de una mentalidad “morbosa” nuestra, tenida como “normal”, el recalcar de modo obsesivo, e incluso con frecuencia improcedente, esa concepción virginal que supuestamente aparece en las palabras del ángel en la Anunciación. En todo caso, un embarazo es algo evidente, y a lo que todas las personas atribuyen una “colaboración” paterna sin ningún desdoro, por lo que realmente no sería ningún deshonor o una apreciación indigna o blasfema considerar al Mesías como concebido por los mismos medios biológicos de cualquier persona de este mundo… Jesús, hombre como nosotros, no tiene otro modo de asumir realmente la humanidad que llegando a ella por sus propios procesos… y la intervención de la divinidad para otorgarle su carácter personal divino quedará siempre en la penumbra del misterio… es ahí donde la colocan realmente los evangelistas, y somos nosotros los que extraemos consecuencias gratuitas con la discutible pretensión de que sean edificantes… No hay, por tanto, tampoco ningún inconveniente en contarlo con tintes de relato legendario y de “concepción virginal”; pero, desde luego, sepamos que nos está prohibido pretender materializar nosotros ese misteriodiciendo el cómo, y haciendo de lo que Dios no ha querido revelarnos objeto fantasioso, contradictorio y falso, de ese mundo real al que Él mismo se somete, sin condiciones, cuando decide encarnarse

Hemos rodeado la figura de esa ejemplar y única persona que es María, la madre del hombre Jesús, de tal cúmulo de exageraciones, lenguaje melifluo de tono almibarado, empalagoso y rayano en la cursilería, que hemos dado crédito, propagado y estimulado las leyendas más pintorescas (y, por supuesto, falsas…), haciéndolas objeto de piedad, y pretendiendo convertirlas en signo y prueba de fuerzas y estímulos eficaces y seguros de milagros a conveniencia e hipotecas celestiales. Uno se sonroja y se avergüenza de la falta de madurez y de profundidad de casi todo el repertorio mariano de nuestra pretendida religiosidad popular, que se resuelve en folclore puro, y en una aparente (pero falsa) “cristianización” de supersticiones, magia y hechicería, en la iconografía y en los relatos e incluso devociones más populares, donde hay desde falsedades notorias e insostenibles, absolutamente intolerables si atendemos al evangelio, hasta detalles de una superficialidad ramplona, ridículos e indignos, incluso con frecuencia irreverentes, a cuenta de populares y chabacanos…

Siguiendo la verdadera trayectoria silenciosa de la vida de María, y precisamente por fidelidad a la seriedad y rigor de la escueta noticia de su persona que nos traen los evangelios con un profundo e impresionante respeto, reivindiquemos su auténtica persona y construyamos la modesta y sencilla mariología a la que nos convocan dichos relatos. No sigamos cayendo en la desmesura, la indignidad o el esperpento. Tal vez a muchos de esos inconscientes entusiastas a lo largo de la historia, Ella les mostrará una sonrisa disculpatoria y no les tendrá en cuenta su descaro, pero también es posible que a muchos otros nos reclame la coherencia de quien dice haber aprendido de ella, de su humildad y su silencio, el camino del seguimiento y la verdad del evangelio… 

No pretendo ser iconoclasta, aunque es evidente que no es ésa la forma expresiva de mi devoción ni mi modelo de piedad y reverencia, ni tampoco la que creo debe estimularse o fomentarse en absoluto, sino más bien extirparse, o al menos corregirse… pero los pueblos y comunidades cristianas que siguen celebrando con solemnidad su devoción a María con ropajes tradicionales ya superados y hoy día poco o nada expresivos ni significativos, dada la distancia de su origen, el cambio de mentalidad, y el desarrollo del conocimiento y de la vida; lo hacen con respeto y dignidad, sabiendo los límites y lo inadecuado de ello, y como simple fidelidad, agradecimiento y profunda unidad con sus antepasados como “iglesia local”, pero sin idolatrías ni “espectáculo”, y sin identificarse torpemente con esas formas equívocas. Ese “actualizar” y repetir algo ya superado es, pues, una concesión a las generaciones pasadas como transmisoras del mensaje evangélico, no una identificación, imitación o voluntad de recluirse en sus limitaciones temporales y en sus perspectivas desenfocadas y ya vacías.

Y no dudemos de la madurez de todo fiel para asumir y comprender la relatividad de lo que una larga historia de oscuridad, de angustia, de miedo e ignorancia… pero también de voluntad de dependencia y de dominio, de sumisión y pasividad, de inconsciencia, de instalación y falso paternalismo, y como dice el Papa de “fatal clericalismo”,nos ha legado. Cuando nos mostramos sinceros y desinteresados en la búsqueda de la verdad y en la sinceridad del seguimiento y del compromiso, y lo exponemos con honradez buscando la coherencia de nuestra fe, tanto en su actitud vital como en su discurso teológico, todo discípulo muestra no sólo su complacencia, sino incluso su entusiasmo agradecido; y la progresiva madurez se convierte en genuina fuente de vida cristiana, y no en espejismo de devoción… La verdadera dimensión cristiana de María y su auténtico reconocimiento requieren rescatar con urgencia desde el evangelio una mariología digna, sencilla y silenciosa como ella y sin más pretensiones doctrinales o dogmáticas, fundamentada en los simples y escasos datos que los propios evangelios han querido transmitirnos.

Y no tengamos miedo a elaborarla desprendiendo de ella mitologías, contaminación de leyenda y fantasía, ni neurosis e histerias colectivas …

Por |2020-05-15T08:20:00+01:00mayo 15th, 2020|Artículos, General, Reflexión actualidad|1 comentario

Un comentario

  1. Juanjo Oses 15 mayo, 2020 en 11:10 - Responder

    Personalmente, estoy de acuerdo con esa nueva mariología que presentas: purificada de mitos y supersticiones, digna, sencilla y silenciosa como la Maria, madre de Jesús de los evangelios. Pero la fe no está hecha solo para la cabeza. También cuenta el corazón. Pienso en unas palabras que escribía Martin Descalzo en su librito “Apócrifo de María” (1990). “Para aproximarse al misterio existen muchos caminos, no solo el de la racionalidad. Y alguno de ellos es incluso más rápido, porque ataja a través del corazón. Si esto es verdad referido a todo misterio, doblemente lo es cuando se habla del misterio de Jesús y de su Madre, Maria”.
    Con otras palabras lo decía también el filósofo francés Pascal.
    Pero una “mariología digna” y fiel a los evangelios debería ser la enseñanza oficial de la Iglesia.

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