Quien no vive su fe cristiana como una aventura apasionante todavía no ha llegado a la raíz del Evangelio. Quien no esté dispuesto a dejarse sorprender por Dios, y a, sabiéndolo, estar siempre expectante, ilusionado, emprendiendo ese viaje alucinante hacia lo interior y lo profundo que se nos escapa de las manos, nunca descubrirá el gozo del discipulado, la dicha a la que Jesús convoca.
Lo apasionante no es conocer a Dios, sino saber que lo desconocemos, que nos será imposible abarcarlo en nuestra estrechez; y, por tanto, que nos sobrepasará irremediablemente, y no podremos identificarlo más que cuando Él quiera presentarse, de forma imprevista e imprevisible, siempre sorprendente y extraña.
Pero no puedo conformarme con menos. No quiero menos de lo que me ofrece en perspectiva el evangelio. No me basta este mundo nuestro, precisamente porque lo construimos nosotros, porque nos es accesible y manipulable, porque lo dominamos y lo sometemos. La aventura del saber, de la ciencia, del control dela técnica, que se impone y domeña las fuerzas cuyo origen y razón de ser se nos escapan, no me convence ni me apasiona, no llega a satisfacer mi ansia de plenitud, que brota de un pozo mucho más profundo aún que el interrogante del cosmos, los abismos siderales, y el enigma incomprensible de esas fuerzas elementales e invisibles de la materia.
Mi vida y mi alegría, mi dicha y mi plenitud, tienen poco que ver con la aventura de la ciencia y del saber, porque son mucho más: no tiene nombre sino el del misterio apasionante, el de Dios, el de ese Jesús, ese Cristo, consumiendo una existencia incomprensible justamente porque no pretende explicarnos nada sino abrirnos al horizonte del todo, no busca saber sino vivir…
¿Cómo no me va a resultar apasionante ser convocado a hablar, más aún a encarnar, la misericordia y el perdón, las entrañas de Dios? Es el reto de mi vida, el desafío absoluto, la meta a la que nunca llegas, lo imposible en camino… La mirada de Jesús, clavada en mí, me sumerge en una luz trascendente y atrayente, más allá de toda fuerza física, porque me lanza a un horizonte de promesas, de interrogantes preñados de esperanza y de alegría, cuyo secreto constituye el enigma definitivo de mi propio ser, de mi persona, de mi vida, de la Vida; y eso, por encima de todo, es apasionante.
Y lo apasionante se vive día a día con una ilusión constante y un entusiasmo desbordante que no se puede disimular, por eso es contagioso. Porque ser cristiano es vivir entusiasmado hacia lo imposible, hacia la utopía y la trascendencia; es decir, hacia el lugar que no puede situarse y el tiempo que no puede definirse; hacia el terreno de Dios… es el sueño de los insensatos, porque la sensatez la juzgamos siempre con los baremos de lo conocido y mensurable; es la visión del profeta, cuya palabra no se basa en lo por todos constatado, sino en la fidelidad a la promesa.
Ser cristiano es apasionante, porque es anuncio de un Reino inesperado, que irrumpe con un Jesús marginal y marginado; porque es seguir sus pasos extravagantes y absurdos, provocadores y comprometidos, exigentes e incomprensibles. Apasionante porque no se puede serle fiel en la tibieza ni en la indiferencia; porque lo pide todo, pero después de habértelo entregado todo y haberse vaciado en ti. Apasionante porque sientes su sangre en tus venas, que estallan con ella de alegría y de bondad; sí, su sangre en ti te hace consciente de que eres capaz de misericordia y de piedad, de ternura y mansedumbre, de todo aquello que sin ella juzgabas tan imposible y lejano. Apasionante será siempre vivir con Cristo, en sus entrañas, formar su cuerpo. Apasionante porque ya no temes las distancias; mejor, porque ya no existen distancias ni ausencias al dejarte llevar por ese vendaval de su Espíritu que aúna voluntades y vidas, que hace todo cercano al incendiar corazones y conciencias con su fuego y al transportarte sin remedio a lo divino. Y apasionante es la aventura a la que nos convoca, porque no me llama a seguirlo en solitario, sino que me quiere en comunión, unido en la alegría y la entrega a los hermanos, necesitado de ellos y necesario para ellos, gozando con ellos del Misterio y llamado por ellos y con ellos a la Vida.
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