UN DIOS COTIDIANO (Mc 4, 26-34)
Tal vez una de las características más sorprendentes y escandalosas del evangelio de Jesús, sea la poca “espectacularidad” de su “idea” y conciencia de Dios, rompiendo radicalmente con esa espontánea tendencia “dualista” humana a hablar de “cielo y tierra”, con Dios en el estrato superior observando el mundo (estrato inferior) e irrumpiendo en él a voluntad a base de apariciones portentosas, prodigios y milagros, espectáculos apocalípticos y exhibiciones de poder, amenazante y demostrativo de su infinitud, y exigente por nuestra parte de temor y temblor, sumisión incondicional, actitud servil y conciencia de indignidad y de merecido castigo…
Su mensaje y su vivencia es la de que Dios se hace presente en la sencillez y simplicidad de nuestro caminar en la vida, sin ruido ni estridencias; de un modo casi imperceptible, si uno no tiene esa sensibilidad que le lleve a adentrarse en los interrogantes profundos de la persona y de su destino; y que nadie podrá nunca acceder realmente a la fe en Dios, si pretende basarla en lo maravilloso y extraordinario, en el portento y el milagro, en lo demostrativo de su fuerza y su poder sobrenatural e incontestable.
Jesús viene a decirnos que si ése fuera el comportamiento de Dios respecto a nosotros, entonces ése ser no sería su Padre, no sería la presencia del Espíritu Santo, no sería en verdad Dios…
Él, que vive desde su total confianza con el Padre, sumergido como está en la misma divinidad, sólo es creyente en el amor y la bondad; y sólo es capaz de reclamar agradecimiento, y confianza en el perdón que ofrece y el Reino que regala.
Jesús hace a Dios, y lo hace con su propia persona, inherente al mundo, cotidiano. Nos da acceso a él, que está enraizado en lo humano; es decir, lo proclama íntimo y cercano, pero no lo banaliza ni lo trivializa.
Porque la presencia de Dios en nuestra realidad creada es cierta e ineludible, pero no como poder amenazador y justiciero, sino como misterio profundo de vitalidad y de promesa. Y el germen misterioso y oculto es tan fecundo, que crece irreprimible en el silencio con la eterna paciencia y la fuerza invencible del infinito y de lo eterno.
Por eso, incluso podría admitirse que hay una “justa” acusación a Jesús cuando le reprochan que inmanentiza la trascendencia; pero el punto decisivo, el del verdadero misterio de Dios, es que con ello no está “reduciendo la teología a antropología”; sino, por el contrario, elucidando y delimitando la “trascendencia misteriosa” de la persona humana, no necesitada de creer en un Dios ajeno, “externo” y distante, sino inmersa en un horizonte divino…
Experimentarlo así es el inicio de la fe en Él.
Deja tu comentario