ALGUIEN SORPRENDENTE (Jn 1, 19-28)
Aunque la imagen que solemos tener de Juan Bautista es la del rigor y la austeridad, provocando en nosotros un reclamo de seriedad y de vida dura, su mensaje es el de la ilusión y el optimismo; en las antípodas de la tristeza y del pesimismo que tan a menudo tiñe nuestra consideración del mundo y nuestra propia vida al comprobar nuestra pequeñez, nuestra débil y frágil voluntad, y lo catastrófico de la historia humana, siempre evolucionando según la ley del más fuerte, indiferente al sufrimiento de los débiles, y despiadada con “los enemigos” e incluso con las víctima inocentes.
Cuando el Bautista proclama “al que viene detrás de mí”, lo hace convocando a la alegría de tal mensaje, y a la ilusión, más aún: al entusiasmo, porque llega mucho más que lo esperado secularmente por ese resto fiel del pueblo, que confía en las promesas; llega alguien, cuya presencia supone la quiebra de un sistema y modo de vida exclusivamente “nuestro”, para inaugurar la dinámica “activa” de Dios en este mundo; llega aquél que va a mostrarnos las auténticas dimensiones de la vida que Dios creó, y cuya revelación nunca habíamos asumido del todo, e incluso habíamos ignorado o rechazado.
Y es que la llegada de ese “alguien”, de un sorprendente Mesías distinto al esperado, es, precisamente, la única posibilidad para la humanidad, la desautorización de lo caduco e impotente y la garantía para reivindicar lo único digno de la persona: “la imagen y semejanza de Dios”, y no la artificial y falsa construcción de nuestras vanas quimeras y de nuestros frustrados proyectos babilónicos…
Por eso no puede identificarse con lo antiguo, ni reclamar en su pretensión el aval de lo caduco: ni Moisés, ni Elías, ni profeta alguno del pasado, por fiel y santo que se hubiera mostrado, constituyen indicación o prueba alguna; es alguien nuevo, distinto, incomparable, imposible de prever desde la historia, si no es como una promesa en germen, como un anuncio siempre imprevisible cuya única confirmación corroboradora será precisamente su peculiaridad impredecible, la incomprensibilidad de su persona, el hondo abismo atrayente de su original e inaprensible vida.
Que Jesús llegue es la transformación del tedio y la maldición en ilusión y en bendición; es la única verdadera, y sin él imposible, salvación; es “la sanación de lo humano”, que degenera y se corrompe cuando evoluciona según nuestros torpes esfuerzos, contaminados siempre por la vanidad y el orgullo, por la dinámica “natural” cuya única referencia es este mundo.
Y la proclamación de tal acontecimiento, que se convierte en osadía ajena y perplejidad propia, precisamente porque no se puede precisar; y que resuena como provocación y escándalo de tibios y conformistas, de religiosos “oficiales” y de intransigentes que se autodefinen como “creyentes”, sólo puede escucharse y ser aceptada con la más profunda e intensa alegría y gozo, como mensaje decisivo y transformador, como punto de inflexión de la historia, como la decisiva y definitiva culminación de esa inercia divina creadora, como la noticia de la plenitud de la bondad y su horizonte eterno incombustible, como el auténtico y único evangelio…
Juan Bautista apunta certeramente hacia aquél que hace añicos los baremos humanos y convoca a una escala distinta, aparentemente imposible por rebasar los límites de nuestras capacidades personales e incluso de nuestra imaginación…
No sólo es que “llega alguien”; es que llega alguien sorprendente… el mismo Dios…
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