¿FRACASO ABSOLUTO? (Jn 14, 1-12)
El fracaso más estrepitoso y contundente de Jesús no es el de la cruz. Eso se veía venir. Todos lo presienten e incluso le advierten para que sea precavido. Él mismo cuenta con ello y lo manifiesta claramente con mucha antelación, enfrentándose al ingenuo optimismo de algunos de sus propios discípulos. Incluso la falta de aceptación por parte de las autoridades lleva a los suyos a temerlo desde hace tiempo y a recomendarle prudencia, con lo cual parecen hacerse conscientes del riesgo, aunque les cueste aceptarlo, no acaben de asumirlo e incluso les resulte sorprendente, dado lo extraordinario de su vida. Está bien claro que en lo que concierne a la vida pública domina la ley del más fuerte, y que el poder establecido tiene muchas más bazas, y mucho más convincentes, que un simple campesino, por mucho Dios que sea…
Sin embargo, el fracaso absoluto y escandaloso de Jesús es el de la incomprensión de los suyos, su completa e insuperable incapacidad para compartir, no ya su forma extraña y original de vivir, sino su forma de entender la vida…
La incompetencia de sus discípulos, de aquéllos a quienes Él mismo había escogido y han sido testigos constantes y directos de sus palabras y hechos (a veces incluso intermediarios y protagonistas de ellos), de sus inquietudes y confidencias, es demoledora y parece atestiguar la inutilidad de sus esfuerzos; en definitiva, la irrelevancia de toda su vida…
No hay derrota más contundente y descorazonadora, ni respuesta más concluyentemente negativa frente a toda la ilusión esperanzada de una predicación liberadora, convocando a un futuro prometedor y a una humanidad pacífica y fraterna, de comunión y dicha auténtica, que esa ingenua y cruel confesión de ignorancia de Tomás (el portavoz de las dudas…): “No sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?”… Y no hay expresión más tenebrosa e inquietante, más propicia para hundir en la desesperanza (si no en la desesperación) y conducente a tener que considerar todo el esfuerzo y apasionamiento de su vida como una tarea inútil y baldía, un tiempo trágicamente “perdido” e irrecuperable, una “condena” imposible de disimular, que el otro sincero, inquietante e insospechado, tan cruel y aniquilador como el de Tomás, ex abrupto de Felipe: “Muéstranos al Padre, y nos basta”…
Felipe, Tomás, Pedro, Judas, los doce, nosotros, todos: ¿para qué me habéis acompañado?… ¿por qué habéis permanecido a mi lado?, ¿es que me equivoqué fatalmente al elegiros a vosotros?, ¿no habéis entendido nada?, ¿son precisamente las ovejas de mi rebaño quienes no han aprendido a reconocer mi voz, a comprender mis palabras, a familiarizarse con las sendas por donde tan delicada y cariñosamente las he ido guiando?…
El verdadero fracaso de la vida de Jesús, el que realmente le tiene que haber atravesado el corazón como una lanza, no es la cruz y el odio de quienes se aferran a convertir en poder la religión y manipular la fe y la buena voluntad; sino el de no haber conseguido, transparentando como Él hacía al mismo Dios en su vida, que sus íntimos abran los ojos…Porque Jesús ni siquiera les pide que lo acompañen o defiendan, que se conviertan en su escudo protector, en su consuelo o en su apoyo para que no le fallen las fuerzas y pueda morir sereno, sabiendo que van a recoger su herencia; sino que solamente les pide que sepan y comprendan el por qué y el hacia dónde de su camino…
Pero ninguno parece supo sacar las consecuencias; tal vez solamente las sacó bien Judas Iscariote… y, si es así, mejor les fue al resto quedar en la ignorancia… pero, en cualquier caso, qué profunda, inconsolable, humanamenteinsuperable decepción la de Jesús…
Si Jesús hubiera sido un “Maestro” al uso, un rabino más, que enseña a sus discípulos normas o leyes concretas, un cuerpo de doctrina y tradición que resume y acumula conocimientos, comprensión sistemática, comportamientos concretos, casuística detallada y criterios lógicos, y les estimula al pensamiento riguroso y la sabiduría; si hubiera sido un Sócrates, y los hubiera instruido con su peculiar y cautivadora pedagogía para que aprendieran fórmulas o analizaran procedimientos y problemas concretos, acostumbrándolos al manejo de procesos de razonamientos minuciosos, a cotejo de la ciencia y la jurisprudencia acumuladas con el paso de los años, siglos, historia y costumbres; en resumen, si Jesús únicamente se hubiera propuesto enseñarles un contenido de doctrina para pensar, juzgar, resolver cuestiones, y decidir en caso de duda cómo y dónde buscar respuestas acertadas, hubiera de un modo u otro resumido su voluntad de instrucción en una especie de Manual o Catecismo, les hubiera enseñado reglas nemotécnicas para retener los cánones del Código, y sin ninguna duda, con mejores o peores notas cada uno de ellos en su Evaluación Final, todos hubieran logrado superarla; y tanto Él como ellos tendrían la evidencia del progreso realizado en su conocimiento y de la suficiencia adquirida para convertirse ellos mismos en los discípulos destinados a extender las enseñanzas de su maestro, propagar su doctrina, formar escuela, y constituir una secta, religión o filosofía peculiar y propia, nueva y distinta de las hasta entonces conocidas. El tiempo de aprendizaje hubiera parecido fructífero y “conseguidos los objetivos del Curso”…
Pero Jesús, pedagogo exquisito, no enseña de esa manera. Podríamos decir que ni siquiera parece que enseñe nada… al menos al modo como solemos entenderlo, porque ni hay Código, Catecismo o Teología Dogmática a los que se ajuste; ni lecciones sistemáticas a resumir o recitar; nifórmulas, artículos o cánones a memorizar y retener; o Credosque resuman su enseñanza… Jamás se detiene en eso, ni lo pide a sus discípulos. Su enseñanza real y verdadera es algo inaprensible: nos enseña a vivir… Y su método y pedagogía es muy simple: nos acompaña… compartiendo su propia vida, regalando su presencia, convocando al compartir fraterno, a la comunión con Él y con quien le escuche y siga…
Por eso el examen final a sus discípulos será una simple pregunta, y no de contenido, al final de su vida, en el contexto íntimo y sacramental de su despedida en la Última Cena, y después de actualizar una vez más, de modo solemne y culminante, todo el sentido que ha impregnado esa vida, lavando sorprendentemente los pies a esos discípulos que lo consideran su Maestro: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”… Es la única pregunta… Esa única y definitiva pregunta tras el gesto del lavatorio es el penúltimo intento de Jesús, su último esfuerzo sobrehumano para que comprendan y se apropien su vida, intento baldío, porque se morirá abandonado y solo… Pero es la pregunta final, y está íntimamente asociada a esas otras dos hechas a Tomás y a Felipe unos momentos después (no olvidemos que, en realidad, el cuarto evangelio es siempre una escenificación muy elaborada, dramatizada y con largos y detallados discursos ad hoc), y que le demuestran amargamente que no han aprendido nada…
La decepción no puede ser mayor. La persistente y completa ofuscación de sus íntimos, que les hace impermeables a esa agua viva que fluye de Él, y ante la que se muestran aparentemente insensibles, llega a su culminación en ese Jueves Santo de su definitiva despedida. Tal vez precisamente porque se muestran tan opacos todavía es por lo que Jesús intenta el último gesto que les abra los ojos, y por eso les lava los pies de modo casi desafiante: ¡A ver si por fin, en el último momento, despiertan de su letargo!… Si el tormento de la cruz duele y martiriza despiadadamente, el desmoronamiento de la esperanza puesta en la comprensión por los suyos de su íntima razón de vivir, desgarra inconsolablemente su alma: los confidentes de su vida, aquéllos a quienes eligió como apóstoles y compañeros de viaje, sólo manifiestan incomprensión y extrañeza, que pronto se convertirán en miedo atroz y abandono…
En el momento último y decisivo de su vida en el que tiene que confiarnos su mandato-herencia, haciéndonos depositarios, transmisores, encarnadores después de Él de la presencia de Dios en el mundo, a través de la entrega, el servicio y la comunión; perpetuadores de esa obediencia filialcuya fidelidad e insistencia le ha conducido por culpa de la mente obnubilada de todos, amigos y enemigos, dirigentes lejanos y compañeros cercanos, a perder estrepitosamente su influencia, a pesar de conservar sin mengua su autoridadincuestionable y su libertad absoluta; y que le ha llevado a ser odiado a causa de su amor incondicionado, condenado injustamente por no saber ni querer vivir sin perdonar indiscriminadamente a todos, siendo señalado como absolutamente pernicioso precisamente para la causa de Dios, a quien llama su Padre y con quien se identifica plenamente como Hijo; precisamente ahora, cuando no puede haber vuelta atrás ni se pueden prorrogar los plazos de su vida, entregada ya por completo, somos sus discípulos quienes menos hemos comprendido la meta de su camino y la identidad profunda de su Padre y suya… se diría que sólo hemos querido ser su comparsa, “apostar por Aquél a quien creíamos vencedor”, aprovechar los privilegios de su compañía y “sus poderes”, intentar ser siempre de los aventajados… y nos preguntamos con sorpresa fingida o necia: ¿acaso se trataba de algo más cuando hablaba de su Reino…?
La ignorancia y las preguntas desafiantes de Tomás y de Felipe, como de los otros diez, como las nuestras, sólo merecerían su desprecio, su distanciamiento y su rechazo.
Sin embargo, lo sabemos, consecuente con su vida absurda y caprichosa, Jesús no abandona a nadie… el dolor de la incomprensión y el desgarro manifestado en su pregunta: “Tanto tiempo con vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe…?” se lo lleva con Él a la cruz, tras lavarnos los pies, para poderlo resucitar en Pascua, y para que así, por fin lo conozcamos…
El indudable fracaso absoluto (eso es lo que lo mata), se transformará en plena y definitiva comprensión al no convertirlo en claudicación y duda, sino en la última ocasión de manifestar su misericordia y su bondad, su extraña divinidad, su fidelidad y su esperanza, su inauguración de otro Reino…
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