LA NECESARIA CONFIANZA (Lc 21-28)
A pesar de considerar nuestra vida como un itinerario que nos conduce a Dios, muchas veces la evidencia de su final o la reflexión sobre la muerte nos sumerge en un mar de interrogantes y de dudas. Conocemos gracias a la propia revelación divina la bondad de Dios y su plan de salvación para esta realidad creada, pero no podemos gozar de una especie de “visión mística anticipatoria”; ya que, por propia lógica, tal experiencia es trascendente a la precariedad de nuestro horizonte inmanente finito desde el que nos surge el interrogante.
Ante la inquietud o el desasosiego que puede surgirnos cuando descubrimos y experimentamos los grandes interrogantes por el sentido de nuestra vida y el del propio misterio de Dios, sólo cabe comenzar y tomar como actitud básica y motor de nuestra vida la confianza.
El hecho de que Jesús diga que con “el fin del mundo” se acerca nuestra liberación, y no nuestra condenación o nuestra aniquilación, supone situarlo en ese contexto de plenitud y acceso definitivo al Reino de Dios, que él anuncia y al que nos convoca. Por eso comenzamos el Año litúrgico recordando esas palabras suyas.
Su discurso, como su vida entera, es una incansable llamada a una confianza radical que elimine de nuestra vida todo tipo de ansiedad y angustia; reemplazando nuestra inquietud y el sentido de agobio que pueda suponernos en ocasiones la existencia siempre provisional y limitada en esta mundo, por la serenidad y la actitud de mansedumbre y gozo que produce una absoluta confianza en él y en el amor incondicional de Dios, cuya trascendencia debemos considerar como la constante y eterna ocasión de reconocer el fundamento de nuestra vida y sentir el horizonte que le da verdadero sentido.
En una sociedad y un mundo que parecen presididos por una actitud de recelo, reservas y desconfianza, el evangelio nos propone otro modo de vivir: el verdaderamente humano, cuya actitud básica es el reconocimiento de los demás no como amenaza a nuestra persona, sino todo lo contrario: como ocasión de experimentar el gozo en el compartir y convivir, en un dinamismo fraterno que nos conduce al Reino. La absoluta y completa confianza en Dios, y su reflejo en las personas, nuestros prójimos, nos es necesaria.
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