EL ECO DE UNA VOZ (Mt 21, 28-32)
No otorgar credibilidad a la predicación de Juan Bautista, a pesar de su legalismo irreprochable (una vida ajustada al cumplimiento de la Ley de la Alianza), de una austeridad y sobriedad ejemplar, estricta e “incontaminada”; significaba poner en entredicho la última palabra profética que Dios quería dirigir a su pueblo. Es decir, era no reconocerla como suya, como verdadera revelación y posible continuidad de esa promesa cuyo cumplimiento se esperaba en un Mesías; y a la que el pueblo sencillo y honrado creía identificar en su llamada a la conversión, preguntándose si no sería el propio Bautista “el esperado”.
Los intransigentes y extremadamente “religiosos” israelitas, cuya identidad como “pueblo elegido” pretendía ser mantenida por sus autoridades sacerdotales y sus correspondientes partidos o “sectas” dominantes a base de lo que hoy llamaríamos fundamentalismo religioso, no pueden condenar a Juan (sí que podrán hacerlo a Jesús, demasiado claro y radical en su evangelio y en sus pretensiones divinas); pero, precisamente porque su anuncio profético, lo acogen sobre todo los humildes y sencillos, los pecadores e ignorantes, los de dudosas costumbres, “los que no conocen la Ley”; justamente por eso, se ven obligados a no escucharlo, a ignorar su llamada, a no poder tomar nota de ella en su vida: ¿cómo va a venir de Dios una llamada que moviliza a la chusma y al pueblo ignorante, pecador y contaminado, en lugar de dirigirse a los puritanos, a los estrictos practicantes del culto y las tradiciones (ya degeneradas…), a los sabios conocedores de todas las palabras y tildes de la Ley, a los detentadores del poder civil y religioso? Tamaña desfachatez les fuerza a ignorarlo.
Jesús les sale al paso y el conflicto se agudiza, porque lo inaceptable del mensaje de Juan, se ha encarnado definitiva y plenamente en su persona, haciendo decisiva su opción por él. Juan no se había equivocado en su anuncio, pero, como siempre cuando es Dios quien actúa, el cumplimiento aún supera la promesa… Su escándalo sólo puede aumentar…
Porque Jesús predica abiertamente y sin descanso, recabando la atención insistentemente sobre la raíz y el porqué de esa historia que ha conducido al aquí y al ahora de su pueblo, sobre la propia personalidad de Dios y de su obrar creador y salvador universal e indiscriminado. Para Jesús Dios es siempre el Padre, trascendiendo y superando al legislador y al Juez, incluso “al Temido y Adorado”…
Y ese padre habla a todos sus hijos para hacerles a todos el mismo encargo: “Ve a trabajar a la viña”… Porque su único deseo es que todos la sientan suya y gocen de ella, que la descubran, la cuiden y les colme de alegría. Que viendo crecer sus brotes, emerger el verdor de sus hojas, madurar sus racimos, colorearse sus granos, se sientan felices del Reino de su padre y rebosantes por formar parte de él, enriqueciéndolo con su propia vida, dejándose llevar de su dinamismo y su esperanza.
Sin embargo, ¿qué hijo está a la altura? Uno dice siempre “sí”, y nunca va; al otro le molesta y le incomoda el mandato y reniega de él, pero va, tal vez a regañadientes… y en otras ocasiones los papeles se invierten: el que dijo sí, dice ahora no; y el que negaba entonces, ahora afirma… ¡Somos tan complicados! ¡Nuestra vida se encuentra rodeada y envuelta en tantas contradicciones! De ahí la advertencia del Bautista a todos: ¡Reconoced vuestra torpeza! , tanto los del sí, como los del no…
Jesús corrobora la llamada de Juan al situarla en su propia órbita de vida, que es la órbita de Dios: el Padre encarga la misma misión a todos sus hijos, y el encargo es para que todos se incorporen felizmente a ese patrimonio identificador de la familia: han de descubrir cuál es el horizonte de vida al que están destinados y que deben hacer suyo.
El sí y el no se combinan y se alternan en nuestras vidas, casi siempre de forma inoportuna cuando se trata de Dios; es difícil acertar a la primera; tener la serenidad y la paciencia necesarias; no mirarnos a nosotros mismos, aceptar esa sencilla realidad de la vida y las personas a través de la cual nos habla Él y que casi siempre relegamos, o posponemos, o incluso rechazamos abiertamente porque no corresponde a lo que nosotros consideramos como “sagrado y santo”…
Pero lo verdaderamente decisivo es que el tono del discurso de Jesús, en línea y en defensa de Juan, no es de amenaza sino de ánimo; no de juicio y condena, sino de perdón; ya no es el juez sino el padre… Y el padre sigue y seguirá encargando a sus hijos, a los que conoce bien, ir a la viña y trabajarla, para que sigan descubriendo cómo integrarse plenamente en su familia, en su patrimonio y en su vida.
Por eso nos llama la atención sobre nuestros síes y nuestros noes, para que ellos no nos cieguen ni nos endurezcan, ni tampoco los consideremos nunca como un obstáculo imposible; porque él va a seguir enviándonos…
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