PERO, ¿QUÉ DICEN ÉSTOS?

La aparente enajenación y conciencia nebulosa de Pedro, Santiago y Juan, que nos narran los evangelistas en la escena de la Transfiguración, con todos los ingredientes como para pensar que están bajo los efectos del sopor ocasionado por una borrachera o por una buena dosis de alucinógenos, podían llevar a alguien a exclamar: Pero, ¿qué dicen éstos?, ¿están pirados?, ¿de qué van…? Sin embargo, esta más que justificada reacción ante la Transfiguración de Jesús no es exclusiva de este relato, pues idéntico estupor y la misma reacción provoca la torpeza, e incluso necedad de los discípulos en algunas otras escenas evangélicas protagonizadas por alguno de ellos o por todos en conjunto, escenas que no tienen ninguna relación con apariciones o visiones extrañas.

Podríamos, quizás ir más allá e incluso decir que el interrogante: “Pero, ¿qué dicen éstos?”, como indicativo de sorpresa, incredulidad y desconfianza, puede fácilmente establecerse como una “expresión comodín” de todo el Nuevo Testamento, de principio a fin.

Porque comienza en el mismo nacimiento de Jesús. Así, ante la llegada de los pastores para adorar al Niño, y posteriormente de los Magos ofreciendo sus dones e inclinándose ante él, podemos suponer que María y José quedarían perplejos y desconcertados; y se preguntarían sin ninguna duda: Pero, ¿qué dicen éstos?… Y, cuando más tarde en el templo los ancianos Simeón y Ana prorrumpieran en elogios y palabras proféticas respecto al recién nacido, se lo volverían a preguntar con las mismas palabras y con idéntica sorpresa.

Ya en su vida pública, los apóstoles Santiago y Juan, con su madre, quieren hablar con Jesús para pedirle puestos de privilegio en su Reino; y en otra ocasión están todos los discípulos discutiendo quién será el más importante, demostrando con ello lo lejos que están de comprender a Jesús, al que siguen y escuchan: Pero, ¿qué dicen éstos?… ¿qué se han creído?

En la alto del monte los tres se caen de sueño y se les nubla la vista, oyen voces, ven visiones y personajes legendarios, hablan de Moisés y Elías, una nube los cubre, se mueren de miedo y comienzan a decir tonterías: Pero, ¿qué dicen éstos?… ¿ven fantasmas o están colgados?

Pedro quiere recomendar a Jesús cómo debe hablar de forma triunfalista y no defraudar las expectativas de poder y de futuro que han depositado en Él todos sus seguidores, de modo que Jesús tiene que corregirle: Pero, ¿qué dice éste?… ¿qué pretende?

Tras la multiplicación de los panes, y en muchas otras ocasiones tras sus discursos o sus milagros, la multitud se le entrega y le pide que se ponga al frente de ellos, que asuma la responsabilidad de ser el Mesías esperado, el triunfador. La reacción de Jesús es la misma: Pero, ¿qué dicen éstos?… ¿qué quieren?… si estoy hablando justamente de lo contrario…

Por otro lado, cuando Jesús actúa con esa peculiar autoridad suya para expulsar demonios, realizar milagros, o perdonar pecados, son las autoridades y la gente quienes dicen de Él: Pero, ¿qué dice éste? Nadie puede perdonar pecados fuera de Dios…

Cuando Jesús decide ir a casa de Lázaro, en Betania, cerca de Jerusalén, arriesgándose a ser reconocido, detenido y apresado, los discípulos tratan de disuadirlo diciéndole: “casi te matan allí, ¿y quieres volver?”; alguno (Tomás), está dispuesto a arriesgarse con él y llega a decir: “Vamos a morir con Él”… Otra vez: Pero, ¿qué dicen éstos?… ¿no saben que es Él quien dirige su propia vida hacia la cruz?

Pedro no quiere consentir que le lave los pies, y probablemente habría algún otro que quisiera resistirse…y Jesús: Pero, ¿qué dicen éstos?… soy yo quien quiere dejaros esta herencia, yo el que coloca el servicio como la raíz de la autoridad cristiana…

En la cruz le exigen el signo definitivo y concluyente de su realeza, la prueba decisiva que haría evidente esa pretensión mesiánica suya: “Baja de la cruz y creeremos”… Pero, ¿qué dicen éstos?… siguen mirando con los ojos del odio, de la ceguera para Dios y su misericordia, de autoafirmación de sus ídolos confundidos con el culto aparente a la divinidad…

Y ya resucitado, la reacción no es otra cuando afirman haber visto a Jesús: Pero, ¿qué dicen éstos?… lo único constatable y público ha sido su cadáver en la cruz y su sepultura ¿acaso alguien nunca ha resucitado?…

Y cuando Pablo anuncia el evangelio en Tesalónica, en Corinto, en Efeso… la pregunta desconfiada ante la irrupción de la fe en Jesús resucitado y la convocatoria a una Iglesia naciente y a esa otra “forma de vida”, será la misma: Pero, ¿qué dicen éstos?… porque se han dado cuenta de que seguir a Cristo es poner el mundo patas arriba…

En esa expresión chocante, que recorre todo el Nuevo Testamento, se podrían resumir las dos actitudes básicas fundamentales: por un lado la tristeza de Jesús ante la incomprensión de sus discípulos y de todo el pueblo; y, por otro, la incredulidad de los “espectadores” de Jesús, o de su iglesia naciente, ante el evangelio, ante el incomprensible y provocador Dios que anuncia.

Es la extrañeza de Jesús ante lo que busca el hombre; y es también la extrañeza del hombre ante lo que propone Dios a través de su Hijo y la comunidad que Él encabeza. Pero se observa con claridad el cambio de acento: Jesús se extraña de la dureza de nuestro corazón y de nuestra negativa a aceptar su palabra, su propuesta… mientras que la extrañeza que Él, o sus discípulos tras su resurrección, provocan es la del rechazo y la intolerancia de aquéllos a los que el mensaje del evangelio les resulta escandaloso e inaceptable.

En realidad, la extrañeza y la duda del Pero, ¿qué dicen éstos?… no es mala en sí misma, porque depende de la actitud que la origine: en María y José, y en cualquier seguidor sincero de Jesús, se hace en un horizonte de entusiasmo y de esperanza ante lo que anuncia el misterio de Dios, de sorpresa por tenerlo tan cerca; mientras que en los jueces y “entendidos”, en los que están seguros y son inflexibles e intolerantes, son un motivo de desconfianza, de recelo y de condena. En el propio Jesús, es simple constatación de nuestra torpeza y la necesidad de que nos ilumine y nos corrija.

Tomemos, pues, buena nota de todo. Acojamos con entusiasmo y alegría la propuesta de Jesús al anunciarnos su Reino y reclamarnos su seguimiento, sin que tenga que decir de nosotros desconsolado: Pero, ¿qué dicen éstos?… a causa de nuestra incomprensión o nuestro rechazo. Pero que no nos importe que otros digan de nosotros, como dijeron de Él y luego de sus discípulos, cuando se decidieron a ser portadores de esa misericordia suya, de su bondad y su perdón: Pero, ¿qué dicen éstos?… porque ésa sería la mejor prueba de que sin necesidad de perder la razón ni de caer en la confusión o en la inconsciencia nos hemos dejado llevar libremente por la locura de Dios, contagiada por Jesús.

Porque reclamar el cumplimiento del evangelio, hablar en nombre de Cristo y ser portador de su Espíritu va a ser siempre una especie de locura difícil de aceptar… y hay que saberlo…

Pero, ¿qué decimos nosotros?…

Por |2019-05-29T19:26:02+01:00mayo 29th, 2019|Artículos, General|Sin comentarios

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