MÁS ALLÁ DE “LO RELIGIOSO” (Lc, 4, 14-21)
La escena de Jesús en la sinagoga de Nazaret, tal como la cuenta el evangelio de Lucas es significativa de cómo la fe cristiana (ésa tan peculiar que despierta Jesús), se sitúa en el contexto de nuestro comportamiento religioso habitual.
Ninguno de los asistentes sospecha que uno de ellos, Jesús, su vecino, vaya a dejarlos atónitos, actuando de un modo sorprendente e inimaginable.
Todas las personas que acuden a la sinagoga manifiestan una inquietud religiosa y una misma actitud piadosa y devota: van allí porque comparten su fe en Dios, el Dios de Israel, su pueblo, y para cumplir sus deberes u obligaciones, así como su “catequesis” o instrucción doctrinal, y su oración. Y no buscan ni esperan nada más. Lo llevan haciendo fielmente toda su vida, y ello es un signo de su compromiso con Dios; lo sienten como exigencia suya. Y eso basta: es todo lo que les reclama como comunidad creyente, al margen de la vida individual y personal, en la que cada uno debe cumplir con la ley y los mandamientos.
Y, sin embargo, desde el propio ritual establecido, desde la liturgia rutinaria marcada siempre por los cánones de “lo que está mandado”, surge algo inaudito, insólito e incluso desafiante y revolucionario: alguien altera el ritmo tradicional de la asamblea, del acontecer cultual y del cumplimiento religioso establecido, y se manifiesta como algo nuevo que surge; superando y, más aún, perfeccionando, llevando a cumplimiento, la provisionalidad de la rutina sagrada, y reclamando superar las limitaciones de nuestro homenaje terreno y humano a la hora de honrar a Dios y hacer su voluntad.
Inaugurar algo nuevo y de tal calibre es, como dirá años más tarde san Pablo, anular lo antiguo, clausurar definitivamente un periodo, y reclamar un comportamiento renovado, una actitud abierta hacia el futuro y no una repetición del modelo del pasado.
Ninguno de los presentes en la sinagoga podía sospechar que era ésa la convocatoria que les ofrecía (¡y exigía!) Dios, su Dios, a través de Jesús, precisamente en ese momento de su vida, una vida enmarcada –como signo de su autenticidad divina- en la propia liturgia y experiencia religiosa que según las promesas constituía una prueba de fidelidad, pero también una esperanza de futuro y de cumplimiento de tales promesas, causa de esa reverencia y ese culto que les había convocado hasta ese día.
Pero ése era, precisamente, el kairós de su salvación, el momento decisivo de la historia y de su vida personal para poder apreciar y dar presencia y eficacia definitiva al propósito creador de Dios desde el origen.
Ese momento actual y esa provocación de Jesús, el Mesías, es precisamente el que, retrospectivamente, daba fundamento y proyección de futuro a la fe establecida, a la promesa hecha. Ser fiel a ella exigía, pues, asumir el desafío actual de Jesús, acoger sin condiciones su reclamo de cumplimiento, saberse ya en el mundo y la salvación prometida y ansiada, reconocer sin reservas ni nostalgias la superación de lo que era provisional y tenía desde su inauguración una especie de “fecha de caducidad” ahora cumplida.
Por eso, rechazar la osadía de Jesús, renegar de su identificación con nosotros, desconfiar de su persona e ignorar el desconcertante anuncio de la urgente buena noticia, definitiva e inauguradora de otro Reino, el de Dios, es tanto como como condenarnos a nosotros mismos a lo caduco y efímero, a la angustia de la impotencia y la frustración de la verdad.
El desconcierto del primer momento del anuncio ante la feliz novedad imprevista, ha de dar paso forzosamente a fijar nuestra mirada asombrada en él y ya no poder retirarla, porque ya no podemos ver las cosas de otro modo que bajo el resplandor incontenible de su luz ni entender nuestra vida de otra manera que desde el horizonte de vértigo que él suscita. Es algo más allá de lo religioso de nuestra devoción, más allá de los rituales y liturgias oficiales y expresivos, sí, de nuestra fe; pero insuficientes e incluso innecesarios desde que Jesús se ha presentado reclamando algo más radical, más profundo, y más digno de él y su misterio…
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