EL ARREBATO EVANGÉLICO

Nos lo acaba de decir el Papa Francisco: “…Como Iglesia no estamos llamados a establecer negocios, sino al arrebato evangélico…”

Un arrebato, sí, pero decisivo; es decir, definitivo y transformador. Una sacudida, una iluminación, un fuego que es origen de un incendio inextinguible: el de tu vida, ardiendo ya para transformar las tinieblas en claridad. Porque el arrebato del evangelio no es pasajero ni provisional, sino purificador. Es volver a nacer, ser succionado por un torbellino, como el profeta Elías, y así despegarte de lo superficial y lo mundano, de lo acomodado y lo mediocre, dejándote absorber sin resistencias por el atractivo irresistible de Aquél que hablaba como nadie había nunca hablado, y que amaba como nadie nunca había amado…

El seguimiento a Jesús surge de un arrebato, el del entusiasmo que hace hablar a Pedro demasiado pronto y con demasiadas palabras: daré mi vida por ti… pero que conmueve de tal manera los cimientos de la persona, que, una vez corregida la inconsciencia y la imprudencia, la incontinencia verbal del primer impulso sincero pero incontrolado, transforma por completo la trayectoria de la vida, y otorga una fe y una firmeza ahora sí inconmovibles.

Porque el arrebato evangélico, el decisivo y entusiasta, arriesgado, “sí” a Jesús, no es huida del mundo ni actitud de “iluminado”; sino desprenderse de los apegos para poder ser libre, acceder por fin a opciones radicales y a vivir en el cumplimiento de las promesas divinas, en el horizonte del Reino de Dios futuro, inaugurado por ese Jesús desconcertante, fuente de algo indefinible, portador de un mensaje y un vivir tan disparatado que, además de indefinible y provocador, se convierte en verdugo de nuestras seguridades y desestabiliza nuestra propia fe en Dios, que considerábamos definitivamente asentada, y se nos muestra ahora de forma clarividente como esclerótica y fosilizada… Hemos de seguirlo a Él… y para siempre.

Porque, a pesar de que nuestros habituales arrebatos son casi siempre explosivos y efímeros, el arrebato evangélico, el estremecimiento de la llamada al seguimiento de Jesús, del hundimiento en la intimidad de Dios a través de la comunión con el Hijo al compartir hasta su mesa; este arrebato, te marca para siempre, compromete sin remedio: ya nada vuelve a ser como antes… hemos dejado nuestra vida y quedamos instalados en la vida de Dios… el retorno es imposible… ya sólo valdría la renuncia, pero esa renuncia jamás podría anular el haber gustado el banquete…nos condenaría a la amargura… y uno ya, irremediablemente, no puede conformarse con menos… no quiere… no puede querer nada inferior a lo logrado…

Y ese arrebato por Jesús nos indispone no sólo con el mundo, sino con los devotos y piadosos defensores de un dios burócrata y clerical, celoso defensor de su supuesto patrimonio; nos aleja de una jerarquización y protocolo sagrado inventado por nosotros y desautorizado por Él mismo; y nos prohíbe esa pretendidamente “santa” manipulación y juicio del prójimo, que nos asalta siempre como la peor de las tentaciones porque se maquilla como voluntad de “salvarlo”.

El huracán de Jesús, el fuego del Espíritu Santo, nos arrebatan porque nos proyecta a su hoguera: a arder en comunión con Él y los hermanos. Porque el arrebato evangélico, que comenzó quizás inconsciente y espontáneo, que surgió de forma imprevisible cuando menos lo esperabas, que te despertó y te dejó indefenso a un tiempo; no fue un relámpago fugaz, que tras iluminar como un destello te vuelve a sumir en las tinieblas, sino la chispa que provocó un incendio al que te sabes convocado para alimentarlo y hacerlo inextinguible. Eres tú quien ha de arder, tu fuego el que devora. O no, mejor: es su fuego ardiendo en ti, en ti y en esos hermanos tuyos con quienes te funde Él al arder contigo…

¿Para qué?: ¡Para gozar de su calor y de su luz! Para iluminar tinieblas e inaugurar su Reino: para no dejar de anunciar la paz y la alegría. Para inundar con tu sonrisa los paisajes áridos de tantos escenarios. Para que una simple mirada tuya baste para decirlo todo, y para que cada palabra que pronuncies acaricie como bálsamo reparador y sea como oasis en el martirio de un desierto. Para que rebose y se te escape tu vida, la vida incontenible que Él te ha dado en su arrebato. Porque también su amor por ti es un arrebato, el arrebato divino… Y por eso tu vivir desde Él, con Él y con tus hermanos, solamente puede ser un vivir arrebatado, entusiasta, apasionado… ¿cómo volver ahora a lo prosaico?…

Por |2019-06-12T17:03:09+01:00junio 12th, 2019|Artículos, General|Sin comentarios

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