LA ÚNICA SOSPECHA (Lc 2, 41-52)
Todo padre o madre que contempla a su hijo desde lo profundo de la vida y de la persona, se maravilla y descubre un misterio. Tal vez María y José percibieran que la rareza de su hijo era singular y no equiparable a la del resto de los niños; pero eso “quedaba en el fondo de su corazón”… Lo cierto es que esa familia era una de tantas, y el Hijo de Dios encarnado no destacaba en nada: necesitaba de los cuidados y el cariño de los suyos, como todos.
Ahí se sitúa lo escandaloso, desafiante y provocador de Dios. Pero es precisamente eso lo que nos salva, la única decisión divina coherente con su voluntad creadora, origen y causa de nuestra persona y de nuestra libertad… Dios no puede ser lo controlable y previsible… Encarnándose en este mundo, no puede haber en él nada “sospechoso” de divinidad… ¿Paradójico y desconcertante?: sin duda… absolutamente trascendente…
En principio nada hace creíble que en un hogar de Nazaret, en esa familia humilde y sencilla de María y José, habite Dios en persona y crezca su Hijo hecho hombre…
Y es que, aunque no lo veamos (y eso forma parte del misterio que celebramos en Navidad), las perspectivas de este mundo y su destino sólo se transforman, se renuevan y se hacen posibles desde la normalidad, es en ella donde está implícita la infinitud…
Porque el escándalo provocador que constituye la raíz de la fe cristiana es el del Dios inerme, el de la normalidad absoluta de lo humano cuando él, Dios, se encarna. Pues no se trata sólo de que no quiera hacer exhibición de su grandeza imponiéndose de un modo incontestable como alguien invencible, poder supremo y absoluto. Ni tampoco (mucho menos aún), es ese monarca de novela que se disfraza de plebeyo, haciéndose pasar por uno de sus súbditos porque quiere, generosamente, conocer sus condiciones inferiores y así luego socorrerlos adecuadamente con decretos justos y compasivos. Tanto en un caso como en otro, se trata de una falsa identificación con lo que es una persona humana; en realidad no hay identificación sino un disimulo o apariencia, porque el poder absoluto sigue estando en sus manos, sea para mostrarlo sin ejercerlo en el primer caso; o para renunciar sólo provisionalmente a sus privilegios en el segundo. En ninguno de los casos habría hombre, sino dios: con sus atributos solemnes deslumbrantes “apagados”, o disfrazado de hombre sin serlo.
El misterio de Jesús es el escándalo inconcebible para nuestra mente precisamente por lo disparatado y aparentemente contradictorio, voluntariamente paradójico: él únicamente puede lo que puede cualquier persona, lo mismo que podemos o no cualquiera de nosotros.
En esa familia formada por María, José, y su hijo Jesús, no hay absolutamente nada sospechoso o que llame la atención. De ahí los treinta años de su “vida oculta”; es decir, sin nada que aparezca como digno de destacarse o darle publicidad.
En realidad, cuando comprobamos que vive nuestra misma vida terrena y limitada, sólo que (ahí su enigma y su misterio) “de otra manera”, la única sospecha que despierta es la de que “no puede” ser Dios…
Y, si no, le vamos a decir “que lo demuestre”…
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