ANONIMATO (Lc 6, 39-45)

ANONIMATO (Lc 6, 39-45)

El evangelio de Jesús no es sólo una llamada a la radicalidad en el ejercicio de la caridad como expresión de un amor al prójimo incondicional y prioritaria en la vida de las personas; sino también, y simultáneamente, una invitación a hacerlo desde el anonimato y sin protagonismos: sin propaganda ni autosatisfacción, sino como la inevitable consecuencia de nuestra forma de vida, que no tiene otro sentido que el de gozar en la disponibilidad y entrega incondicionales al descubrir que es la actitud de servicio y la compasión con el prójimo, lo que nos anima e ilusiona, dotando de sentido a nuestro proyecto vital y conduciéndonos a dar frutos de buenas obras incluso sin necesidad de pretenderlo expresamente.

Jesús es insistente en ello: la identidad de discípulos suyos no nos la da la suscripción de un Credo o una doctrina basada en él; ni siquiera el aparecer ante el mundo como sus acompañantes, o que nos cuenten entre sus seguidores, sino esa trayectoria de vida que, al “dar frutos de buenas obras” acredita la semilla que ha germinado en ella.

Incluso lo que llamamos (a veces hipócritamente) “corrección fraterna”, o “dar buen consejo al que lo necesita” (es una de las que llamamos “Obras de misericordia”…), no debería ser una advertencia expresa hecha por nosotros, una llamada nuestra de atención al prójimo, movidos por la voluntad caritativa de que corrija un error que consideramos lo puede alejar de la bondad divina; sino más bien, debería ser la señal evidente de alarma que reciba, gracias al testimonio inequívoco de nuestra actitud ejemplar y de nuestros actos comprometidos, de la incongruencia de su planteamiento o de su forma de proceder; es decir, una llamada de atención que descubra él mismo, no directamente provocada por nuestras palabras de reprobación, sino percibida luminosamente por él gracias a nuestra forma de vida, la cual le sorprende y le mueve a reflexión, incluso ignorando nosotros esa repercusión de nuestro comportamiento fiel y confiado.

El ejemplo del propio Jesús es bien claro: su actitud y su vida era tal, que ponía en evidencia a quienes lo rodeaban sin necesidad de que él mismo los interpelara directamente. Y a eso nos convoca : a que vivamos de ese modo “interpelador”, tan chocante y “provocador” en nuestra sociedad, que se convierte también, en consecuencia, y sin pretenderlo directamente, en “denuncia” indirecta de conductas centradas en uno mismo y en los criterios “de este mundo”, denuncia cuya razón de ser estriba no en nuestro propósito de querer corregir a los demás, sino en haber descubierto, con Jesús y por Jesús, un Reino distinto, con un modo de proceder tal vez insospechado, pero absolutamente convincente e inaugurador del futuro prometido y ansiado.

El anonimato es muchas veces la verdadera dimensión de la bondad, de la compasión y la misericordia. Y, por el contrario, el protagonismo y la presunción la convierten en trampa perversa y en ocasión de autocondena…

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