LA INCREDULIDAD DE JESÚS (Mc 6, 1-6)
Al asombro que provoca Jesús con su forma de vida y su hablar “con sabiduría y con autoridad”, como nadie nunca se había atrevido a vivir y hablar; corresponde Jesús admirándose de la terquedad, la ceguera y la inconsciencia de quienes así hablan de él y, sin embargo, evidencian una increíble falta de fe y confianza total en su persona.
Es como decir que al mismo Dios le parece “increíble” comprobar nuestra resistencia a acoger el regalo de la vida verdadera, cuando nosotros mismos estamos experimentando gozosamente, y se lo confesamos, nuestro anhelo de un horizonte infinito, nuestra voluntad de eternidad; e incluso tenemos la misma experiencia de “paraíso”, cuando nos decidimos a amar y compartir, a ejercer la bondad “haciendo fiesta del hermano”, a aprender de verdad a vivir en contacto con él, y desde esas premisas que nos ofrece desinteresadamente y con un cariño infinito.
Ya el relato de Adán y Eva en el paraíso nos presenta a un Dios sorprendido de que el hombre lo rehúya y se esconda de él, cuando se podría decir que gozaba ya del cielo en la misma tierra en ese lugar paradisíaco. Y después, todas la invectivas de los profetas en la historia de Israel se mueven también en esa línea de denuncia ante el incomprensible abandono por parte del pueblo del estatuto de “hijos de Dios” y ”elegidos” otorgado por el propio Dios, como actualización y presencia constante, acompañándoles cuidadosa y fielmente en su camino.
Porque la falta de confianza en Jesús, y el rechazo consiguiente, nos hace opaco a un Dios que es transparencia; y, al ponerle nosotros mismos esa barrera distanciadora, no permitimos que nos llegue el aliento de su espíritu, y nos convertimos así en responsables de “incapacitarlo”: “no pudo hacer allí ningún milagro”… Y es que, ciertamente, se le hace imposible a Jesús ejercer su sabiduría y su autoridad, si nuestra persona no está abierta incondicionalmente a él, con total confianza en que nuestra vida entera puede ponerse en sus manos sin tener la más mínima duda de que él nos cuida y velará por nosotros.
Tal vez, sin caer casi nunca en la cuenta de ello, es ahí donde radica una de las dificultades o negligencias más importantes de nuestra fe: Jesús no nos pide y ofrece sólo “conocer” quién y cómo es Dios, sino experimentar realmente que cuida de nosotros; y vivir así despreocupadamente, con total entusiasmo, sean nuestros límites y nuestra situación personal los que sean, y pudiendo decir siempre que sentimos verdadera e incluso físicamente su caricia… Pero para ello hay que tener absoluta confianza en él, para que no le resulte increíble nuestra ceguera y pueda contagiarnos su espíritu y su vida…
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