PONERSE EN CAMINO   (Lc 1, 39-45)

PONERSE EN CAMINO   (Lc 1, 39-45)

Decir que sí a Dios cuando te llama es ponerse en camino. Y no para recibir cuanto antes un supuesto premio que vaya a darte; sino para hacer partícipes a otros, para beneficiar a todos de tu alegría y compartir tu ilusión por la vida que esa llamada te trae al colmarte de bondad y de presencia divina.

Porque sólo se entiende y se goza de la compañía de Dios, del regalo siempre inmerecido e inesperado de su Espíritu Santo en nosotros, cuando a nuestro asombro y aceptación le sumamos el entusiasmo de poderlo transmitir a los demás, primordialmente a los más necesitados de ayuda o compañía. Más aún, podríamos decir con toda seguridad, que la señal de que ha sido Dios quien nos ha visitado, y de que hemos recibido dignamente su visita y asumido responsablemente su voluntad de salvarnos, es precisamente que ella ha supuesto en nosotros un impulso irreprimible a salir de nuestra casa, a emprender un camino que nos conduce al prójimo, a aquel que sabemos necesitado de una u otra manera (¿hay acaso alguien que no precise de la delicadeza, del cariño, de la bondad de los demás?…).

Ése es precisamente el testimonio de nuestra aceptación del plan de Dios, la única prueba visible de nuestra fidelidad, y la única posibilidad de hacerla realidad en nuestra vida y de gozarlo con esa alegría desbordante que requiere y que promete.

Tras la visita y el anuncio del ángel, María ha de ponerse en camino de prisa, no puede permanecer en la pasividad de una espera “temporal”, sino que su vida se ha llenado de urgencia, de una urgencia por la disponibilidad y el servicio, por el cuidado del otro, por la misericordia que ha irrumpido en su vida gracias a ese soplo del Espíritu. Y no es activismo; más bien está en el polo opuesto: es serenidad profunda, delicadeza, entrega silenciosa y prudente. No pretende nada (a diferencia del activismo y su apresuramiento), sino que se ha comprometido a vivirlo todo desde lo más profundo, desde Dios y su presencia en nuestra persona.

Hay un modo de considerarse cristiano que lo es muy poco, o que incluso lo contradice: el de “estar, simplemente, a la espera” ahorrando decisiones, riesgo y compromiso: las decisiones, riesgos y compromiso que implica el seguimiento de Jesús cuando no es un seguirle de lejos como mero espectador. Ésa es, justamente, la actitud propuesta por Dios a María: la de no conformarse con ser una “santa espectadora” de Dios, sino protagonista de su derroche de amor y de bondad. Protagonista, habríamos de añadir, sin protagonismo…

Y es que no hay otra posibilidad de acoger a Dios y recibir la visita de su Espíritu Santo: o te pones en camino, o frustras su designio contigo; y, con ello, tu propia vida.

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