No recordéis lo de antaño,
no penséis en lo antiguo;
mirad que realizo algo nuevo:
ya está brotando, ¿no lo notáis?
(Is 43, 18-19)
¿No te das cuenta de lo que ha hecho Dios contigo? ¿de lo que ha hecho por ti, de lo que ha hecho para ti? ¿de lo que hace con nosotros? ¿de cómo nos abraza para convocarnos a algo nuevo? ¿no notas su fuerza que te aprieta y que te apremia? ¿su aliento que te despierta y que te anima y fortalece? ¿su mirada que te invita y sus labios que te sonríen? ¿su voz que te llama? Él llega siempre de modo imperceptible, cuando menos lo esperas, por sorpresa. Y muchas veces te deja en la incertidumbre, boquiabierto, porque sus caminos y sus llamadas son tan insospechados, tan imprevistos e impredecibles que uno querría tener certezas imposibles, una confirmación definitiva. Y Dios nunca se nos presente con ese tipo de pruebas y certezas; su única garantía es la de invitarnos a descubrir o a confirmar esa dimensión profunda de la vida, que nos seduce y subyuga, pero que nos desconcierta en ocasiones, y que nos es imposible llevar adelante en solitario, pues su razón de ser es la invitación y convocatoria a integrarnos en esa nueva humanidad, inaugurada con la cruz.
¿No sientes como con Él tu vida es nueva y todo lo anterior parece relegado a un pasado remoto, como si ya no se tratara de ti mismo, porque te sientes casi incapaz de reconocerte en el tiempo anterior a su llamada? ¿Brota de ti lo que nunca hubieras imaginado: dulzura y osadía a un tiempo, alegría y seriedad, libertad y responsabilidades imprevistas? ¿Ha surgido lo imprevisto: que tu insatisfacción y tu impaciencia se han transformado en serenidad y sonrisas, que tu timidez no te impide ya tomar la iniciativa y asumir riesgos, y que tu rareza no es ya la del dejado por imposible sino la del que contagia vida y alegría?
Porque también los de tu lado perciben que has cambiado; más aún, que cambias día a día, escalando sin darte cuenta alturas invisibles de disponibilidad y cercanía, que antes hubieras creído inaccesibles. Y no es que te propongas nuevas metas o que te hayas decidido por objetivos ambiciosos, sino que ha cambiado el tono, el color de tu vida. Germinó por fin y, como siempre, imperceptible y casi inesperadamente, la semilla presentida, la de la incontrolable Providencia, la de la sorpresa infinita, que despierta al entusiasmo e invita a dejarse llevar por Dios sin pretender comprenderlo, dejarse mecer por ese balanceo suyo que nos cautiva sin dejarnos perder la consciencia, para asegurarnos que no hemos de temer su suave caricia ni las complicidades que provoca. Es algo nuevo, desafiante y gozoso, realidad y promesa, presente y futuro, temporal y eterno, encarnado y espiritual a un tiempo, irrenunciable en su aparente contradicción. Es todo aquello traído por Él a nuestra vida, y que Él mismo nos prohíbe rechazar. Dejemos, pues, los temores y los miedos.
Has de descartar, sí, lo antiguo; olvidar lo de antaño. Pero no por inválido, inútil o baldío, sino por superado. Tu vida realmente no puede seguir siendo la misma. Es la misma, pero es otra, la has de vivir de otra manera: no a la tuya, sino a la de Dios… por eso es nueva, porque Dios es nuevo cada día y ahora te has unido a su futuro. ¿Y eres consciente de que con ello te ha hecho eterno?, ¿que ahora ya has nacido para siempre?, ¿sientes desde lo más hondo la dulzura del regalo?, ¿gozas de ese amor delicado que abre horizontes nuevos?, ¿sabes que estás ya en lo irrenunciable?
Sí que lo sabes. Sé que lo sabes. Lo notas. Lo sientes. Y lo celebras con una inmensa paz y una alegría desbordante. Agradecido e ilusionado. Con entusiasmo y fortaleza. Sí, también con un rescoldo de miedo casi invencible, porque es la consciencia de tu propia debilidad y pequeñez, de lo inútil que te sientes y lo inmerecido del regalo. Sé que lo sabes, sin embargo aún te falta creértelo del todo, ¡siempre nos falta acabar de creerlo! Pero no dudes. Míralo: ¡es Dios! ¡Es Dios en su misterio! ¡Y ya no puedes rechazarlo! ¡No quieres! ¡No puedes querer! ¡No te deja! ¿Acaso podrías vivir ahora de lo antiguo? Estás ya en otro horizonte… aquél en el que Él te ha instalado, al hacer por fin surgir ese algo nuevo, al hacer brotar lo que anunciaba… Déjate llevar sin miedo…
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