LA PAZ DE CRISTO

La propuesta de Jesús, su Evangelio, se puede condensar en que nos ofrece su paz, esa paz que es atributo de Dios y que no solamente exige la ausencia de guerra y de hostilidad, sino que significa vivir al modo de Dios. La Paz es una forma de definir su propia divinidad: Dios es el pacífico, el apacible, el paciente.

Jesús nos dice así que hemos de ser morada de Dios; el Padre tiene que habitar en nosotros como habitaba en él, como obraba en él. No nos pide que seamos adoradores de Dios, sino morada del Padre; del mismo modo que el lugar sagrado de Dios no fue el Templo sino Jesús, así nosotros hemos de seguir siendo portadores de su paz, de su ser divino en el mundo. El libro del Apocalipsis nos lo recuerda remitiéndonos a los tiempos finales: ya no hace falta Templo, porque la presencia de Dios se da en el hombre (“toda la ciudad”, es decir los santos allí presentes, son ahora el Templo).

Y eso significa también, que ya no puede haber obstáculos que nos alejen de él, trabas que nos impidan llegar hasta él o barreras que lo hagan inaccesible: hay muchas puertas para entrar, por todos lados se accede a Dios, cualquier persona nos permite palparlo. El pluralismo es condición para que haya fraternidad, iglesia, paz, presencia divina.

Las tensiones, inevitables y deseables, en la comunidad cristiana se resuelven desde la libertad y la unidad, porque nada nos debe enfrentar, nada puede obstaculizar o impedir la presencia de Dios salvo nuestro egoísmo. No hay “condiciones previas”, no es preciso “adornar” la casa, dignificar el local; es la humildad de nuestra persona, que busca y encuentra al Dios de la paz en sus entrañas, quien dignifica el lugar por donde pasa al haberse convertido en sacramento de la presencia de Dios en el mundo, en instrumento de su paz.

Aceptar ese encargo es desistir de buscar razones para convencer a nadie, o de tener motivos justificados  para llegar hasta el prójimo. Más bien se trata de provocar ocasiones en que el otro pueda sentirse querido y aceptado, apreciado como ser distinto de mí, mimado y cuidado por mí no porque quiero mejorarlo, sino porque lo necesito para ser yo mejor, para crecer en fidelidad, amor y paz, para que su contacto me enriquezca.

La paz de Cristo no consiste sólo en reprimir los impulsos violentos, sino significa vivir desde la mansedumbre y la dulzura, desde la entrega y el servicio gozoso a los demás. ¿Es ése nuestro distintivo cristiano?

Por |2019-06-10T19:14:55+01:00junio 10th, 2019|Artículos, General|Sin comentarios

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